Para mi este es un lugar donde poder escribir sobre cosas varias de la vida, de las serias y de las no tanto, de lo que duele y lo que da risa, de lo profundo y tambien, de puras lesuras.
jueves, 23 de septiembre de 2010
sábado, 18 de septiembre de 2010
Sobre vecinos y la diferencia entre chatarra y reliquia
viernes, 3 de septiembre de 2010
ESPECIAL SOBRE STATUS CHILENSIS
Todos sabemos que en Chile existen ciertos parámetros para “medir” –supuestamente- el mayor o menor “éxito” de una persona. Para muchos, el éxito está directamente relacionado con la riqueza material, la que se reconoce –o demuestra- través de la forma de vestir, el lugar (comuna) en que se vive, el lugar al que se va de vacaciones, el auto, el colegio al que asisten los hijos. Algunos de nosotros no creemos que el éxito tenga algo que ver con la riqueza material, pero es indudable que para muchas personas en nuestra cultura el status es importante. De hecho, hay gente que es capaz de endeudarse de forma increíble con tal de aparentar determinado status. Ahí están, viviendo una vida irreal, con una mansa casa, super auto, vacaciones quién sabe dónde y endeudados hasta las orejas. Supongo que además ni se les ocurre pensar que andan trayendo una casa sobre ruedas, porque los autitos que usan para ir y volver a la oficina valen lo mismo que una casa para otra familia.
En los últimos años he notado también, que el tamaño de las pechugas ha cobrado enorme relevancia, o quizás más que el tamaño, la silicona. Las inversiones en belleza y especialmente cirugía estética parecen ser sumamente importantes en el caso de las mujeres. Las top chilenas son casi todas rubias de L´oreal, tienen el pelo planchado, las pechugas de silicona, las arrugas estiradas, etc.
A veces también se relaciona el éxito con la profesión que se ejerce, y los estudios de post grado. Obviamente ser médico es mucho más “chic” que ser zapatero.
Lamentablemente, este estilo de vida de super status generalmente viene acompañado de conductas detestables. Es típico que las personas que viven del modo descrito denostan a los demás, buscan admiración y hasta de verdad se creen el cuento de que son mejores que el resto, e incluso que tienen más derechos. ¿Acaso no es típico aquí en Santiago, que el 4x4 gigante que usa la señora para ir al supermercado es justo el que se cambia de pista sin señalizar, se estaciona sobre las veredas y toca la bocina en cuanto el semáforo da luz verde? Cuando me hacen eso, muchas veces he tenido la tentación de bajarme del auto, ir a hablar con el o la chofer que me tocó la bocina y preguntarle si acaso cree que soy una vaca como para arrearme con la bocina, o si alguna vez ha pensado en la contaminación acústica que provoca.
Todo esto, y especialmente el tema del endeudamiento para mantener las apariencias, me recuerda un libro de Michael Ende –tengo mala memoria, no me acuerdo del nombre pero me parece que es Momo- que se trata de unos niños que descubren que sus padres siempre compran cosas para “ahorrar tiempo” y luego tienen que trabajar tanto para poder pagarlas, que ya casi no los ven, no juegan con ellos, ni les cuentan cuentos de noche. Entonces deciden salir a buscar el lugar donde está ahorrado el tiempo de sus padres, quienes han sido estafados porque todo el tiempo ahorrado nunca es devuelto. Quieren obligar a los estafadores a devolverles el tiempo a sus padres para que puedan estar con ellos.
Claro, Michael Ende estaba pensando seguramente en las máquinas que se han adueñado de nuestras vidas: batidoras, jugueras, aspiradoras, lavadoras. Luego vinieron los computadores, las secadoras de ropa, microondas, lavadoras de platos y tantas otras. El auto está también, obviamente, dentro del concepto de cosas que sirven para ahorrar tiempo, sobre todo cuando tenemos el Transantiago como alternativa.
Sin embargo, Ende se quedó corto. Creo que nunca se imaginó el gasto enorme en que muchas familias son capaces de incurrir en cuestiones absolutamente superfluas o sobredimensionadas. Obviamente no es lo mismo comprar una juguera que un auto que cuesta treinta millones de pesos o una casa que vale trescientos millones.
Estos gastos desmesurados, con deudas gigantescas de por medio, necesariamente implican que alguien tiene que trabajar muchas horas para poder pagarlas –horas en las que no comparte con sus hijos- e implican también algo mucho más grave y que traspasa el ámbito de la vida privada de la gente que decide vivir del modo descrito: la explotación de aquellos quienes trabajan en las empresas que las construyen o fabrican. Me refiero a los obreros, claro, no a los gerentes. Me refiero al primer quintil, o peor aún, a los que están por debajo de todos los quintiles, incluyendo a los niños que trabajan por salarios miserables en países que fabrican las cosas que nosotros compramos.
Según un reporte de la UNICEF, 346 millones de niños en el mundo son víctimas de explotación infantil. Eso no es éxito, y sería fantástico que pensáramos en estos temas antes de ir de paseo este fin de semana al mall.
Saludos a tod@s, que tengan un buen fin de semana.
PD: Me declaro culpable del delito de recurrir a Loreal, porque soy vanidosa y me carga que se vean mis canas.