sábado, 22 de mayo de 2021

Enteramente bloqueada.

 

 


Hay veces en la vida en las que por más que una quiera escribir sobre algo, simplemente no puede.  Eso me pasó hace una semana.

 

Contexto: tenía que hacer algunos recursos de amparo y una apelación de un recurso ídem, pero cada vez que me sentaba frente al computador, lisa y llanamente no podía.  Pensé al principio, que estaba estresada o cansada, así que me tomaba un recreo.  Salía al jardín, trataba de distraerme hacer otras cosas, volvía a tratar de redactar un recurso de amparo o la apelación y no podía. Mi mente quedaba en blanco frente al Word. Mejor dicho en negro.

 

La apelación era respecto de un recurso de amparo que perdí en la Corte de Apelaciones de Arica. Tiene plazo, así que cada hora que pasaba bloqueada, era una hora menos de plazo.  Después de dos días de esfuerzos infructuosos, pensé que necesitaba hacer algo banal, superficial, que me distrajera completamente, así que fui a la peluquería a que me cortaran el pelo (hacía más de un año que no iba así que igual me hacía falta).

 

La peluquería no hizo efecto, y eso es grave, sé que cuando la peluquería no me logra hacer cambiar de chip, algo más profundo me está pasando, algo más que estar cansada o estresada.

 

        

Me di cuenta de que sentía una profunda tristeza que no me dejaba avanzar, por el recurso de amparo que perdí y que debía apelar. Ese recurso era en favor de una mujer migrante cuyo marido vive en Chile hace más de dos años, trabaja, tiene cédula de identidad chilena para extranjeros. Ellos tienen un hijo de 18 años quien ingresó a Chile junto con su mamá, varios meses después que el marido, por un paso no habilitado, porque no los dejaron entrar pese a que cumplían con todos los requisitos para hacerlo.

 

La señora estuvo tres meses con su hijo en Perú, varada, hasta que decidió ingresar a Chile a reunirse con su marido de manera ilegal. No les quedaba otra. Era eso, o seguir pasando hambre, no tenían dónde ir, porque devolverse a su país de origen definitivamente no era opción.

 

La Intendencia de la Sexta Región (en realidad Intendencia Libertador Bernardo O´Higgins, pero él no me cae bien) decretó la expulsión del hijo quien ingresó a Chile a los 16 años con su mamá y está estudiando en el colegio desde entonces.

 

El INDH interpuso un recurso de amparo en favor del hijo, que fue acogido, por lo tanto, el hijo no va a ser expulsado de Chile.

 

Anteriormente la Intendencia de Arica y Parinacota decretó la expulsión de la mamá, pero ese decreto fue notificado a comienzos de este mes, y me tocó interponer un amparo en su favor ante la Corte de Apelaciones de Arica, para que se dejara sin efecto el decreto de expulsión.

 

Antes de interponer el recurso de amparo, un abogado quien lleva un tiempo trabajando para la Fundación que me contrató, me advirtió que si mi recurso se veía en la primera sala de la Corte de Apelaciones de Arica sería acogido, pero si se veía en la segunda sala de la misma Corte, sería rechazado. Así de simple.

 

El recurso fue visto en la segunda sala.  Por más que me esforcé en hacer un buen alegato, incluso con fundamentos nuevos, como por ejemplo que el ser humano migra para sobrevivir desde los Neanderthal, que la naturaleza no reconoce fronteras, obviamente hice hincapié en el hecho que el marido está trabajando en Chile, etc., la Corte rechazó el recurso, tal como me había advertido mi colega. La segunda sala siempre rechaza. Siempre. Aunque algunas salas de la Corte Suprema le revoque los fallos, una y otra vez.

 

De esta manera se mantiene vigente la orden de expulsión de una madre quien se vino a Chile con la esperanza de que su familia pudiera sobrevivir, comer, lo que en su país de origen no era posible.

 

Cuando una trabaja como abogada, está acostumbrada a que las resoluciones o sentencias judiciales no sean siempre las que una espera.  El abogado que diga que gana todos los juicios está mintiendo, o solo patrocina juicios que son imposibles de perder, como por ejemplo demandar alimentos para un niño o niña.

 

Sin embargo, cuando leí el fallo de la Corte que rechaza el amparo de la señora, lloré y lloré y lloré.  No recuerdo haber sufrido un impacto emocional tan grande con un fallo representando a otra persona.  Sí lloré y mucho, durante el juicio seguido por la muerte de mi hija, pero esa es otra historia. Es muy distinto a sufrir por un fallo en que uno representa a otra persona.

 

Al principio pensé que lo que me dolía era la situación de la señora.  Pensaba qué barbaridad más grande, que el padre y el hijo puedan quedarse en Chile, y que expulsen a la madre.  Con el correr de los días yo seguía con el bloqueo a pesar de que mi deber era interponer la apelación dentro de un plazo, lo me causaba aún más angustia.  No podía redactar el recurso de apelación, y tampoco podía entender por qué estaba tan bloqueada, tan incapacitada de poder hacer algo que estoy acostumbrada a hacer.

     

        No había siquiera un dios al que pudiera recurrir para pedir ayuda, ni Buda, ni la Pachamama, ni siquiera Zeus, al que recurro en caso de emergencia porque es el dios más desocupado que existe, y supongo que si soy la única que le reza, me tendría que escuchar, pero tampoco. Mi bloqueo era total.


Cuando me tocó mi habitual ahora con mi psicólogo lloré a moco tendido, y conversando con él pudimos aclarar cuál era el origen de tanto dolor. Era el hecho que se sabe con anticipación qué va a decidir una sala u otra de distintas Cortes de Apelaciones del país, así como de la Corte Suprema en esta materia. La legalidad o ilegalidad y arbitrariedad de los decretos de expulsión de migrantes, cuando no se ha acreditado que hayan cometido algún delito. Ese es el tema de discusión. Algunas salas estiman que es arbitrario e ilegal, por lo tanto acogen los recursos, y otras estiman que las Intendencias tienen facultades administrativas para expulsar gente, sin que en ningún momento esas personas puedan ejercer derecho a defensa, por lo tanto rechazan los recursos.

 

Esto significa que da lo mismo cuánto me esfuerce. Da lo mismo cuántas ideas se me ocurran, cómo redacte un recurso o si alego bien o alego mal, porque cada sala de cada Corte tiene su decisión tomada respecto de esta materia desde hace tiempo y al parecer nada puede modificar eso.

        

Mi psicólogo le puso nombre a lo que yo sentía. Se llama desesperanza. Es más que frustración, más que rabia. Estoy acostumbrada a la rabia y a la frustración, incluso la tristeza, pero no a la desesperanza total y absoluta. Sentir que todo lo que haga da lo mismo porque estoy hablándole a una pared de roca paleontololígica.

 

Una vez que me sequé las lágrimas y se terminó la sesión con el psicólogo, me quedé pensando, ¿Con qué se combate la desesperanza cuando ésta es tan rotunda?  ¿Cómo se derrumba una pérdida total de confianza en el sistema judicial?

 

Es insoportable la sensación, o mejor dicho casi certeza, que el destino de la persona a quien una defiende depende de la arbitrariedad de la sala que le toque, como si fuera tirar un dado en un casino.  Esto no se trata de jugar un juego de azar, se trata de la vida de las personas. Se trata de seres humanos que necesitan sobrevivir, y lo que el humano ha hecho desde tiempos inmemoriales es migrar cuando no puede alimentarse en un lugar determinado.

 

Todos tenemos instinto de supervivencia, es lo más elemental quizás de la naturaleza humana y de la naturaleza misma. ¿Acaso los salmones no nadan contra la corriente para poder desovar? ¿Existe alguna especie, vegetal o animal, que no intente sobrevivir, como sea? No se me ocurre ninguna.

 

Claro que como históricamente se han dibujado líneas que dividen la tierra que es redonda, inventando países, límites, soberanías, etc., tiene que haber un orden. Pero ese orden no puede nunca, ser más importante que los derechos humanos.


Al final de cuentas no podía combatir esta desesperanza inventando de manera ficticia una esperanza vana, porque sé que sería una mentira. Sé que si la apelación le toca a una sala x de la Corte Suprema se va a confirmar el fallo que rechaza el recurso de amparo, y que si cae en otra sala se va a revocar y la señora podría quedarse en Chile junto a su marido y a su hijo.

 

         Así, la vida de una familia completa puede verse destruida, o puede tener la oportunidad de sobrevivir, y todo depende de un dado.

 

Finalmente descubrí con qué puedo combatir esa tan profunda desolación, y es pensando que mi deber es hacer mi trabajo de la mejor manera posible, y la responsabilidad ética y moral de la decisión que se tome es de los ministros o ministras de las Cortes. Ilustrísimos o Excelentísimos según cuál sea la Corte, pero la responsabilidad de la decisión es de ellos, no mía. No sé si existe el infierno, a veces pienso que esto ya lo es, pero me quedo tranquila con hacer la pega. Punto final.

 

De este modo, mi conciencia queda tranquila, por el hecho de hacer el esfuerzo, aun sabiendo que la vida de la señora depende del azar, y no de lo que  todos entendemos como la verdadera justicia, aquella en la que un juez evalúa caso a caso, persona a persona, conflicto por conflicto, y de acuerdo a ello, a las pruebas y un sinfín de artículos, toma su decisión, en vez de tener tomada una decisión inamovible en contra de migrantes, sin que importe un bledo las circunstancias personales de cada uno.

 

En el intertanto, por todo esto no pude seguir escribiendo sobre Nigeria tampoco.

 

PD: Logré ingresar la apelación dentro del plazo. Ahora la vida de la señora, de su marido y de su hijo, depende únicamente de la sala que toque en la Corte Suprema. Gracias por leer, en algún momento continuaré con los capítulos sobre Nigeria, porque falta mucho por decir al respecto.

PD2: Si la señora lee esto y se auto identifica, capaz que se enoje porque ella le reza a Jehová. Estoy segura que si la apelación se ve en la sala que acoge  los recursos, me va a decir que fue intervención de J. y capaz que tenga razón, total mi esfuerzo vale callampa. 

domingo, 16 de mayo de 2021

Nigeria: capítulo 11 de ¿ ? Voluntariados y el momento más desgarrador que merece quedar escrito.


(Segundo orfanato pero me fascina esa foto así que la puse primero)



Mónica me ayudó un montón dándome consejos, presentándome a distintas personas quienes hacían labores de voluntariado, a veces íbamos juntas, a veces yo agarraba vuelo por mi cuenta, casi siempre acompañada de Isah, a veces con él y Carlos.


Mientras Carlos seguía trabajando en el Banco Central metido todo el día en un edificio que tenía energía eléctrica, comida y agua, los hombres vestían de terno (algunos de manga corta eso sí, se las cortaban por el calor), yo salía con Isah, nuestro chofer/guardaespaldas y finalmente amigo, a aventurarme en el mundo de la pobreza, de niños y niñas en orfanatos, de mujeres maltratadas. 


Después de ir por primera vez a un orfanato (capítulo 6), y una vez más o menos repuesta del impacto, le comenté a Carlos lo que había visto y le pedí que me acompañara los fines de semana, al menos algunos, a diferentes lugares. Él al principio se resistía, no le veía la lógica al asunto. ¿Para qué ir un par de veces a un orfanato, si igual no podíamos ayudar? Para mi era algo que no tenía nada que ver con lógica. Lo que hacía Mónica era extraordinario, simplemente estar ahí, jugar con los niños y niñas, acompañarlos, porque en realidad las cuidadoras se encargaban sólo de alimentarlos y a veces ni siquiera eso.  


En ese primer orfanato, dirigido por una abogada Nigeriana, conocí a muchos niños, vi cómo se peleaban por un lápiz a color (si mal no recuerdo Mónica llevaba lápices y papel, los niños alucinaban pero no alcanzaban para todos, era una caja y tenían que compartir) y ahí conocí a Joseph. El tiene capítulo aparte que escribí hace más de 10 años. Nadie sabía la edad de él, calculo unos tres añitos, lloraba y lloraba todo el día, y tanto para los demás niños y niñas como para las cuidadoras, era normal que llorara porque era nuevo, y no había que consolarlo, sólo había que esperar a que se acostumbrara. El solito tenía que aprender.  Al principio cuando trataba de acercarme a él, para tan sólo abrazarlo, darle afecto, él me rechazaba, pero pasados unos días, me dejó tomarlo en brazos, lo consolaba en castellano, e incluso cuando yo llegaba iba corriendo hacia mí, al mismo tiempo que los demás niños corrían hacia Mónica. El amor no tiene idioma.



(Joseph)


Un día vi a una cuidadora que mientras caminaba por el pasillo, repartía correazos a quien le llegaran, porque sí. No me acuerdo si era una correa o una rama o un látigo, pero golpeaba a los niños y niñas con mucha fuerza. Algunos lloraban, otros no se atrevían y se tragaban el dolor. Al ver esa conducta me inundó la rabia, y dije a Mónica que debíamos hacer algo. Ella me advirtió que era mejor no hacer nada, porque no era nuestra  labor hacer de vigilantes y menos andar acusando, que además el tema era delicado porque es parte de su cultura y no les gusta que un extranjero les venga a decir lo que deben o no hacer. 


Claro, eso de que otro le venga a decir a uno cómo criar a niños, puede llegar a ser ofensivo. Igual que acá, cuando un sector de nuestra sociedad dice "con mis hijos no te metas", para evitar la educación sexual. 


El asunto es que soy porfiada y rebelde (siempre con causa), y decidí ir a conversar con la directora. En el tono más amable que pude inventar le dije que lamentablemente había visto algo que estaba segura ella no promovía ni aceptaría (sabiendo que sí lo aceptaba), y era esta cuidadora que golpeaba a los niños y niñas mientras caminaba, sin motivo alguno. Para mi, el castigo físico es inaceptable y punto, no hay motivos que lo justifiquen, pero para ellos pensé que quizás ese tipo de castigos era normal, pero debía existir un motivo. Una vez más, me equivoqué. La directora me mandó a la mismísima mierda, que cómo se me ocurría ir a decirle la forma en que debían tratar a los niños, que todos los blancos somos iguales, siempre imponiendo nuestras ideas, y con qué moral venía yo a decir cómo educar a los niños allá, si en Inglaterra muchísimos niños y niñas consumen drogas, en cambio en Nigeria no. 


Paréntesis: siempre me confundían con inglesa o gringa, pero en ese momento los ánimos estaban caldeados y no valía la pena sacarla del error, menos aún si en Chile hay miles de  niños y niñas que sufren maltrato, consumen drogas, etc. 


Cuento corto, me echaron del orfanato con viento fresco, nunca más vi a Joseph ni a los demás niños y niñas, y ni siquiera pude despedirme de ellos.


Ese día, nuevamente, llegué de vuelta al hotel a tirarme de guata a la cama a llorar, hasta poco antes que llegara Carlos.


Por suerte que Mónica solidarizó conmigo, y un sábado o domingo nos llevó a otro hogar, acompañada con su pareja, Newman. 


Fuimos al segundo orfanato que quedaba fuera de la ciudad de Abuja. Era mucho más grande, tenía varias casas, diferenciando a los niños según edad y género. Me concentré primero en las niñas que creo tenían entre 6 y 12 años de edad, mientras que Carlos hizo lo mismo con los niños. El armó un partido de fútbol (creo que llevamos una pelota), y yo jugué a la peluquería. A las niñas mi pelo les llamaba mucho la atención, se reían a carcajadas porque me hacían trenzas y se me desarmaban. Conversamos, jugamos, lo pasamos bien. en el intertanto, Mónica y Newman también jugaban a diferentes cosas. 




Me acuerdo que Mónica era (es) muy creativa, había acumulado algunas de esas cosas que daban en los aviones para cubrir los ojos y poder dormir, y con algo tan simple como eso, inventaba juegos que los niños disfrutaban muchísimo. 



(Mónica con los niños)



(Carlos con su equipo de fútbol)




En ese hogar había muchas niñas musulmanas, no sé si el orfanato lo era, pero era distinto del anterior en ese sentido, y también mucho mejor porque los niños y niñas tenían más espacio, patio para jugar.


Noté que varias de las niñas tenían las marcas de sus tribus, cosa que había visto anteriormente, pero la marcas de dos niñas en particular, me apretaron el corazón. La niña de la foto de entrada, y la de la foto a continuación. Ambas tienen la misma marca, misma mejilla. Para que quede esa cicatriz, las cortan casi al nacer, y ponen ramas de algún arbusto en la herida para evitar la cicatrización, de esa manera la cicatriz queda ancha y perentoria.




En ese momento, mientras trataba de seguir jugando, mi mente recorría la Convención sobre los Derechos del Niño (igual que en el primer orfanato), y pensaba "Qué brutalidad más grande, cortarle la cara a un bebé, para que le quede una cicatriz y marcarlo de por vida". Atentaba contra no sé cuántos artículos de la Convención. Después me di cuenta del orgullo que sienten por sus marcas, forma parte de su identidad. Se identifican más con su tribu que con ser nigerianos, y lo re-pensé. ¿Con qué derecho voy a juzgar esa costumbre, si nosotros les hacemos hoyos en las orejas a las niñas al nacer, para que se pongan aros que nada significan?  Así que más bien me dediqué a escuchar y tratar de aprender.


A la hora del té, Carlos y yo decidimos entrar a la casa de los bebés, niños y niñas de cero a 5 años, más o menos. El olor de esa casa era indescriptible, básicamente un mezcla de orina añeja, y caca. Logramos sobreponernos al olor y nos integramos a jugar con las guaguas. Un bebé vino gateando hacia mí, se sentó, y levantó sus bracitos como diciendo "tómame en brazos", así que le obedecí. Lo tomé en brazos como si fuera mío, para abrazarlo y acogerlo como lo hice con Joseph, pero estuve a punto de vomitar. El hedor que emanaba del pañal de ese bebé era de varios días sin muda, sin baño. No exagero si digo que probablemente el pañal pesaba más que la guagua. Nuevamente me inundé de rabia, y a riesgo de ser expulsada, lo llevé donde una cuidadora y le dije simplemente "Este niño necesita un baño urgente", y nada de sonriente, se lo llevó. 


Alcancé a darme cuenta antes que se lo llevara, que ese bebé que parecía de unos seis meses de edad, que no sabía caminar ni pararse, tenía necesariamente más de un año de edad, por la dentadura. ¡Tenía hasta muelas! ¿Sería un niño con discapacidad? No, porque de tamaño era demasiado pequeño. Era un bebé que no se había desarrollado de acuerdo a su edad, probablemente por desnutrición, negligencia, maltrato, abandono, y por supuesto, falta de afecto y estímulos. 


Al rato avisaron que tomarían el té, había una mesa grande, las niñas y niños se apresuraron en sentarse antes que sirvieran, todos en perfecto orden y silencio. En eso veo al bebé que ya habían bañado, y otro más, gatear a la velocidad de un rayo y ponerse debajo de la mesa. No entendí la conducta de esos dos bebés, ni la de las cuidadoras. ¿Por qué, mientras los demás niños y niñas se sentaban a esperar su té, estos dos bebés gatearon a ponerse debajo de la mesa? ¿Estarían asustados? Mi parte de lobo se agudizó, empecé a observar a la "manada", cada detalle, quien iba, quien venía, los rostros de niños y niñas, los platos, el lenguaje no verbal de los dos bebés que estaban debajo de la mesa. 


Las cuidadoras (eran dos para unos 30 niños y niñas) les sirvieron una taza de té y un pan a cada uno. Voy a decir algo que ya a estas alturas debería ser obvio: el pan no tenía agregado. Nada de mantequilla, mermelada o queso. Solo pan.


En cuanto las niñas y niños sentados a la mesa en silencio sepulcral (yo pensando "qué raro, se portan demasiado bien"), los dos bebés que estaban debajo de la mesa empezaron a movilizarse rápidamente. Uno de ellos en realidad no gateaba sino que se arrastraba usando sólo los brazos. Ambos miraban atentamente el suelo, yo no entendía nada, hasta que lo vi. A medida que los niños mayores comían, caían pequeñas migajas de pan al suelo, que eran recogidas y tragadas rápidamente por los bebés. Ése era su alimento. Las migajas.


Ok. Conectada con ese recuerdo, no puedo seguir. Al menos no por ahora. Hasta el día de hoy, cuando me acuerdo, es como estar allá de nuevo y ver y oler todo, pero en cámara lenta. Es un recuerdo verdaderamente desgarrador. 


Continuará. 


PD: La razón que me dieron las cuidadoras para no darles alimento a los bebés, era porque no sabían sentarse a la mesa por su cuenta. Cuando aprendieran a hacerlo, se ganarían el té. 


PD2: Ese día, Carlos también lloró.


PD3: Después del té, llegaron mujeres musulmanas a regalarle dulces niños y niñas grandes, y se fueron. Era el día de la solidaridad o algo así.


PD4: Mónica (qué impresionante, una especie de reencuentro después de casi 12 años) dejó un comentario en el capítulo 8, y es el siguiente:

"El orfanato de varias casas, el único que parece funcionar realmente bien, está en Gwagwalada y es de Aldeas Infantiles (SOS), una ONG muy reconocida en Europa. ¿Recuerdas que el director nos habló de los derechos de los niños?
Y la aldea donde iba el doctor Abengowe se llama Kobi.
¡Un abrazo!"


miércoles, 12 de mayo de 2021

Nigeria: capítulo 10 de ¿ ? La guata de Carlos y sus consecuencias tragicómicas: nuevos aprendizajes.

 


(Carlos haciendo gesto de "estoy hasta la coronilla", por supuesto que enfermo del estómago)


En el capítulo anterior, quedamos en el pescado asado que se comía entre todos con las manos, sacando de a pedacitos. Por mi parte, después del primer pedazo que me tragué que incluía la piel del pobre pez fallecido, barnizada con ají, casi me da un infarto de lo picante. Creo que me tomé tres botellas de coca-cola para poder superarlo.


Para no variar, aquí viene el paréntesis: la comida nigeriana tradicional es extremadamente picante, y la razón de ello es para aumentar el sudor. Con la transpiración, el cuerpo se enfría y de ese modo soportan mejor el calor. Al menos eso nos dijeron. En definitiva, nunca logré acostumbrarme al picor ni al olor de algunas personas, y terminé adaptándome por la vía de evitar subirme a los  ascensores con mucha gente dentro, y tomando mucha bebida. 


Incluso lo de tomar una bebida envasada era complejo. Ya sabíamos que el hielo estaba fuera de discusión, pero ¿y qué de la higiene de los vasos de plástico, si los lavaban con agua no potable? Había que pensarlo dos veces. Luego, la alternativa que podría haber parecido más eficaz, era tomar directo de la botella, pero tampoco, porque eran de vidrio con tapas de metal, y todo entero oxidado. 


En definitiva, hasta el más mínimo detalle en cuanto a alimentación fuera del hotel, significaba riesgo de terminar nuestra existencia terrenal, porque además, después de tomar tanta bebida había que encontrar algún baño, lo cual podía, en ciertos lugares o mejor dicho en casi todas partes fuera del hotel, revestir características de tragedia.



(baño en una feria, sin energía eléctrica ni agua, puerta de metal sin ventana. Al cerrar la puerta, oscuro como boca de lobo.)

Fue así, que la noche de los pescados, al llegar al Hotel, Carlos ya se sentía pésimo. No voy a entrar en mayores detalles pero digamos que unas horas después de llegar, estaba en serio riesgo de deshidratación.


Llamé a la operadora del hotel, y pregunté dónde había un hospital, explicando que Carlos estaba enfermo. A esas alturas, ya nos conocían, Carlos era "Professor Carlos" y yo era "Mrs. Carlos" (señora Carlos).  Nunca me llamaron por mi nombre dentro del hotel.


La telefonista me explicó que el Hotel tenía su propio centro médico, ya que no habían hospitales, indicándome el lugar en que estaba dicho centro, dentro de la inmensa mole de edificio en que estábamos. 


Ya de madrugada, llegamos a la puerta del centro médico, y claro, como chilenos, asumimos que había que abrir la puerta, pero una vez más, parece que nos equivocamos, porque al abrir la puerta vimos una escena que jamás vamos a poder olvidar.


Era una antesala pequeña, con un escritorio a la derecha y un sofá a la izquierda. 


Sobre el sofá, estaba la doctora de turno en pleno acto sexual, sumamente apasionado, con un hombre al que reconocí de inmediato: era uno de los garzones de uno de los cinco restaurantes del hotel.  Fue un instante, sólo un instante, porque de inmediato cerramos la puerta (quedándonos afuera, obvio) y nos miramos con cara de "¿¿¡¡Viste lo mismo que yo!!??"


Atónitos, quedamos paralizados fuera de la puerta, creo que casi no nos atrevíamos a respirar. Si no fuera porque Carlos estaba tan enfermo y necesitaba -de nuevo- un baño en forma urgente, nos habríamos ido para favorecer el término de la muy privada situación de la doctora y el garzón, pero ya habíamos interrumpido y provocado automáticamente un coitus interruptus, porque dicho sea de paso, la cara de la doctora cuando abrimos la puerta y el salto que se mandó, fueron notables. Ella era, sin duda, una persona de reflejos veloces. 


Quizás estuvimos mirando fijo la puerta 10 segundos, o un minuto, no lo sé, fue el tipo de situaciones en que uno siente que el tiempo se detiene ante el impacto lo inesperado.


La puerta se abrió, la doctora aún ordenándose el pelo y la ropa, pidió disculpas y nos hizo pasar, mientras el garzón salía apuradito mirando al piso. 


Había una sola sala de atención, o más bien una salita pequeña. Pasamos, la doc preguntó qué le pasaba a Carlos, y en menos de un minuto le dio 9 pastillas de algo que nunca supimos qué era, le dijo que tomara tres al día por tres días, y eso sería todo. 


Sea lo que sea, la pastilla era milagrosa. Al día siguiente Carlos ya estaba menos pálido, y sí, al tercer día estaba notoriamente vivo. 


A raíz de la primera, pero no la última, colosal incontinencia estomacal de Carlos, tuvimos que empezar a ser muy cuidadosos en cuanto a la alimentación, y él decidió jamás nunca por ningún motivo, cuestión o circunstancia, comer fuera del hotel o del Banco, que tenía también su propio restaurant. Dicha decisión no fue siempre posible de cumplir,  y el pobre tuvo que volver donde la doctora varias veces durante nuestra estadía, siempre le entregaban las mismas pastillas misteriosas en la misma cantidad y se mejoraba, pero el proceso era arduo. 


Paradojalmente, mientras él se enfermaba y yo lo cuidaba, o él me protegía de escupos y otras cosas, nuestra relación se fue haciendo cada día más profunda.  El amor crecía en la medida que los líquidos al interior del cuerpo de Carlos se perdían quien sabe dónde. 


La foto de la entrada no es de los pescados, es de "otra vez", porque en el transcurso del tiempo y múltiples aventuras, Carlos se enfermó de la guata varias veces, pese a las precauciones. Por mi parte, yo lo trolleaba porque de verdad, tengo un estómago de fierro. 


En este video, Carlos ya no comía y era yo la encargada de comer de todo, probar nuevos sabores, y por supuesto, lo que más disfrutábamos ambos era compartir con la gente. La solución para tomar bebidas era usar pajillas, que aunque hubieran sido tomadas por muchas manos, quizás no limpias, por lo menos no eran lavadas. Así, para preservar nuestra vida, debíamos aportar a la destrucción del planeta utilizando plástico. Triste y vergonzoso, pero cierto.





El video original dura como cuatro minutos, lástima que no lo pude subir completo. 


En el intertanto, yo seguía tratando de adaptarme al uso de los vestidos nigerianos, pero como  tanto los vestidos completos como las blusas tenían un cierre en la espalda, cuando yo me vestía después que Carlos se iba a trabajar, tenía que solicitar auxilio a alguna de las trabajadoras del hotel, aprovechando que estaban haciendo aseo. Fue así, que me sugirieron usar las faldas más típicas, que son en realidad un gran pedazo de tela que sencillamente se envuelve alrededor de la cintura y se amarra. Ahí aprendí que no todo lo que parece sencillo lo es. 


No sé cómo diablos se me ocurrió bajar a comer en la noche con Carlos, y vestirme sola con una de esas faldas. El resultado fue que se me desarmó por dentro, una de las vueltas (no la amarra) se resbaló, y terminó entera desparramada y yo muerta de vergüenza haciendo total ridículo tratando de caminar mientras me sujetaba la falta, por los elegantes pasillos del hotel.


Única solución posible al drama de mi torpeza: pedir que el sastre del hotel (que también había) cometiera una barbarie y le pusiera un elástico a la cintura. El resultado de aquello fue que con esas faldas, me convertí en Morticia Addams, porque al cortar la tela y hacer la falda recta, mis pasos sólo podían ser del ancho de mi cintura. Las faldas originales eran muchísimo más cómodas para quienes saben cómo diablos amarrarlas. 


To be continued....


PD: Una de los grandes beneficios de las personas de color, es que aunque se pongan rojos de vergüenza, no se les nota. O sea, para ellos no existe eso de ponerse rojo, entonces la plancha pasa piola.

sábado, 8 de mayo de 2021

Nigeria: capitulo 9 de ¿ ? La Roca que no se deja tocar, Isah, la salida de burbuja y la guata de Carlos.

 


Llevo varios días con la mente y el alma en Nigeria. Tenía toda esa experiencia guardada, había escrito algunas cosas hace años,  pero por alguna razón que en mi calidad de escribidora ignoro, se me está saliendo todo a borbotones, en una especie de diálogo imaginario con lectores. Racionalmente sé que es un monólogo, pero prefiero imaginarlo como una conversación. 


Quizás sea porque estoy por cumplir 60, el encierro por el COVID19, el deseo de que la travesía no quede en el olvido, o porque no quiero pensar en los abusos que sufrí de niña. Me tocó ir a declarar a la PDI hace unos días. Fue duro, lloré cinco pañuelos empapados, pero a la vez fue un alivio. Me saqué un elefante de encima, aunque sé que mi agresor seguirá en la más absoluta y cruel impunidad. Quizás irme a Nigeria sea una buena vía de escape  para poder sobrevivir, y si es así, vale. Quizás es una mezcla de todas las anteriores, el asunto es que empecé y no puedo parar. 


Hace un rato me acordé que la primera vez que fui a ese orfanato con Mónica, no fui con Isah sino en un taxi común. Al llegar Mónica me preguntó cuánto me cobraron, le di el monto, y me dijo que me habían aplicado el skin rate. Pagué el doble de lo que valía. 


Allá casi no existen los taxímetros, y los pocos taxistas que tienen no lo usan o hacen trampa.  La costumbre es preguntar el valor del viaje antes de subirse al taxi pero yo no sabía, eso me lo explicó Mónica. Ella ya era experta en el tema así que me dio instrucciones perentorias de jamás pagar más de no-me-acuerdo cuántas nairas por el recorrido. 


A todo esto, los billetes de nairas eran asquerosos, tenían un olor muy particular, como a un cúmulo de grasa de miles de manos y ese olor quedaba pegado en las manos pero había que aguantarlo hasta llegar de vuelta al hotel. Todavía tengo algunas nairas guardadas, porque según mi propia teoría mágica, si tengo los billetes o monedas de un país, voy a volver. Me encantaría hacerlo, tengo hasta un plan sobre qué haría y qué llevaría, pero también un problema insalvable: Carlos no quiere volver por ningún motivo. 


Así, a la vuelta del orfanato y contra todas las enseñanzas de mi niñez, a contrapelo, regateé el precio y no pagué el doble sino un tercio más que el valor que pagaría cualquier persona de piel oscura. Igual me sentí vencedora. 


No es fácil aprender a regatear siendo adulta, sobre todo si te enseñaron que es mala educación, que es vergonzoso porque implica mostrar pobreza, rasca, y cosas por el estilo que me inculcaron a fierro fundido en las neuronas de pequeña. Confieso que me criaron cuica, pero porfa, no me discriminen, no es mi culpa. Carlos, en cambio, fue criado en base a regateo porque sus padres eran profesores normalistas, de esos con vocación, mal pagados y necesitaban regatear para sobrevivir, por lo tanto él es experto en lo que parece ser el arte del regateo, y no es algo que tenga relación con que si tiene o no dinero, es simplemente un hábito. 


Esto lo descubrimos durante la estadía en Nigeria, por lo tanto él quedó para siempre con la carga del regateo porque simplemente no sirvo para eso, me da vergüenza. 


Gracias a Isah, los fines de semana salíamos a pasear, a conocer lugares que nos recomendaba. Desde el principio nos habló de ir al norte, al estado de Kano, donde hacía "frío", porque se daba cuenta fácilmente que no estábamos acostumbrados a vivir a 44°C o más, 24/7. Por supuesto que el elegante hotel en que estábamos había aire acondicionado, pero saliendo del hotel había que apañar con el calor. 


Yo, bruta e ilusa, soñaba con ir a algún parque nacional y encontrarme con elefantes, jirafas, selva, animales en libertad. Eso no está precisamente en Nigeria, sino en Sudáfrica, el parque Kruger por ejemplo. Gracias al lento internet, fue cuestión de un par de horas darme cuenta que para llegar al Parque Kruger teníamos que tomar un avión hasta Europa y desde allá a Sudáfrica, lo cual era ridículo. Isah nos dijo que cerca de la capital de Kano, en Gadun había un zoológico-parque famoso, y que podría llevarnos un fin de semana en que no tuviera que cumplir deberes con su esposa. 


Abuja está en el centro de Nigeria, en el territorio de la Capital Federal. La zona central se caracteriza por tener una población casi mitad cristianos y mitad musulmanes, pero el norte es otra cosa. Allá la población es 80% musulmana, pero con Isah estábamos muy bien asesorados. Aún cuando Kano estaba a poco más de 300 kms. de distancia, Isah nos dijo que el viaje era muy largo, y que el ideal era esperar un feriado porque ir y volver en dos días era imposible. También nos dijo que por ningún motivo podíamos arrendar un auto e ir por nuestra cuenta, era demasiado peligroso que una persona blanca manejara por esas carreteras. Hicimos fe de lo que nos dijo Isah y dejamos el plan de Kano para más adelante. 


Fuimos a Zuma Rock, en Kaduna. Según Isah es una roca muy importante, una deidad  protectora de malos espíritus. Se decía que en las noches se escuchaba a los muertos y por eso no se había podido construir un tremendo resort que estaba planificado. Cada vez que intentaban construir, los empleados huían por los sonidos nocturnos, lo que sumado a las creencias de los Gwari, habitantes ancestrales de la zona,  los obligaba a considerar el lugar como sagrado y no tocar la roca. Lo que es innegable, es que en la roca se ve clarito un rostro, con ojos, nariz y boca. 



(Recuerden, fotos con tecnología del 2009, tomada con zoom. Los postes y cables que se ven fueron puestos alguna vez pero estaban de adorno).



No había camino para llegar hasta la roca, nos estacionamos en la carretera, distante quizás, un kilómetro de Zuma. Yo, por supuesto, fui derecho a meterme a la selva para llegar a la roca, cuando Isah me pega un grito: "¡¡NO!!". Claro, había un detalle en el que no pensé en ese momento. Las culebras y otros animales, algunos reptiles o otros con garras y dientes. No se podía entrar. 


Quizás tan impactante como Zuma fue el camino para llegar allá.  Ahí vimos por primera vez, la zona fuera de la capital, hacia el norte. Una cara nueva.






Ahí estaba patente la Nigeria sobrepoblada, pobre, sin infraestructura. El resultado de la imposición de la cultura occidental con metrópolis, que los habitantes ancestrales no podían, ni pueden, entender y que además sólo causa destrucción de su forma de vida. 


Los occidentales tenemos la mala costumbre, narcisista, "occidentocéntrica", brutal, de creer que nuestra forma de vida es la correcta, y peor aún, imponerla a los demás por la fuerza. Eso fue lo que paso en África. Nigeria -así como los demás países- es un invento, producto de quien sabe cuáles negociaciones entre los invasores ingleses, franceses, holandeses, belgas, quienes irrumpieron en un continente y sin piedad, se tomaron a la gente, la tierra, esclavizaron, robaron, impusieron idiomas, y una forma de vida a la que los pueblos originarios, en muchos sentidos, nunca se pudieron adaptar. 


La gran tragedia de Nigeria en particular, no es sólo la invasión de Inglaterra, sino que al producirse la independencia en 1960, los ingleses se fueron y los dejaron botados, probablemente debido a que no se había descubierto aún el petróleo. Desde entonces, Nigeria ha sufrido guerra civil (Biafra), hambruna, múltiples dictaduras, y en definitiva, pareciera que de ninguna manera la riqueza del petróleo le va a llegar a la gran, gran mayoría de los ya más de 200 millones de habitantes. 


La pobreza de ellos no es la que nosotros conocemos. Tiene que tener otro nombre, es miseria. 




Sé que no es gracioso ni entretenido escribir sobre este tema, pero es lo que vi, lo que me demolió el alma en pedacitos, lo que me hace querer escribirlo aunque duela. 


Creo que en ese viaje de "turismo", Carlos empezó a darse cuenta que las cifras y estadísticas del Banco Central no eran suficientes para comprender la realidad, y menos para pretender dar solución a la pobreza con un modelo macroeconómico bacán, que sin duda él era -y sigue siendo- perfectamente capaz de hacer. 


No es algo tan lejano de lo que pasa en Chile, acá la gente encargada de las políticas económicas, etc., también vive en la burbuja de cifras y estadísticas, sin jamás poner los pies en la tierra ni meterlos en el barro, cuando eso es precisamente lo que debieran hacer. 


Ahora, como no todo es tragedia, y además el devastador panorama que vimos era lo normal para Isah, a la vuelta -ya de noche- nos llevó a uno de sus restaurantes favoritos a comer pescado asado. 


Obvio que el restaurant no era como los que conocemos, ni siquiera una picada. Era un lugar donde había locales juntos, como los sastres pero sin techo, y cada local contaba con algunas mesas y sillas. La gran mayoría de las asaderas eran mujeres y niñas, y la gran mayoría de los clientes, hombres. 





(En esa foto se puede ver, aunque con dificultad, que debajo de las asaderas hay braseros, ahí cocinan las papas fritas)



(Carlos con Isah antes de comer el pescado)


El pescado se asaba revestido con una tonelada de ají o algo muy picante y se comía con las manos, en grupo. Es decir, servían el pescado con las papas fritas que se cocinaban en sartenes que estaban debajo de las asaderas, e íbamos picoteando entre los tres. No me demoré mucho en descubrir que sólo podía comer la parte interior, casi me desmayo cuando agarré el primer pedazo con ají y todo. 


Por supuesto que la música, la alegría y el baile no faltaron, y tampoco que la gente y en particular los niños se nos acercaran porque somos blancos, lo que les causaba curiosidad. Los adultos, si bien eran amables y alegres, a veces nos miraban con desconfianza, resultado ineludible de cientos de años de martirio y abusos  sufridos a manos de gente que se creía mejor y más importante que ellos por el color de la piel. En ese sentido, al estar con Isah estábamos más o menos salvados de tanta desconfianza y además, del skin rate y de los escupos. Isah fue, durante todo el tiempo que estuvo con nosotros, nuestro protector. Hasta hace unos tres años, de vez en cuando me llamaba para saludar y decir que nos extrañaba. Creamos un lazo con él, basado en el principio fundamental de las tres R: Respeto, Reciprocidad, y Reconocimiento. 



 

Al final del día, lo pasamos chancho, pero el lugar estaba al lado de un recinto militar, y a las 11 de la noche en punto, se escucharon tres balazos. No era una guerra, era el aviso que había que irse. 


En otra entrada, les contaré cuál fue el efecto -por cierto dramático- del pescado en el estómago de Carlos. Yo puedo comer sapos y culebras, no me pasa nada, pero él.... 



Continuará.












Nigeria, capítulo 8 de ¿ ? : Más que dos mundos. Mundos paralelos.

 











(Con Carlos en el orfanato)



Cuando Carlos llegaba de vuelta del trabajo a veces me comentaba -aunque yo no entendía nada y hasta el día de hoy no entiendo- sobre la economía de Nigeria. 


Me decía que es un país rico, que las estadísticas indicaban un ingreso per cápita X, el PIB, el PAB, el POB, qué sé yo. Se suponía que todo estaba bien y parecía que el problema que querían resolver era la inflación o algo así. Las nairas (moneda nigeriana) valían cada día menos. Me comentaba sobre la "maldición del petróleo", que significa que al ser el petróleo el único producto de exportación, prácticamente no existía industria o agricultura, otras fuentes de producción o algo así.  Para entenderlo bien, Carlos tendría que escribir el blog, no yo.  El asunto era que en su trabajo, todo parecía perfecto. El edificio espectacular, agua potable propia, energía eléctrica ídem, restaurant dentro del banco, de hecho era mucho mejor que las instalaciones del Banco Central aquí en Chile. 


También me contaba sobre "curiosidades" de la pega, como por ejemplo que un compañero de trabajó le preguntó por qué no tomaba otra esposa, una sola era muy poco, y él contestó "No, con la que tengo es suficiente, no me imagino tener dos como ella", y terminaron todos muertos de la risa. Había que adaptarse no más, no quedaba otra. 


Entre los musulmanes, la cantidad de esposas es símbolo de status. Pueden tener hasta cuatro, a fin de no caer en la tentación de ser infieles, pero la cuestión no es al lote. El marido tiene la obligación de tratar por igual a todas las esposas, lo que en la práctica significaba que si le regalaba un Mercedes Benz a una, tenía que hacerle el mismo regalo a las demás. Todo tenía que ser parejo, creo que hasta con quién dormía. Una noche con una, la siguiente con otra, y así siguiendo. De ese modo, se evitaban los celos entre ellas. 


A todo esto, Carlos desde un principio se refería a mi como su señora, asumieron que estábamos casados, y después no nos atrevimos a explicar que estábamos pololeando porque nos daba la sensación que no seríamos aceptados por ninguna de las religiones. 


Asentados en el nuevo hotel, Carlos yendo a trabajar todos los días, yo de noche pegada en el computador tratando de trabajar con un internet más lento que tortuga de Galápagos, se hacía urgente para mi hacer algo de día, que no fuera recurrir a mi parte de lagartija y pasar  tirada al sol en la piscina. 



(Esas son mis piernas, pero lo importante es la lagartija que se ve detrás).


Fue así, que empecé a salir de la burbuja. No recuerdo con exactitud qué fue primero, qué después, pero supongo que el orden cronológico es lo menos importante. 


Mónica me invitó a ir a un orfanato (qué fea palabra, pero no encuentro otra). Allá que yo sepa no existía ninguna institución del Estado que se hiciera cargo de niños y niñas huérfanos, abandonados, o rechazados. La estimación estadística en ese momento, era que aproximadamente un millón de niños vivían en la selva, comiendo lo que encontraran. Duro, pero cierto. 


Existían algunas fundaciones que se dedicaban al tema, y así surgían los diferentes orfanatos, todos particulares.  Estas fundaciones dependían de donaciones, las que podían llegar a ser cuantiosas y sin duda había gente que realmente  creía que ayudaba a niños donando. La verdad es que al pedir donaciones mostraban fotos bonitas. Las imágenes que vemos en los documentales o en las películas, pero esas fotos no tenían nada que ver con la realidad. 


Acepté la invitación de Mónica y partimos a un hogar que quedaba dentro de la ciudad. Ese fue el primero que conocí. Mónica era voluntaria conocida, así que simplemente me presentó y en un abrir y cerrar de ojos, yo estaba dentro. 


Era una casa de dos pisos, en el primer piso estaba la oficina de la directora (una abogada nigeriana), la cocina, una sala de estar, baño y no sé qué más. El patio era chiquito, de tierra. Los niños (entiéndase niños y niñas) tenían prohibido bajar al primer piso y salir al patio.  Estaban todos recluidos en el segundo piso, donde habían dos dormitorios, un baño y una sala de estar. Tampoco recuerdo con exactitud cuántos niños había, quizás Mónica pudiera algún día encontrarse con este blog y comentar (ahora vive en España), pero lo que sí recuerdo claramente es que eran más o menos veinte. Las habitaciones tenían creo que tres camas cada una.  Imaginen ustedes, las condiciones en las que vivían esos niños. 


Para peor, aunque tenían electricidad gracias a un generador, y un televisor en la salita de estar, no habían ventiladores, razón por la que el calor, húmedo, al interior de la sala de estar era, literalmente, insoportable. 


Lo que Mónica hacía era básicamente entretener a los niños, jugar con ellos, acompañarlos. En cuanto subimos las escaleras corrieron hacia ella. Habían dos o tres cuidadoras, pero no se relacionaban con los niños mucho más que para regañarlos o golpearlos, y presumo que les daban algo de comer. 


Esos pequeños y pequeñas no iban al colegio ni a jardín infantil, no tenían acceso a salud (nunca vi un hospital o clínica en Nigeria), las condiciones sanitarias del lugar eran más que deficientes, y lo único que tenían permitido hacer era ver tele. En la tele no veían canales, sino sólo una película sobre Jesús, en que las cuidadoras o los mismos niños, repetían una y otra vez. Era tanto, que recitaban el guión por anticipado, de memoria, peques que deben haber tenido entre tres y ocho años de edad, aunque la edad exacta de cada uno era desconocida. Probablemente eran aún mayores, pero mal alimentados y privados de cariño, contención, compañía, todo excepto techo, un poco de ropa (casi ninguno tenía zapatos) y cama compartida. 


Todos los niños y niñas estaban obligados a ser cristianos, porque el hogar lo era. Así, habían algunos quienes eran musulmanes pero rápidamente y sin tregua, convertidos.


La directora, una mujer cristiana muy elegante, llegaba en una 4x4 último modelo, con sus guardaespaldas, se quedaba un rato y se iba. 


Ese primer día, y muchos otros, llegué de vuelta al hotel hecha mierda, lo único que pude hacer fue tirarme a la cama a llorar y llorar, hasta que me di cuenta que faltaba poco para que llegara Carlos, así que me lavé la cara para poder esperar al amor de mi vida y compartir con él. 


To be continued....


PD: La foto de portada no es del primer día, es el hogar, fue tomada después. 

PD2: Los niños que vivían en ese orfanato -y en todos los demás- eran los que tenían suerte. Los demás, estaban en la selva o en las calles. Solos.

 















Nigeria, capítulo 7 de ¿ ? Choque frontal con la otra Nigeria.

 





Nos mandaron cual paquete express al Hilton, sin derecho a réplica. Carlos y yo no entendíamos mucho tanta preocupación por parte de la presidenta del Banco Central, nos habían hablado de secuestros y cosas así, pero nuestra mirada superficial no nos había permitido tomarle el peso a la verdadera dimensión de los riesgos. De hecho, estábamos más preocupados por los mosquitos  y los escupos.  Un secuestro -en nuestras neuronas chilenas- nos parecía algo tan improbable y lejano, que cuando nos hablaban de ese tema nos entraba por una oreja y salía por la otra. Simplemente no estaba incorporado en nuestros registros del sistema límbico. 


Empezamos a entender un poco, cuando ya llevábamos como una semana en el Hilton, gracias a que todos los días nos entregaban un diario y lo leíamos. Día tras día, habían noticias que decían "Hijo mayor de Gobernador de no sé donde, fue secuestrado". "Suegra de fulano de tal fue secuestrada" "Esposa de no se quién fue secuestrada". 


La otra señal inequívoca de que existían peligros insospechados para nosotros, era la estructura y forma de funcionamiento del hotel.


Tenía una sola entrada, con barreras y casetas con guardias armados, de entrada y de salida. Para entrar, había que detenerse, mostrar identidad, los guardias tomaban nota de la patente del vehículo y de la identidad de todos los ocupantes, incluyendo el chofer, y por radio anunciaban a algún interlocutor llegada de toda persona que ingresaba. A la salida, lo mismo.


Desde la entrada hasta el edificio, había por lo menos unos 300 mts. de distancia y ahí estaba la única vereda que vimos en Nigeria. De esta forma, quienes entraban caminando (generalmente los empleados) debían hacer un recorrido considerable, vigilado a todo lo largo aproximadamente cada 30 mts., por guardias armados. No soy experta en armas, pero eran parecidas a las AK-47,  sumamente mortíferas y por qué no decirlo, atemorizantes. Sin duda eran armas para uso militar. 


El primer día, a la llegada, casi no notamos todo eso, de hecho nos reíamos pensando que nunca nos habríamos imaginado siquiera, que algún día en toda la vida -o varias- estaríamos en un hotel de lujo en ningún país, y menos en la capital de Nigeria. Por supuesto, la foto en la entrada con "The Clinic" no podía faltar. (La mandé y no la publicaron, ¡qué decepción!).


Para entrar al hotel, había que pasar por más máquinas y revisiones que en los aeropuertos. Detectores de metal, guardias que pedían abrir el bolso, también premunidos de armamento de guerra, identificación, pasar cartera, bolsos, maletas por máquinas también, etc. La revisión era extremadamente acuciosa, algo que jamás había visto en un hotel en ningún país que hubiera visitado anteriormente. 


En nuestras mentes, todo eso, hasta ese momento, quedó guardado en la carpeta neuronal de "cosas raras", la verdad no le dimos tanta importancia.


Al llegar a la habitación, también encontramos "raro" que en los pasillos del piso hubieran varios guardias armados, vigilando. Durante toda la estadía en ese lugar, siempre, mañana, tarde y noche habían guardias armados no sólo en la entrada, sino en todos los pisos del hotel así como en los jardines. 





(Ese video lo tomé después, cuando llevábamos como dos meses viviendo en el hotel.)


Las personas que entraban y salían se veían muy diferentes a quienes estaban en el hotel anterior. Evidentemente eran más elegantes, y habían familias completas, es decir, con niños y niñas. No habíamos visto niños en el hotel anterior.


Así, nos encontramos de frente con la élite, con la Nigeria injusta, inhumana e indescriptiblemente privilegiada. Más adelante explicaré por qué digo que es inhumana. 


El hotel disponía de cinco restaurantes, dos bares, una piscina gigantesca, servicio de lavado de ropa, y todos los extras que uno pudiera imaginar. Al contrario que en el hotel anterior, nunca se cortaba la luz. 


Después supimos que tenían 5 generadores eléctricos a petróleo, gigantescos. No me acuerdo del costo mensual en petróleo para alimentar a esa  bestia hambrienta, pero naturalmente Carlos lo preguntó y seguro se debe acordar, pero ahora está durmiendo así que más tarde les cuento. Sí sé, que era muchísimo dinero.


En parte el cambio no me gustó tanto, me siento más cómoda en un ambiente menos ostentoso, pero en parte también fue un alivio, principalmente porque como no se cortaba la luz, podía trabajar sin mayores problemas. Eso sí, siempre entre la 1 y las 3 am, o sea entre las 7 de la tarde y nueve de la noche hora chilena. Carlos llamaba a sus niños todos los días, al llegar de vuelta del trabajo y también trabajaba hasta tarde, así que nos turnábamos con el uso del computador.






En el intertanto, ya me había comunicado con Mónica Domínguez, una voluntaria incansable que todos los días iba a orfanatos o ayudaba a un médico nigeriano quien visitaba aldeas dos veces por semana llevando medicamentos y atendía a mujeres y niños, y también tomé contacto con una ONG que se dedicaba a ayudar a mujeres maltratadas. 


Como Carlos tenía que sí o sí contar con un chofer/guardaespaldas por orden de la presidenta del Banco Central, llegó Isah a nuestras vidas. Su trabajo era ir en la mañana temprano a buscar a Carlos, dejarlo en el Banco, y en la tarde ir a buscarlo y llevarlo de vuelta al hotel. Como yo quería hacer algún voluntariado (qué lata más grande quedarme todo el día en el hotel, seguro me iba a morir de aburrimiento o de inútil), después de unos días le pregunté a Isah si podía acompañarme en mis aventuras, y así, acordamos que también me llevaría. Como en ese momento todavía no tomábamos conciencia plena de los múltiples peligros invisibles, pensé que la misión de Isah sería como un taxi a la puerta, pero con la diferencia que siempre sería el mismo taxista. 


La verdad estaba galácticamente distante. 


Todavía teníamos problemas con la comprensión del lenguaje, así que me vi en la necesidad de agudizar el oído. Un ejemplo: cuando los Nigerianos quieren decir "tres", que en inglés es "three", decían "teri",  que sonaba como "tree", que significa árbol. El tono, la forma de hablar, el acento, todo, era totalmente distinto al inglés gringo, que es mi idioma materno.  Por suerte hablaban lento, aunque nunca supe si lo hacían así en Hausa, Yoruba, Fulani o Igbo. Ahí sí que no entendíamos nada de nada.  Con el tiempo logré entender bien, y también aprendí a hablar el inglés particular de ellos. 


Con el pasar de los días y gracias a Isah, descubrimos que los nigerianos tienen el mismo concepto de "altiro" que los chilenos, sólo que dicen "I am coming", que en sentido literal significaría "vengo", pero significaba "voy altiro". O sea, imposible saber cuándo llegaba. Ahí estaba quizás, lo único que uno podía encontrar en común, culturalmente hablando. 


Por si tengo algún lector o lectora de fuera de Chile, explico: cuando un chileno dice "voy altiro" o "te llamo altiro de vuelta", el significado literal es "voy de inmediato", pero ese no es el significado real. "Altiro" puede significar 5 minutos, una hora, tres horas, o nunca. 


El "I am coming" de Isah era igual. Carlos es trabajólico, jamás llegaría tarde a su trabajo ni a ningún compromiso. Cuando estábamos recién saliendo y quedaba de pasarme a buscar para ir al cine o algo, llegaba como 15 minutos antes y se quedaba afuera esperando la hora precisa para tocar el timbre. De este modo, si Isah lo tenía que pasar a buscar a las 8:00 am, a las 7:55 Carlos lo llamaba, y la respuesta de Isah era siempre la misma: "I am coming" y nunca se sabía si recién había despertado, si estaba entrando al hotel, o si estaba tomando desayuno. Lo único que sabíamos era que ya había terminado su rezo de madrugada, porque de lo contrario no habría contestado el teléfono. Isah es -o era- musulmán, por lo tanto nuestras actividades y horarios estaban sometidos al rigor de su religión.



Entre paréntesis, la rigurosidad de los musulmanes para cumplir con sus ritos es impresionante. En casi todas las esquinas de la ciudad habían alfombras en dirección a La Meca, y jarrones de plástico con agua. A la hora de la plegaria, en punto, sonaban los cánticos con alto parlante, y todos detenían sus labores para rezar. Nadie se robaba las alfombras. Quienes profesaban otras religiones, fueran de la etnia que fueran, respetaban completamente todo eso. De hecho, cuando uno caminaba por la calle y se cruzaba con las alfombras, nunca pasaba por sobre ellas, sino que las rodeaba. Ese nivel de respeto me fascinó, independientemente de mis propias creencias.


Para poder tratar de entender de qué se trataba este mundo en que estábamos, apliqué el único método que se me ocurrió. Leer. Sobre el escritorio de nuestra habitación cohabitaban un Corán y una Biblia. Me puse a leer el Corán, después, la Constitución (la de Nigeria, obvio) y  la Carta Africana sobre Derechos Humanos y Los Pueblos, como para tratar de integrarme porque según yo, en ese momento, lo mínimo para poder hacer voluntariado en DDHH, era conocer las leyes. 


Mentira. Conocer leyes, tratados, convenciones, constitución, etc., básicamente servía para nada. Nada en absoluto. Lo que tenía que hacer, era lo contrario: dejar de lado las leyes, resetearme, y aplicar sentido común, empatía, cariño, creatividad, imaginación, y mucho más. Cualquier cosa menos leyes. 


Nuestra habitación tenía una cama (obvio), un escritorio con una silla, un sillón. No es lo mismo alojar en un hotel, que vivir en uno. Tras un par de semanas, con el sólo objeto de variar algo, con Carlos nos sentábamos en el suelo a ver teleseries hechas en Nollywood, la industria de cine y televisión nigeriana, o las noticias, porque no había más que un par de canales. Fue genial un día en que el Ministro de Energía estaba dando un discurso en cadena nacional, y mientras prometía que Nigeria iba a tener energía eléctrica pronto, se cortó la luz donde se estaba emitiendo el discurso, y la tele quedó en modo "poltergeist". (una película de terror del año de la cueca).






To be continued... 


PD: Le pregunté a Carlos por el gasto mensual en petróleo del hotel para producir su propia energía eléctrica. No se acuerda del monto exacto, pero era cercano a medio millón de dólares. Para tener un hotel iluminado día y noche y ver tele, aunque el canal emisor no tuviera energía eléctrica para emitir los programas. 

PD2: Los guardias no eran nada de sonrientes.