domingo, 28 de marzo de 2021

Segundo homenaje: Titán.

 La historia de Titán no puede empezar cuando nació, como cualquier historia, sino antes. 


Como expliqué en el pequeño homenaje a Darío, en el año 2009 sufrí un asalto estando sola en la casa. Fue terrorífico. En esa época, Carlos y yo hacía poco que vivíamos juntos, primogénito (Aníbal) se había ido a vivir a República Checa (no se suponía que se quedara para siempre, pero lo hizo, gané una nuera maravillosa que dice la palabra "huevadas" con todas las letras, y dos nietas exquisitas), hijo menor estudiaba en la universidad, y teníamos una perrita Chow-Chow, que mordió a medio mundo cuando era joven, pero ya tenía como 12 años, estaba viejita. La Souji. 


(Souji con primogénito, 1997)


Esa noche yo estaba trabajando en mi pequeño escritorio, concentrada escribiendo algo, en total silencio. No tenía prendida la radio, ni la tele. La silla del escritorio daba la espalda a la entrada de la pieza, Gran error que nunca más cometí. De repente sentí una presencia detrás mío, pensé que Carlos había llegado más temprano y me di vuelta para decirle "Hola mi amor" pero no era él, era un joven a quien no conocía. Pensé entonces, que hijo Carlos había llegado con algún compañero de la U a quien yo no conocía, lo miré y me quedé esperando a que me dijera "Hola tía", pero no me dijo nada. Enseguida apareció otro joven, y pensé que mi hijo había llegado con dos compañeros, y recién, cuando entró el tercero con pasamontañas, me pegué el alcachofazo y pensé "conchemimadre, me están asaltando!". Atrás figuraba la Souji, viejita, moviéndole la cola  a los bandidos.


Ese día, la desheredé. Le dije que la iba  cuidar siempre, pero estaba despedida como guardiana de la casa. 


Conversamos con Carlos y estuvo de acuerdo en que necesitábamos otro guardián. Empecé a estudiar distintas razas de perros, pensé en un Akita, pero los niños de Carlos eran chicos, y los Akita pueden ser un tanto impredecibles, así que me decidí por un San Bernardo. Son cariñosos, pacientes con los niños, y a la vez buenos guardianes. Claro, comen un montón, y hay que cuidarlos harto, peinarlos todos los días, etc.  Además, como son enormes, la vida de un San Bernardo no es larga, difícilmente pasan los 10 años, pero son 10 años que valen la pena.


Nos cambiamos de casa, Carlos compró una más grande porque necesitábamos dormitorios para "los tuyos y los míos" y entre otras razones porque es súper protector, sabía que quedé traumatizada después del asalto. 


Así, partimos en la búsqueda de un compañero perruno, y compramos a la Nieve, yo super ignorante no me di cuenta que no era realmente una San Bernardo porque no tenía la máscara negra alrededor de los ojos, tenía la cara blanca, era casi entera blanca y de ahí su nombre.  Pasaron unos meses, y encargué que la entrenaran en Chilcoa, que es un club para pastores alemanes, pero la recibieron igual. La vinieron a buscar a la casa, y me la traerían más tarde. La trajeron, pero muerta. La pobre sufrió un infarto mientras corría, parece que tenía algún problema cardíaco que no se había detectado.


(Nieve, agosto 2009)


La pena fue grande, quedamos bastante tiempo con pocas ganas de tener otro perrito, pero yo seguía con la necesidad de tener un compañero peludo de cuatro patas que nos cuidara. A veces quedaba sola en la casa, tardes enteras y hasta la noche, o Carlos viajaba por razones de trabajo, y me daba terror sufrir otro asalto. Casi dos años después, en abril de 2011, secretamente googleé hasta encontrar un criadero de San Bernardo, y encontré uno. Haciendo total trampa, un sábado que estábamos con con los niños de Carlos, les propuse ir a "pasear" a Buin, y justo ¡Qué casualidad! llegamos a un lugar donde habían muchos perritos, en la entrada un San Bernardo majestuoso, que se llamaba Titán. Era el papá de una camada de la que quedaban sólo tres hijitos. Obviamente los niños se enamoraron de los cachorros, y Carlos no se pudo resistir a sus ruegos, ni a los míos. Uno de los cachorros se me acercó, me empezó a langüetear, y no se separó de mi desde entonces. Me acordé que en realidad, los perros la eligen a uno, no al revés, así que volvimos a la casa con ese cachorro maravilloso. Le pusimos Titán, como su papá. 


Carlos al principio no estaba para nada convencido, más bien se allanó porque éramos tres contra uno, pero para junio ya lo adoraba. 



Desde el principio, Titán era celoso. Si yo me acercaba a hacerle cariño a la Souji, él literalmente se metía entremedio. Le gustaba estar conmigo, se echaba a mis pies cuando estaba trabajando, y cuando yo me levantaba él instantáneamente hacía lo mismo y me seguía. 


Crecía por minuto, y cada día que pasaba estaba más hermoso. Cuando tenía seis meses, contraté a un adiestrador que me recomendaron, Leonardo Farías, alias "el Leo". El pertenece a un institución y se dedicaba a adiestrar a los "funcionarios caninos", así que experto. Como la idea era que Titán me protegiera, me tocaba participar del adiestramiento para que me obedeciera, así que a veces Leo salía solo con él, a veces yo iba también.  Uno de los aspectos más importantes, especialmente con un San Bernardo, es entender que por la fuerza uno nunca puede ganar. Son capaces de tirar 200 kilos, o más. Eso lo aprendí cuando Titán tenía 7 meses, un día quiso perseguir a un gato y yo -idiota-  no solté la correa. Terminé aterrizando de cabeza, y me quedó de recuerdo una cicatriz en el ojo. 


Leo me enseñó todos los trucos para evitar desastres, como por ejemplo si Titán intentaba correr  (o mejor dicho, galopar) ante alguna contingencia inesperada, rápidamente envolver un árbol o un poste con la correa (por cierto, hecha por Leo a mano) estar atenta a las "señales de alerta", y tranquilizarlo y un sin fin de detalles más. Pasados varios meses, Titán sabía que se tenía que sentar para esperar que le diéramos la instrucción de cruzar la calle. Aprendió a no perseguir gatos, ni palomas, ni pelotas y por supuesto,  a socializar con otros perros. 


Titán era un gran comilón, como lo dije en la entrada anterior, una vez se comió un montón de yeso. En otra oportunidad, yo había hecho  un pollo en el horno, lo saqué, lo dejé encima del mesón de la cocina, fui al baño, volví y el pollo había desaparecido. Alguien había dejado abierta la puerta de la cocina, encontré a Titán con cara de "yo no fui", unos pocos huesos, y nos quedamos sin almuerzo.


Había, eso sí, un detalle: le dio por comer ropa, paños, esponjas. Particularmente la mía. A los 7 meses se tragó dos calcetines y tuvimos que operarlo, así que Leo diseñó una serie de estrategias para que dejara de hacerlo. Le echamos un líquido aversivo a calcetines y se los poníamos en la nariz, un montón de cosas, pero no había caso. Aprendió a saltar y botar la ropa tendida, pusimos globos para que se reventaran y que dejara de hacerlo por el sonido. No resultó, seguía tratando de tragar vorazmente calcetines, calzones, lo que pillara. Finalmente nos dimos por vencidos, decidimos que toda la ropa chica se colgara en un lugar al que él no tenía acceso, jamás dejar calcetines tirados dentro de  la casa. 


Pese a ello, de vez en cuando, nadie sabe cómo, lograba robarse una esponja o un paño de cocina, los que luego aparecían en sus lulos, en forma perfecta de intestino. Excepto una vez, que Carlos lo estaba paseando. Titán hizo sus tres kilos de lulo correspondientes, Carlos los recogió y observó que algo le colgaba a Titán del trasero. Menos mal que llevaba más de una bolsa. Se armó de valor, agarró la cuestión y era... ¡una pantimedia mía, completa, a todo lo largo!


Con todo el cuidado que teníamos, se nos pasó un detalle: la pieza del planchado.  En el 2017, en un instante de descuido, estaba abierta la puerta de la cocina y la de la pieza del planchado. ahí se tragó un par de calcetines de mi marido, enrollados en una bola. 


Esa fue la segunda operación. Después de esa, el veterinario dijo : "Cuidado, no va a sobrevivir a una tercera operación".


Así, tomamos más precauciones, para no dejarlo entrar a la pieza del planchado. A esas alturas también teníamos dos gatos, producto de una negociación con mi marido. El es persona gatuna y yo perruna, me tuve que rendir por principio de reciprocidad, así que aprovechamos de poner un letrero en la puerta de esa pieza con las advertencias correspondientes.




En el intertanto, la segunda parte del adiestramiento de Titán era para que protegiera la casa, y a mi. Eso lo hizo Leo junto con otro adiestrador, que hacía de "ladrón". Al principio, Titán le movía la cola al "ladrón", pero después de varios meses, estaba claro que jamás dejaría entrar a nadie que no fuera invitado. Los San Bernardo no son agresivos, pero si llegan a morder le pueden quebrar el fémur a una persona. Titán estaba adiestrado para primero, advertir, luego botar a la persona al suelo y echarse encima, y como último recurso, romperle una pierna o un brazo. A esas alturas, Titán ya pesaba cerca de 65 kilos, comía un kilo de comida al día, y cagaba como tres. Nunca entendí esa falta de proporción. 


Si yo le decía "Quien anda ahí", Titán recorría toda la casa. Si le decía "cómetelo", atacaba. Así de simple. En todo lo demás, era tierno, paciente, y muy cariñoso. 


Se convirtió en el Brad Pitt de los perros cuando salíamos a pasear, mucha gente se nos acercaba, a los niños les fascinaba, así que cuando lo querían tocar, hacerle cariño, yo le daba la instrucción de acostarse y eso significaba que no había peligro. 




Traté de encontrarle una polola, así que lo empecé a llevar a exposiciones, fue Champion de Chile dos veces, Vencedor de América Latina y el Caribe, salió hasta en la tele, pero polola no pudimos encontrar. Todas las hembras de su raza que eran igual de hermosas, eran primas. 



(Titán farandulero)


Más o menos en el 2014, se echó a perder el timbre de la casa. Nunca lo arreglamos, porque Titán ladraba sólo cuando había alguien en la reja. No necesitábamos timbre. 


En el 2015, la psicóloga de tres niños, hermanos, quienes habían sufrido grave vulneración de derechos, recomendó que los niños fueran a la audiencia reservada con perro de asistencia. La idea es que los niños se distraigan, se entretengan, y se sientan protegidos. Por eso no sirve llevar un hámster. La audiencia era en Viña. Busqué por todas partes, tratando de conseguir un perrito adiestrado de un programa que tenía la PDI, pero resultó que era un solo ejemplar el que estaba adiestrado, era imposible llevarlo a Viña.


Llamé a Leo, y le pregunté si creía que Titán podría hacer esa labor. Hizo las averiguaciones  correspondientes, y me dijo que sí. Partí al tribunal, certificado de la psicóloga en mano, y pregunté si podía llevar a mi propio perro, ya que no pude conseguir uno "formal". Me dijeron que si, con dos condiciones: 1) El perro tiene que ir con el adiestrador, porque no iba a entrar conmigo a la audiencia.2) "Usted limpia después".


Fue así, que coordinamos el viaje, con los niños, su papá, Leo, mi hijo Carlos (es abogado y trabajaba conmigo) y Titán, además de platos para agua y comida, paños,  cloro, escoba, etc. porque me tocaba hacer de abogada/limpiadora. No era tan simple, además  a Titán había que darle la mitad de su kilo de comida la noche anterior, para que los niños pudieran conectarse con él, darle comida de la mano, saber que no los iba a morder, etc. 


Cuando llegamos al tribunal, los niños estaban felices, pasamos con Titán a una sala especial, y causó un revuelo. Llegaban funcionarios a verlo, jueces, todos impresionados tanto por el buen comportamiento de Titán, como por la contención de los niños, quienes a esas  alturas estaban orgullosos y le mostraban a los funcionarios cómo había que peinarlo, le daban premios, y claro, cuando llegó la consejera técnica para que los niños pasaron a audiencia reservada (de a uno), esos tres pequeños que antes estaban asustados, habían perdido todo el miedo. Felices y empoderados, partieron a hablar con la jueza.


El único inconveniente fue que saliendo de la  audiencia, aún dentro del tribunal, recibí un tremendo combo en el hombro por parte del padre de la demandada (por suerte no de mi cliente, era el padre de la contraparte). En ese momento Titán inmediatamente se levantó, y si no fuera por la contención de Leo, el más lesionado habría sido el tipo que me pegó, a quien tuvieron que sujetar entre Carlos y tres guardias. 


Cuando estudié derecho y decidí dedicarme a Familia, la parte de recibir insultos o golpes, no estaba en la malla curricular. Me determiné a aprender a defenderme, así que me metí a practicar Taekwondo. Carlos se sumó, la verdad era muy buen ejercicio, lo pasábamos super bien, y aprendí a dar patadas y combos. 


Un día, Carlos y yo estábamos en la parcela que tenemos en Casablanca, en la punta de un cerro, obviamente con Titán. Nos pusimos a practicar Taekwondo sin contacto, es decir, las patadas y combos no llegan al cuerpo del otro. Titán estaba más o menos a unos 80 metros de distancia, y yo, por echar la talla, le grité "Titán, ayúdame!". En cosa de segundos llegó, se levantó en dos patas y empujó lejos a Carlos. Para que se hagan una idea, tengo que decir que mi marido mide 1,95 y yo metro y medio. Titán lo alejó, y le gruñó. Quedamos perplejos, Carlos le decía "Oye, cómo me haces esto si te doy comida todos los días!". Llamé a Leo, le conté lo que había pasado, y me dijo: "No lo haga nunca más, Titán está adiestrado para protegerla contra quien sea. Justamente  porque lo conoce, es que solamente le dio una advertencia y no lo atacó, pero a la próxima, lo va a atacar". Obvio que nunca más lo hice.


Mi relación con Titán era especial, es difícil de describir, pero aunque jugara y se entretuviera con otras personas, con los niños, con visitas, siempre estaba pendiente de mi, y sus celos llegaban a tal punto que si yo le daba besos a Carlos frente a él, ¡se interponía hasta alejarlo de mi!



En el verano de 2019, estábamos de vacaciones en la parcela Carlos, sus dos hijos Carlos (Caco) y Graciela -ambos tenemos un hijo que se llama Carlos- Titán, y yo.  Caco estaba barnizando la mesa del quincho y había entrado a la casa. En un momento en que salí a la terraza, veo a Titán tragando algo con dificultad, salí corriendo a tratar de ver qué era y quitárselo, pero se apuró más en tragar. A gritos pregunté qué había en la terraza, qué se tragó Titán. Ahi supimos que Caco había dejado sobre la mesa dos paños de cocina, de esos que son de tela como toalla, y ahora había uno. Titán se tragó el otro.


Lo operaron, lograron sacarle el paño, y a los pocos días estaba listo para irse de alta. Ese día, comenzó a tener fiebre. Hicimos de todo, Carlos fue a un hospital a conseguir no sé qué cosa que necesitaba, yo buscando medicamentos especiales, dejé de atender clientes y pasaba horas con Titán en la clínica, todos los días. Me acostaba al lado de él en el suelo, usaron el pabellón para tenerlo, pusieron ventiladores, fueron como 15 días en los que a ratos parecía estar mejorando, y después empeoraba. Le fallaron los riñones, el hígado, tenía septicemia. Todos los días yo le rogaba que no se fuera, y él, aunque se notaba su decaimiento, hacía el esfuerzo de levantar la cabeza cuando entraba a la habitación y lo saludaba. 


(Titán y yo, conversando en la clínica)


A pesar de todos los esfuerzos de los veterinarios, Titán empeoraba. Recibía visitas, Mi hijo, los hijos de Carlos, su veterinaria de toda la vida, Francesca, la Berni que lo bañaba, y Leo, quien lo fue a ver a pesar de que estaba con una lesión en la espalda. Aunque con Leo no se veían hacía años, Titán lo reconoció altiro. Leo lloraba a moco tendido.


(Titán  con Leo en la clínica, ahí Titán ya casi no sostenía la cabeza).


Con el paso de los días, Titán dejó de recibir comida. Estaba queriendo partir, pero yo seguía rogándole que se quedara. Le decía "Titán, no te puedes ir, me debes dos años más, aparte eres virgen, y no has encontrado el zorro de Casablanca, ¡te quedan muchas cosas por hacer en la vida!".


Hasta que un domingo, que habíamos estado en la clínica casi todo el día hasta la hora de cierre (12 de la noche), me cayó la teja. Carlos y yo habíamos llegado a la casa recién, nos estábamos tomando un café, y de repente, de la nada, se me ocurrió que Titán necesitaba mi permiso para irse, literalmente. 

Decidida, le pedí que volviéramos a la clínica para "conversar" con él. Mi marido es científico, pero a la hora de las intuiciones, me apaña, así que partimos de vuelta a la clínica. Amorosos, nos abrieron, y nos dejaron pasar. No hice más que acostarme al lado de él, y decirle que si quería se podía ir, y en ese momento comenzó inmediatamente a convulsionar, falla respiratoria... y lo dejamos partir. El veterinario de turno dijo que lo iba a anotar en la ficha clínica, porque nunca había visto una relación tan profunda entre dueño y perro.  Titán era, literalmente, un miembro de la familia.


Titán, te echo de menos. 


PD1: Souji falleció en el 2013, a los 16 años. 

PD2: Ahora tenemos un Akita Inu, precioso, se llama Senshi.

PD3: Leo hace hasta el día de hoy, correas y collares de cuero, preciosos y absolutamente indestructibles. Doy fe. En FB es Arte Rústico Báruck

PD4: Recién a partir de 2018 comenzó un programa de la PDI con el Poder Judicial y Fiscalías, para perros de contención emocional de niños, niñas y adolescentes víctimas de abuso sexual. Todavía no se ha hecho lo mismo en Tribunales de Familia.










sábado, 27 de marzo de 2021

Darío. Un pequeño homenaje.

 A estas alturas, está más que claro que dejo pasar demasiado tiempo sin escribir en este blog, pero hay días, aunque sean pocos, en que simplemente siento la necesidad de hacerlo. Hoy es uno de esos días. 


Conocí a Darío Jara más o menos en 1995. Había logrado comprarme una casa de 180 mts2 de terreno en La Reina, obvio que con crédito hipotecario, y quería hacer una remodelación. Esa casa tenía construido un  departamento pequeño al que se accedía por el patio. El departamento tenía un espacio en la entrada, no muy grande, una cocina, un baño y un dormitorio. Durante un par de años arrendé ese lugar para poder pagar una parte del dividendo, pero llegó un momento en que pensé que disponía de algún dinero para dejar de hacerlo.


Soñaba con hacer una remodelación para que esa parte quedara integrada dentro de la casa, y no afuera, para usarlo como dormitorio. Habría sido muy mala madre si me hubiera trasladado a dormir ahí y que mis niños durmieran dentro de la casa, o al revés. 


Necesitaba urgente poner distancia entre mi dormitorio y los de mis hijos. 


En esa época, ellos jugaban por internet en la noche algo que se llamaba Tactical Ops (no es que me acuerde del nombre, hijo Carlos me ayudó). Las noches en la casa (no era muy grande, 65 mts2), sobre todo fines de semana y vacaciones,  eran del terror. Carlos en su dormitorio, Aníbal en el suyo, ambos jugaban en equipos diferentes. Carlos se llamaba "Zeta" y Aníbal era "Lord of Chaos", alias Lordi.   


Mientras jugaban, se escuchaban mansos gritos desde ambos dormitorios, "¡Tai campeando conche tu mare!" "¡Friendly Fire, Friendly Fire!" "¡Dispara weón!". A veces Aníbal gritaba ¡friendly fire! y al mismo tiempo Carlos gritaba otra cosa, porque claro, eran equipos enemigos.  Pedí mil veces que no gritaran, que se acostaran un poco más temprano, escuchaba los golpes que daba la vecina contra la pared para que se callaran, pero no había caso. Tactical Ops era indestructible. 


Traté de desarrollar otra estrategia. Si no puedes contra ellos, únete. Así que traté de jugar pero dejé la cagada. Me dio terror que me mataran, entonces me escondía detrás de murallas, no salía de ahí, y me gritaban que estaba "campeando".  Me hice la valiente, salí de mi escondite y ahí supe lo que significaba el "friendly fire". Terminé disparándole a mi propio equipo. No lograba distinguir cuál era cuál. La estrategia de unirme al enemigo no resultó, igual que varias otras. 


Así, me determiné a hacer una super remodelación. Contraté a una arquitecta quien se encargaría de todo, incluyendo permisos municipales, etc.  Así fue como apareció Darío Jara en nuestra vida. El era el "jefe de obras", debe haber tenido unos 40 años, quizás más pero era difícil descifrar su edad. Su cara, sus manos, estaban marcadas por años de polvo de construcción, de duro trabajo.  Era muy responsable, respetuoso, trabajador, y sabía hacer de todo. Sabía hacer las instalaciones eléctricas, la gasfitería, romper murallas, inventar muros nuevos, pintar, poner cerámica, hacer rejas... literalmente todo. 


Vivimos durante meses entre el polvo, materiales, escombros, porque agarré vuelo y decidí que aprovecháramos de remodelar la cocina. Se me ocurrió botar un muro de un dormitorio que estaba al lado de la sala de estar, para convertirlo en comedor. No me molestó mucho, era cosa de cubrir muebles con sábanas y saltar sobre los escombros y materiales, honestamente tengo que decir me me encantan las remodelaciones, porque no veo la mugre, veo cómo va a quedar todo cuando se termine. 


Darío me aguantaba todas mis pequeñas locuras, como por ejemplo comprar "tacos" (piezas de cerámica chicas, cuadradas, de colores y diferentes diseños), y pedirle -a última hora- que los incorporara en las paredes de la cocina, y en uno de los muros exteriores de la casa. Recuerdo que me pidió que le dijera dónde quería colocar cada taco, creo que en total eran 16 con 4 diseños diferentes. Le dije que pusiera 12 en distintos muros de la cocina, sin ningún orden, a diferentes alturas, esparcidos. La idea era que si estábamos en el comedor de diario (un mesa chiquitita), no nos aburriéramos nunca tratando de adivinar la lógica de la distribución de los tacos. Claro, no tenían ninguna lógica.  Darío hizo lo que le pedí, y la cocina quedó preciosa.


Desde esa remodelación en adelante, Darío estuvo presente en la vida familiar. Cada gotera, cada cortocircuito, cambio de piso, era arreglado inmediatamente por él. Era tan confiable, que con el correr de los años le di copia de las llaves de la casa, para que pudiera ir a hacer trabajos aunque no estuviéramos.


En los almuerzos solíamos conversar, y él me contaba que había sido dirigente sindical siendo  muy joven, en la época de Allende, que había incluso viajado a Rusia. Era en realidad, muy culto. 


Me separé en 1998, y desde ese momento en adelante Darío se convirtió en un "marido de repuesto" para los efectos de arreglos de la casa, por pequeños que fueran, porque yo soy de lo más inútil que puede haber. Jamás podría cambiar un enchufe, así que Darío era indispensable. 


Carlos (actual marido, no Carlos hijo), llegó a nuestras vidas a fines del 2008. Como él también tiene un hijo que se llama Carlos, quedaron designados como "Carlotes" (marido), "Caco" (su hijo) y Carlos (el hijo mío) para evitar que cada vez que uno llamara a "Carlos", contestaran los tres o ninguno.


Darío llevaba 10 años cumpliendo el rol de "marido de repuesto".


Recuerdo cuando me asaltaron, el 30 de abril del  2009. Darío ya había cambiado la alfombra por piso flotante,  los marcos de las ventanas y puesto termo panel en el living. La semana anterior yo había comprado un sofá nuevo (el que teníamos era de 1993 y ya estaba requete contra retapizado), y pedí en la tienda que me lo llevaran a más tardar el 29, porque venía un fin de semana largo y nos íbamos a ir fuera de Santiago.  Creo que nunca debí hacer ese comentario, porque me asaltaron al día siguiente de la entrega del sofá. Se suponía que no íbamos a estar.


Eran como las 9 de la noche, había decidido no salir por el fin de semana largo porque no tenía plata, y además mi auto necesitaba su propia remodelación, cambio de aceite y esas cosas misteriosas, así que lo dejé en el taller para mantención. Tres hombres jóvenes abrieron con alguna herramienta la reja de la ventana del dormitorio de Carlos. En ese momento yo estaba sola, así que terminé maniatada y amordazada, y los asaltantes furiosos porque descubrieron que no había ningún auto que robar. 


Menos de una hora después que se fueron y logré zafarme, llegó Darío. Se puso manos a la obra a ver la reja, a contar ventanas, etc., porque obvio, quedé muerta de miedo y quise poner seguros en todas las ventanas, más seguros en la puerta, etc.   Ese fin de semana, Darío interrumpió su descanso, para ir a comprar todo lo que se necesitaba, instaló todos los seguros, cambió chapas (me habían robado las llaves de la casa), arregló la reja. Así era él. 


Nos cambiamos de casa, y Carlos (Carlotes) y yo nos casamos. Darío y yo solíamos reírnos de nuestras desventuras matrimoniales, casi teníamos pronturaio al respecto. Él también era separado y crió a sus tres hijos prácticamente solo, y obviamente estuvo invitado al matrimonio. Era parte de la familia.  Mi marido, sabía que yo venía con dos hijos vivos, una en el cielo, yo sabía que él venía con dos hijos. Así que formamos una familia ensamblada. Lo que mi marido no sabía al principio, pero que descubrió después, es que Darío también venía en el paquete, porque era la única persona en quien yo confiaba para los arreglos de la casa, sobre todo después del asalto.


(en esa foto está Darío con una de sus hijas, en nuestro matrimonio)


Así, a Darío le tocó hacer remodelaciones, pintar, arreglar la nueva casa. Le tocó cambiar el piso, remodelar baños y cocina, cambiar enchufes, de todo,  como siempre. Una vez, dejó en el patio una bolsa con un kilo de yeso, yo le había advertido que Titán, nuestro perro que en ese tiempo era un cachorro gigante, comía cualquier cosa que tuviera por delante. En la mañana siguiente descubrí una bolsa vacía, toda mordida, y yeso en el piso, pero no un kilo. El resto estaba en la guata de Titán. Pensé que la única solución razonable para que no se le secara el yeso en la guata, era darle aceite, hasta que lo botara, así que le di aceite, harta leche, y el asunto no pasó más allá de una diarrea, pero ¡qué manera de reírnos después! Darío me decía "¿¡Qué perro come yeso!? ¡Hay que ser muy hueón!" Y yo le decía "Sí, Titán es un poquito ahueonao pero es lindo y nos cuida". Terminaron amigos esos dos, a pesar que una vez Titán le robó del bolsillo un paño a Darío y se lo tragó instantáneo. 



(la cocina tenía un techo muy alto, como una cúpula, era fría y oscura. Darío hizo un techo falso, se me ocurrió dejar un pedacito de la cúpula, instalar varias luces y pintar con colores distintos, todo eso lo hizo Darío).


Para la última remodelación, que fue más o menos en el 2014, Darío ya estaba enfermo, tenia un enfisema pulmonar, estaba enfermo del corazón, y ya no podía cambiar el techo o limpiar canaletas porque se había caído de una escalera.  La cerámica de los muros quedó imperfecta, porque sumado al paso de los años y enfermedad, yo seguía con mis leseras, entre otras mezclar colores y tipos de cerámica distintos.  Carlos notó las imperfecciones, pero mi respuesta fue rotunda: Se queda como está, lo hizo Darío y además, más vale la gracia de la imperfección, que la perfección sin gracia.

(La gracia de la imperfección)


Esa fue la última remodelación que hizo, con todo el polvo, escombros y materiales, que mi marido no logra entender cómo o por qué logro disfrutar. Después, siguió viniendo a arreglar cada gotera, cada guáter mega tapado, cada enchufe,  ya no era mi marido de repuesto, y Carlos aprendió a disfrutar nuestras conversaciones en los almuerzos. 


En el 2015, Carlos hijo ya vivía por su cuenta, y "heredó" a Darío, quien  se encargó de arreglar puertas, enchufes, etc. en su depa. Darío ya formaba parte de la vida de dos generaciones en nuestra familia. Vio crecer a mis hijos. 


Darío falleció el año pasado, a comienzos de la pandemia. No pude asistir a su funeral, estábamos en cuarentena. Lo echo de menos, quizás por eso tuve que sentarme a escribir sobre él. Donde sea que estés, gracias Darío, por tantos años de lealtad, de compromiso, de trabajo, dedicación y paciencia. Fueron 25 años, y nadie te puede reemplazar.