La historia de Titán no puede empezar cuando nació, como cualquier historia, sino antes.
Como expliqué en el pequeño homenaje a Darío, en el año 2009 sufrí un asalto estando sola en la casa. Fue terrorífico. En esa época, Carlos y yo hacía poco que vivíamos juntos, primogénito (Aníbal) se había ido a vivir a República Checa (no se suponía que se quedara para siempre, pero lo hizo, gané una nuera maravillosa que dice la palabra "huevadas" con todas las letras, y dos nietas exquisitas), hijo menor estudiaba en la universidad, y teníamos una perrita Chow-Chow, que mordió a medio mundo cuando era joven, pero ya tenía como 12 años, estaba viejita. La Souji.
(Souji con primogénito, 1997)
Esa noche yo estaba trabajando en mi pequeño escritorio, concentrada escribiendo algo, en total silencio. No tenía prendida la radio, ni la tele. La silla del escritorio daba la espalda a la entrada de la pieza, Gran error que nunca más cometí. De repente sentí una presencia detrás mío, pensé que Carlos había llegado más temprano y me di vuelta para decirle "Hola mi amor" pero no era él, era un joven a quien no conocía. Pensé entonces, que hijo Carlos había llegado con algún compañero de la U a quien yo no conocía, lo miré y me quedé esperando a que me dijera "Hola tía", pero no me dijo nada. Enseguida apareció otro joven, y pensé que mi hijo había llegado con dos compañeros, y recién, cuando entró el tercero con pasamontañas, me pegué el alcachofazo y pensé "conchemimadre, me están asaltando!". Atrás figuraba la Souji, viejita, moviéndole la cola a los bandidos.
Ese día, la desheredé. Le dije que la iba cuidar siempre, pero estaba despedida como guardiana de la casa.
Conversamos con Carlos y estuvo de acuerdo en que necesitábamos otro guardián. Empecé a estudiar distintas razas de perros, pensé en un Akita, pero los niños de Carlos eran chicos, y los Akita pueden ser un tanto impredecibles, así que me decidí por un San Bernardo. Son cariñosos, pacientes con los niños, y a la vez buenos guardianes. Claro, comen un montón, y hay que cuidarlos harto, peinarlos todos los días, etc. Además, como son enormes, la vida de un San Bernardo no es larga, difícilmente pasan los 10 años, pero son 10 años que valen la pena.
Nos cambiamos de casa, Carlos compró una más grande porque necesitábamos dormitorios para "los tuyos y los míos" y entre otras razones porque es súper protector, sabía que quedé traumatizada después del asalto.
Así, partimos en la búsqueda de un compañero perruno, y compramos a la Nieve, yo super ignorante no me di cuenta que no era realmente una San Bernardo porque no tenía la máscara negra alrededor de los ojos, tenía la cara blanca, era casi entera blanca y de ahí su nombre. Pasaron unos meses, y encargué que la entrenaran en Chilcoa, que es un club para pastores alemanes, pero la recibieron igual. La vinieron a buscar a la casa, y me la traerían más tarde. La trajeron, pero muerta. La pobre sufrió un infarto mientras corría, parece que tenía algún problema cardíaco que no se había detectado.
(Nieve, agosto 2009)
La pena fue grande, quedamos bastante tiempo con pocas ganas de tener otro perrito, pero yo seguía con la necesidad de tener un compañero peludo de cuatro patas que nos cuidara. A veces quedaba sola en la casa, tardes enteras y hasta la noche, o Carlos viajaba por razones de trabajo, y me daba terror sufrir otro asalto. Casi dos años después, en abril de 2011, secretamente googleé hasta encontrar un criadero de San Bernardo, y encontré uno. Haciendo total trampa, un sábado que estábamos con con los niños de Carlos, les propuse ir a "pasear" a Buin, y justo ¡Qué casualidad! llegamos a un lugar donde habían muchos perritos, en la entrada un San Bernardo majestuoso, que se llamaba Titán. Era el papá de una camada de la que quedaban sólo tres hijitos. Obviamente los niños se enamoraron de los cachorros, y Carlos no se pudo resistir a sus ruegos, ni a los míos. Uno de los cachorros se me acercó, me empezó a langüetear, y no se separó de mi desde entonces. Me acordé que en realidad, los perros la eligen a uno, no al revés, así que volvimos a la casa con ese cachorro maravilloso. Le pusimos Titán, como su papá.
Carlos al principio no estaba para nada convencido, más bien se allanó porque éramos tres contra uno, pero para junio ya lo adoraba.
Desde el principio, Titán era celoso. Si yo me acercaba a hacerle cariño a la Souji, él literalmente se metía entremedio. Le gustaba estar conmigo, se echaba a mis pies cuando estaba trabajando, y cuando yo me levantaba él instantáneamente hacía lo mismo y me seguía.
Crecía por minuto, y cada día que pasaba estaba más hermoso. Cuando tenía seis meses, contraté a un adiestrador que me recomendaron, Leonardo Farías, alias "el Leo". El pertenece a un institución y se dedicaba a adiestrar a los "funcionarios caninos", así que experto. Como la idea era que Titán me protegiera, me tocaba participar del adiestramiento para que me obedeciera, así que a veces Leo salía solo con él, a veces yo iba también. Uno de los aspectos más importantes, especialmente con un San Bernardo, es entender que por la fuerza uno nunca puede ganar. Son capaces de tirar 200 kilos, o más. Eso lo aprendí cuando Titán tenía 7 meses, un día quiso perseguir a un gato y yo -idiota- no solté la correa. Terminé aterrizando de cabeza, y me quedó de recuerdo una cicatriz en el ojo.
Leo me enseñó todos los trucos para evitar desastres, como por ejemplo si Titán intentaba correr (o mejor dicho, galopar) ante alguna contingencia inesperada, rápidamente envolver un árbol o un poste con la correa (por cierto, hecha por Leo a mano) estar atenta a las "señales de alerta", y tranquilizarlo y un sin fin de detalles más. Pasados varios meses, Titán sabía que se tenía que sentar para esperar que le diéramos la instrucción de cruzar la calle. Aprendió a no perseguir gatos, ni palomas, ni pelotas y por supuesto, a socializar con otros perros.
Titán era un gran comilón, como lo dije en la entrada anterior, una vez se comió un montón de yeso. En otra oportunidad, yo había hecho un pollo en el horno, lo saqué, lo dejé encima del mesón de la cocina, fui al baño, volví y el pollo había desaparecido. Alguien había dejado abierta la puerta de la cocina, encontré a Titán con cara de "yo no fui", unos pocos huesos, y nos quedamos sin almuerzo.
Había, eso sí, un detalle: le dio por comer ropa, paños, esponjas. Particularmente la mía. A los 7 meses se tragó dos calcetines y tuvimos que operarlo, así que Leo diseñó una serie de estrategias para que dejara de hacerlo. Le echamos un líquido aversivo a calcetines y se los poníamos en la nariz, un montón de cosas, pero no había caso. Aprendió a saltar y botar la ropa tendida, pusimos globos para que se reventaran y que dejara de hacerlo por el sonido. No resultó, seguía tratando de tragar vorazmente calcetines, calzones, lo que pillara. Finalmente nos dimos por vencidos, decidimos que toda la ropa chica se colgara en un lugar al que él no tenía acceso, jamás dejar calcetines tirados dentro de la casa.
Pese a ello, de vez en cuando, nadie sabe cómo, lograba robarse una esponja o un paño de cocina, los que luego aparecían en sus lulos, en forma perfecta de intestino. Excepto una vez, que Carlos lo estaba paseando. Titán hizo sus tres kilos de lulo correspondientes, Carlos los recogió y observó que algo le colgaba a Titán del trasero. Menos mal que llevaba más de una bolsa. Se armó de valor, agarró la cuestión y era... ¡una pantimedia mía, completa, a todo lo largo!
Con todo el cuidado que teníamos, se nos pasó un detalle: la pieza del planchado. En el 2017, en un instante de descuido, estaba abierta la puerta de la cocina y la de la pieza del planchado. ahí se tragó un par de calcetines de mi marido, enrollados en una bola.
Esa fue la segunda operación. Después de esa, el veterinario dijo : "Cuidado, no va a sobrevivir a una tercera operación".
Así, tomamos más precauciones, para no dejarlo entrar a la pieza del planchado. A esas alturas también teníamos dos gatos, producto de una negociación con mi marido. El es persona gatuna y yo perruna, me tuve que rendir por principio de reciprocidad, así que aprovechamos de poner un letrero en la puerta de esa pieza con las advertencias correspondientes.
En el intertanto, la segunda parte del adiestramiento de Titán era para que protegiera la casa, y a mi. Eso lo hizo Leo junto con otro adiestrador, que hacía de "ladrón". Al principio, Titán le movía la cola al "ladrón", pero después de varios meses, estaba claro que jamás dejaría entrar a nadie que no fuera invitado. Los San Bernardo no son agresivos, pero si llegan a morder le pueden quebrar el fémur a una persona. Titán estaba adiestrado para primero, advertir, luego botar a la persona al suelo y echarse encima, y como último recurso, romperle una pierna o un brazo. A esas alturas, Titán ya pesaba cerca de 65 kilos, comía un kilo de comida al día, y cagaba como tres. Nunca entendí esa falta de proporción.
Si yo le decía "Quien anda ahí", Titán recorría toda la casa. Si le decía "cómetelo", atacaba. Así de simple. En todo lo demás, era tierno, paciente, y muy cariñoso.
Se convirtió en el Brad Pitt de los perros cuando salíamos a pasear, mucha gente se nos acercaba, a los niños les fascinaba, así que cuando lo querían tocar, hacerle cariño, yo le daba la instrucción de acostarse y eso significaba que no había peligro.
Traté de encontrarle una polola, así que lo empecé a llevar a exposiciones, fue Champion de Chile dos veces, Vencedor de América Latina y el Caribe, salió hasta en la tele, pero polola no pudimos encontrar. Todas las hembras de su raza que eran igual de hermosas, eran primas.
(Titán farandulero)
Más o menos en el 2014, se echó a perder el timbre de la casa. Nunca lo arreglamos, porque Titán ladraba sólo cuando había alguien en la reja. No necesitábamos timbre.
En el 2015, la psicóloga de tres niños, hermanos, quienes habían sufrido grave vulneración de derechos, recomendó que los niños fueran a la audiencia reservada con perro de asistencia. La idea es que los niños se distraigan, se entretengan, y se sientan protegidos. Por eso no sirve llevar un hámster. La audiencia era en Viña. Busqué por todas partes, tratando de conseguir un perrito adiestrado de un programa que tenía la PDI, pero resultó que era un solo ejemplar el que estaba adiestrado, era imposible llevarlo a Viña.
Llamé a Leo, y le pregunté si creía que Titán podría hacer esa labor. Hizo las averiguaciones correspondientes, y me dijo que sí. Partí al tribunal, certificado de la psicóloga en mano, y pregunté si podía llevar a mi propio perro, ya que no pude conseguir uno "formal". Me dijeron que si, con dos condiciones: 1) El perro tiene que ir con el adiestrador, porque no iba a entrar conmigo a la audiencia.2) "Usted limpia después".
Fue así, que coordinamos el viaje, con los niños, su papá, Leo, mi hijo Carlos (es abogado y trabajaba conmigo) y Titán, además de platos para agua y comida, paños, cloro, escoba, etc. porque me tocaba hacer de abogada/limpiadora. No era tan simple, además a Titán había que darle la mitad de su kilo de comida la noche anterior, para que los niños pudieran conectarse con él, darle comida de la mano, saber que no los iba a morder, etc.
Cuando llegamos al tribunal, los niños estaban felices, pasamos con Titán a una sala especial, y causó un revuelo. Llegaban funcionarios a verlo, jueces, todos impresionados tanto por el buen comportamiento de Titán, como por la contención de los niños, quienes a esas alturas estaban orgullosos y le mostraban a los funcionarios cómo había que peinarlo, le daban premios, y claro, cuando llegó la consejera técnica para que los niños pasaron a audiencia reservada (de a uno), esos tres pequeños que antes estaban asustados, habían perdido todo el miedo. Felices y empoderados, partieron a hablar con la jueza.
El único inconveniente fue que saliendo de la audiencia, aún dentro del tribunal, recibí un tremendo combo en el hombro por parte del padre de la demandada (por suerte no de mi cliente, era el padre de la contraparte). En ese momento Titán inmediatamente se levantó, y si no fuera por la contención de Leo, el más lesionado habría sido el tipo que me pegó, a quien tuvieron que sujetar entre Carlos y tres guardias.
Cuando estudié derecho y decidí dedicarme a Familia, la parte de recibir insultos o golpes, no estaba en la malla curricular. Me determiné a aprender a defenderme, así que me metí a practicar Taekwondo. Carlos se sumó, la verdad era muy buen ejercicio, lo pasábamos super bien, y aprendí a dar patadas y combos.
Un día, Carlos y yo estábamos en la parcela que tenemos en Casablanca, en la punta de un cerro, obviamente con Titán. Nos pusimos a practicar Taekwondo sin contacto, es decir, las patadas y combos no llegan al cuerpo del otro. Titán estaba más o menos a unos 80 metros de distancia, y yo, por echar la talla, le grité "Titán, ayúdame!". En cosa de segundos llegó, se levantó en dos patas y empujó lejos a Carlos. Para que se hagan una idea, tengo que decir que mi marido mide 1,95 y yo metro y medio. Titán lo alejó, y le gruñó. Quedamos perplejos, Carlos le decía "Oye, cómo me haces esto si te doy comida todos los días!". Llamé a Leo, le conté lo que había pasado, y me dijo: "No lo haga nunca más, Titán está adiestrado para protegerla contra quien sea. Justamente porque lo conoce, es que solamente le dio una advertencia y no lo atacó, pero a la próxima, lo va a atacar". Obvio que nunca más lo hice.
Mi relación con Titán era especial, es difícil de describir, pero aunque jugara y se entretuviera con otras personas, con los niños, con visitas, siempre estaba pendiente de mi, y sus celos llegaban a tal punto que si yo le daba besos a Carlos frente a él, ¡se interponía hasta alejarlo de mi!
En el verano de 2019, estábamos de vacaciones en la parcela Carlos, sus dos hijos Carlos (Caco) y Graciela -ambos tenemos un hijo que se llama Carlos- Titán, y yo. Caco estaba barnizando la mesa del quincho y había entrado a la casa. En un momento en que salí a la terraza, veo a Titán tragando algo con dificultad, salí corriendo a tratar de ver qué era y quitárselo, pero se apuró más en tragar. A gritos pregunté qué había en la terraza, qué se tragó Titán. Ahi supimos que Caco había dejado sobre la mesa dos paños de cocina, de esos que son de tela como toalla, y ahora había uno. Titán se tragó el otro.
Lo operaron, lograron sacarle el paño, y a los pocos días estaba listo para irse de alta. Ese día, comenzó a tener fiebre. Hicimos de todo, Carlos fue a un hospital a conseguir no sé qué cosa que necesitaba, yo buscando medicamentos especiales, dejé de atender clientes y pasaba horas con Titán en la clínica, todos los días. Me acostaba al lado de él en el suelo, usaron el pabellón para tenerlo, pusieron ventiladores, fueron como 15 días en los que a ratos parecía estar mejorando, y después empeoraba. Le fallaron los riñones, el hígado, tenía septicemia. Todos los días yo le rogaba que no se fuera, y él, aunque se notaba su decaimiento, hacía el esfuerzo de levantar la cabeza cuando entraba a la habitación y lo saludaba.
(Titán y yo, conversando en la clínica)
A pesar de todos los esfuerzos de los veterinarios, Titán empeoraba. Recibía visitas, Mi hijo, los hijos de Carlos, su veterinaria de toda la vida, Francesca, la Berni que lo bañaba, y Leo, quien lo fue a ver a pesar de que estaba con una lesión en la espalda. Aunque con Leo no se veían hacía años, Titán lo reconoció altiro. Leo lloraba a moco tendido.
Con el paso de los días, Titán dejó de recibir comida. Estaba queriendo partir, pero yo seguía rogándole que se quedara. Le decía "Titán, no te puedes ir, me debes dos años más, aparte eres virgen, y no has encontrado el zorro de Casablanca, ¡te quedan muchas cosas por hacer en la vida!".
Hasta que un domingo, que habíamos estado en la clínica casi todo el día hasta la hora de cierre (12 de la noche), me cayó la teja. Carlos y yo habíamos llegado a la casa recién, nos estábamos tomando un café, y de repente, de la nada, se me ocurrió que Titán necesitaba mi permiso para irse, literalmente.
Decidida, le pedí que volviéramos a la clínica para "conversar" con él. Mi marido es científico, pero a la hora de las intuiciones, me apaña, así que partimos de vuelta a la clínica. Amorosos, nos abrieron, y nos dejaron pasar. No hice más que acostarme al lado de él, y decirle que si quería se podía ir, y en ese momento comenzó inmediatamente a convulsionar, falla respiratoria... y lo dejamos partir. El veterinario de turno dijo que lo iba a anotar en la ficha clínica, porque nunca había visto una relación tan profunda entre dueño y perro. Titán era, literalmente, un miembro de la familia.
Titán, te echo de menos.
PD1: Souji falleció en el 2013, a los 16 años.
PD2: Ahora tenemos un Akita Inu, precioso, se llama Senshi.
PD3: Leo hace hasta el día de hoy, correas y collares de cuero, preciosos y absolutamente indestructibles. Doy fe. En FB es Arte Rústico Báruck
PD4: Recién a partir de 2018 comenzó un programa de la PDI con el Poder Judicial y Fiscalías, para perros de contención emocional de niños, niñas y adolescentes víctimas de abuso sexual. Todavía no se ha hecho lo mismo en Tribunales de Familia.






