Contexto: tenía que hacer algunos recursos de amparo y
una apelación de un recurso ídem, pero cada vez que me sentaba frente al
computador, lisa y llanamente no podía. Pensé
al principio, que estaba estresada o cansada, así que me tomaba un recreo. Salía al jardín, trataba de distraerme hacer
otras cosas, volvía a tratar de redactar un recurso de amparo o la apelación y
no podía. Mi mente quedaba en blanco frente al Word. Mejor dicho en negro.
La apelación era respecto de un recurso de amparo que
perdí en la Corte de Apelaciones de Arica. Tiene plazo, así que cada hora que
pasaba bloqueada, era una hora menos de plazo. Después de dos días de esfuerzos infructuosos,
pensé que necesitaba hacer algo banal, superficial, que me distrajera
completamente, así que fui a la peluquería a que me cortaran el pelo (hacía más
de un año que no iba así que igual me hacía falta).
La peluquería no hizo efecto, y eso es grave, sé
que cuando la peluquería no me logra hacer cambiar de chip, algo más profundo
me está pasando, algo más que estar cansada o estresada.
Me di cuenta de que sentía una profunda tristeza que
no me dejaba avanzar, por el recurso de amparo que perdí y que debía apelar.
Ese recurso era en favor de una mujer migrante cuyo marido vive en Chile hace
más de dos años, trabaja, tiene cédula de identidad chilena para extranjeros. Ellos
tienen un hijo de 18 años quien ingresó a Chile junto con su mamá, varios meses
después que el marido, por un paso no habilitado, porque no los dejaron entrar pese
a que cumplían con todos los requisitos para hacerlo.
La señora estuvo tres meses con su hijo en Perú,
varada, hasta que decidió ingresar a Chile a reunirse con su marido de manera
ilegal. No les quedaba otra. Era eso, o seguir pasando hambre, no tenían dónde
ir, porque devolverse a su país de origen definitivamente no era opción.
La Intendencia de la Sexta Región (en realidad
Intendencia Libertador Bernardo O´Higgins, pero él no me cae bien) decretó la
expulsión del hijo quien ingresó a Chile a los 16 años con su mamá y está
estudiando en el colegio desde entonces.
El INDH interpuso un recurso de amparo en favor del
hijo, que fue acogido, por lo tanto, el hijo no va a ser expulsado de Chile.
Anteriormente la Intendencia de Arica y Parinacota decretó
la expulsión de la mamá, pero ese decreto fue notificado a comienzos de este
mes, y me tocó interponer un amparo en su favor ante la Corte de Apelaciones de
Arica, para que se dejara sin efecto el decreto de expulsión.
Antes de interponer el recurso de amparo, un abogado
quien lleva un tiempo trabajando para la Fundación que me contrató, me advirtió
que si mi recurso se veía en la primera sala de la Corte de Apelaciones de
Arica sería acogido, pero si se veía en la segunda sala de la misma Corte,
sería rechazado. Así de simple.
El recurso fue visto en la segunda sala. Por más que me esforcé en hacer un buen
alegato, incluso con fundamentos nuevos, como por ejemplo que el ser humano
migra para sobrevivir desde los Neanderthal, que la naturaleza no reconoce
fronteras, obviamente hice hincapié en el hecho que el marido está trabajando
en Chile, etc., la Corte rechazó el recurso, tal como me había advertido mi
colega. La segunda sala siempre rechaza. Siempre. Aunque algunas salas de la
Corte Suprema le revoque los fallos, una y otra vez.
De esta manera se mantiene vigente la orden de
expulsión de una madre quien se vino a Chile con la esperanza de que su familia
pudiera sobrevivir, comer, lo que en su país de origen no era posible.
Cuando una trabaja como abogada, está acostumbrada a
que las resoluciones o sentencias judiciales no sean siempre las que una espera.
El abogado que diga que gana todos los
juicios está mintiendo, o solo patrocina juicios que son imposibles de perder,
como por ejemplo demandar alimentos para un niño o niña.
Sin embargo, cuando leí el fallo de la Corte que
rechaza el amparo de la señora, lloré y lloré y lloré. No recuerdo haber sufrido un impacto emocional
tan grande con un fallo representando a otra persona. Sí lloré y mucho, durante el juicio seguido
por la muerte de mi hija, pero esa es otra historia. Es muy distinto a sufrir
por un fallo en que uno representa a otra persona.
Al principio pensé que lo que me dolía era la
situación de la señora. Pensaba qué barbaridad
más grande, que el padre y el hijo puedan quedarse en Chile, y que expulsen a
la madre. Con el correr de los días yo
seguía con el bloqueo a pesar de que mi deber era interponer la apelación
dentro de un plazo, lo me causaba aún más angustia. No podía redactar el recurso de apelación, y
tampoco podía entender por qué estaba tan bloqueada, tan incapacitada de poder
hacer algo que estoy acostumbrada a hacer.
Cuando me tocó mi habitual ahora con mi psicólogo
lloré a moco tendido, y conversando con él pudimos aclarar cuál era el origen
de tanto dolor. Era el hecho que se sabe con anticipación qué va a decidir una
sala u otra de distintas Cortes de Apelaciones del país, así como de la Corte
Suprema en esta materia. La legalidad o ilegalidad y arbitrariedad de los
decretos de expulsión de migrantes, cuando no se ha acreditado que hayan cometido
algún delito. Ese es el tema de discusión. Algunas salas estiman que es
arbitrario e ilegal, por lo tanto acogen los recursos, y otras estiman que las
Intendencias tienen facultades administrativas para expulsar gente, sin que en
ningún momento esas personas puedan ejercer derecho a defensa, por lo tanto
rechazan los recursos.
Esto significa que da lo mismo cuánto me esfuerce. Da
lo mismo cuántas ideas se me ocurran, cómo redacte un recurso o si alego bien o
alego mal, porque cada sala de cada Corte tiene su decisión tomada respecto de
esta materia desde hace tiempo y al parecer nada puede modificar eso.
Mi psicólogo le puso nombre a lo que yo sentía. Se
llama desesperanza. Es más que frustración, más que rabia. Estoy acostumbrada a
la rabia y a la frustración, incluso la tristeza, pero no a la desesperanza
total y absoluta. Sentir que todo lo que haga da lo mismo porque estoy
hablándole a una pared de roca paleontololígica.
Una vez que me sequé las lágrimas y se terminó la
sesión con el psicólogo, me quedé pensando, ¿Con qué se combate la desesperanza
cuando ésta es tan rotunda? ¿Cómo se derrumba
una pérdida total de confianza en el sistema judicial?
Es insoportable la sensación, o mejor dicho casi
certeza, que el destino de la persona a quien una defiende depende de la
arbitrariedad de la sala que le toque, como si fuera tirar un dado en un casino.
Esto no se trata de jugar un juego de
azar, se trata de la vida de las personas. Se trata de seres humanos que
necesitan sobrevivir, y lo que el humano ha hecho desde tiempos inmemoriales es
migrar cuando no puede alimentarse en un lugar determinado.
Todos tenemos instinto de supervivencia, es lo más
elemental quizás de la naturaleza humana y de la naturaleza misma. ¿Acaso los
salmones no nadan contra la corriente para poder desovar? ¿Existe alguna
especie, vegetal o animal, que no intente sobrevivir, como sea? No se me ocurre
ninguna.
Claro que como históricamente se han dibujado líneas
que dividen la tierra que es redonda, inventando países, límites, soberanías,
etc., tiene que haber un orden. Pero ese orden no puede nunca, ser más
importante que los derechos humanos.
Al final de cuentas no podía combatir esta desesperanza
inventando de manera ficticia una esperanza vana, porque sé que sería una
mentira. Sé que si la apelación le toca a una sala x de la Corte Suprema se va
a confirmar el fallo que rechaza el recurso de amparo, y que si cae en otra
sala se va a revocar y la señora podría quedarse en Chile junto a su marido y a
su hijo.
Así, la vida de una familia completa
puede verse destruida, o puede tener la oportunidad de sobrevivir, y todo
depende de un dado.
Finalmente descubrí con qué puedo combatir esa tan
profunda desolación, y es pensando que mi deber es hacer mi trabajo de la mejor
manera posible, y la responsabilidad ética y moral de la decisión que se tome es
de los ministros o ministras de las Cortes. Ilustrísimos o Excelentísimos según
cuál sea la Corte, pero la responsabilidad de la decisión es de ellos, no mía. No
sé si existe el infierno, a veces pienso que esto ya lo es, pero me quedo
tranquila con hacer la pega. Punto final.
De este modo, mi conciencia queda tranquila, por el
hecho de hacer el esfuerzo, aun sabiendo que la vida de la señora depende del
azar, y no de lo que todos entendemos
como la verdadera justicia, aquella en la que un juez evalúa caso a caso,
persona a persona, conflicto por conflicto, y de acuerdo a ello, a las pruebas y
un sinfín de artículos, toma su decisión, en vez de tener tomada una decisión
inamovible en contra de migrantes, sin que importe un bledo las circunstancias
personales de cada uno.
En el intertanto, por todo esto no pude seguir
escribiendo sobre Nigeria tampoco.
PD: Logré ingresar la apelación dentro del plazo. Ahora
la vida de la señora, de su marido y de su hijo, depende únicamente de la sala
que toque en la Corte Suprema. Gracias por leer, en algún momento continuaré
con los capítulos sobre Nigeria, porque falta mucho por decir al respecto.
PD2: Si la señora lee esto y se auto identifica, capaz que se enoje porque ella le reza a Jehová. Estoy segura que si la apelación se ve en la sala que acoge los recursos, me va a decir que fue intervención de J. y capaz que tenga razón, total mi esfuerzo vale callampa.










