martes, 19 de abril de 2022

TATUAMIGOS, PARTE DOS: CAMINOS, ENCRUCIJADAS Y VERICUETOS.

 

PARTE DOS. 

 


Mi tatuamigo lobo. 


En este momento tengo ocho tatuajes, aunque no estoy segura.  Quizás son nueve o doce. Depende de cómo los cuente. Por supuesto que podría dejar esta historia hasta aquí, con un párrafo -miserable- que relata una cantidad de tatuajes, pero no tendría ninguna gracia. Estoy embalada escribiendo y no pienso privarme de la diversión.  Mis dedos vuelan por su cuenta y quiero plasmar el cómo, los cuándos y los porqués. Aunque nadie lo lea. Estoy entretenida escribiendo sobre cómo pasé de sólo soñar con un tatuaje en el año 2007 y no hacérmelo por miedo, a tener varios en el 2022, derribando todos los miedos, uno por uno, y terminar sintiéndolos como “amigos”, además del tema de los tatuajes mismos. 


Árbol de la vida, mariposas, lobo, colibrí, águila, trisquel, aegishjalmur, Doncella de Altái. Cada uno de ellos obedece a un proceso (que espero sea de crecimiento), y tiene un significado por sí mismo. Quiero escribir sobre todo eso, independientemente de si alguien lee lo que estoy escribiendo o no. Es casi como una conversación conmigo misma, sólo que sale de mi cabeza y mis dedos teclean.

 

Así las cosas, mantengo la misma advertencia de la parte uno, y agrego: esta vez además de la dispersión que no puedo evitar, aclaro que el tema de los tatuajes es un proceso interior que se exterioriza y termina con las marcas en el cuerpo.  El camino es largo.  Hay idas y vueltas, avances, retrocesos, y vericuetos que son largos. Pido paciencia, hay un final feliz.

 

Paréntesis: Creo que al menos mis nietas van a leer todo esto algún día, porque mi nuera, Bietush, alias “la gorda” (de puro cariño, es super flaca), tiene un archivo de “Cosas de la abuela Solange” donde guarda todo lo que escribo. Las serias y las leseras.

 

Cuando tomé la decisión de tatuarme el árbol de la vida sobre la cicatriz de la operación de la cadera, el significado del árbol y el lugar del tatuaje no eran banales, ni una cuestión de vanidad, ni mucho menos.

 

El dolor y las limitaciones físicas que sufrí durante años por la artrosis de la cadera antes que me operaran fueron significativos, tanto en intensidad como en cuanto a la alteración de la vida cotidiana y de las expectativas que tenía con relación al presente y futuro. Además, vivir con dolor 24/7, 365 días al año, significó perder capacidad de concentración, dormir mal, alteración de toda la vida familiar. Detalles como que, si se me caía algo y me resultaba imposible agacharme a recogerlo, obligaba a los demás a acudir en auxilio, o que si caminábamos en un paseo todos los demás tenían que ajustarse a mi ritmo, etc., formaban parte de perturbación de las actividades, hábitos y costumbres que hasta entonces teníamos. Pero así es la vida, uno envejece y el cuerpo se echa a perder, no hay vuelta que darle. Sobre todo, si una nació con las caderas chuecas en 1961, antes que se hicieran radiografías a todos los recién nacidos para descartar displasia de las ídem.

 

Me explico:  La cadera me empezó a doler más o menos 2014-2015. Simplemente me dolía caminar, subir escaleras, sentarme, pararme… cualquier cosa que hiciera me dolía. Ahí tomé conciencia de la importancia de las caderas, que hasta entonces daba por eternas.  Tuve que alterar hasta mis tiempos, porque tenía que caminar más lento, entonces anticipándome al sufrimiento, en vez de salir al centro para ir a alegar a la corte o a una audiencia con una hora de anticipación, tuve que agregarle primero 15 minutos más, después media hora, etc.  No era solo sufrir dolor, era pensar en lo que iba a sufrir, sí o sí.

 

Fueron dos o tres años de consultas médicas, kinesioterapia, ejercicios, medicamentos y demases, intentando evitar un implante, entre otras razones por mi edad. Las prótesis de cadera se tienen que cambiar, algunas duran 10 años, otras más, pero en algún momento hay que pasar de nuevo por todo el proceso de la operación. El doc me decía que yo era muy joven, porque claro, al principio tenía 53 años. La idea era retrasar la operación, pero para el 2017 ya no daba más. No era dolor; era suplicio, tortura. La única solución era convertir una parte de mi cuerpo en algo biónico y asumí que me iban a detener para siempre al pasar por detectores de metal. Claro que después de la operación y con el pasar del tiempo desarrollé estrategias, sobre todo en los aeropuertos. A veces me dejaban pasar rápido cuando avisaba de antemano que tenía un montón de titanio metido en la pierna y ofrecía mostrar la cicatriz. Los funcionarios, quienes con tal que yo no me bajara los pantalones delante de todo el mundo, me decían “No se preocupe, pase”, en el idioma que correspondiera según el lugar.  Por supuesto, esa estrategia desaparecería al tapar la cicatriz con el árbol de la vida, pero no fue por esa razón que me demoré cuatro años en hacerme ese tatuaje.

 

Paréntesis: Mi amiga Mónica -quien participaba de las tertulias eternas en casa de P.- leyó la primera parte de “Tatuamigos”, y amorosa, mandó el siguiente mensaje, para integrarlo a la segunda parte:

 

Mientras te leía, imposible no recordar aquellos tiempos en donde, en medios de nuestras conversaciones aparecían los problemas que te causaba los dolores de esa cadera, tus paseos interrumpidos y luego cuando fui a verte a la clínica e hicimos tu primer paseo post cirugía y pensaba “han pasado 5 años de eso ya, ¡qué heavy!”

 

Si, todo ese período fue duro, y el hecho de haber podido superarlo, merecía más que celebrar en un restorán.

 

La única duda que me quedó después de la operación fue qué va a pasar con el titanio cuando me vaya de este mundo y cremen mi cuerpo. Lo único que sé es que no se puede donar. Quizás se pueda reciclar, sigo con la duda.

 

Para mí, las cicatrices no son feas. Las arrugas tampoco. Son recuerdos, y hartos.  Símbolos. Las de las cesáreas eran memoria grabada del nacimiento de mis hijos. Las cicatrices de porrazos me encantan, porque todos fueron por bruta y me permiten reírme de mi misma. Son tres: una vez que iba bajando un cerro en una patineta cuando tenía 10 años, mi hermano algo me dijo, me di vuelta, perdí el equilibrio y aterricé arrastrando la pera sobre el cemento.  A los 16 me saqué la cresta en moto.  Una de mis piernas tuvo un encuentro cercano del tercer tipo con un alambre de púas, aparte de fracturarme la rodilla y una costilla.  En el 2011 a Titán se le ocurrió perseguir a un gato y de puro gil no lo solté. Obviamente, siendo él un cachorro gigante determinado a conseguir su objetivo -probablemente sólo oler al pobre felino- y con capacidad de superar sin dificultad y con creces mis fuerzas, sufrí un aterrizaje forzoso sobre cerámica y justo, qué mala pata, mi ojo se incrustó en un borde afilado.  Doble mala pata: al ir a la clínica me pusieron la vacuna contra el tétanos y me dio un shock anafiláctico. 

 

Entonces las cicatrices son parte de la historia de vida, incluso símbolos de sobrevivencia, de superar dificultades.  No siento la necesidad de ocultarlas.  La decisión de hacerme un tatuaje sobre la cicatriz de la operación de la cadera era más una excusa para ¡por fin! hacerme un tatuaje, que querer tapar algo que para los demás es “feo”, y lógicamente, el símbolo del árbol de la vida era perfecto.  Había que dejar pasar cerca de dos años para poder hacer el tatuaje. Hay que esperar a que cicatrice completamente antes de hacer una intervención que implica romper la piel, así que el plan era hacerlo en el 2019.

 

De hecho, ahora que lo pienso, quizás los tatuajes son una especie de marca que una misma quiere dejar en el cuerpo. Una marca que habla, que al igual que las cicatrices, de heridas del alma.  Significan recuerdos o duelos, pero, además, pueden significar logros, transformaciones, trascendencia, rendirle homenajes a algo o a alguien, y sueños. Todo eso y mucho más, dibujado en el cuerpo para siempre. Identidad.

 

Tenía totalmente decidido hacerme el tatú del árbol de la vida en el 2019, pero de vez en cuando la vida nos obliga a cambiar de planes. Nos pone lomos de toro por delante. A veces una misma comete errores, o decide privilegiar otras cosas auto boicoteando proyectos. A veces puede ser mala suerte (o buena), karma, destino, o como sea que se llame a cosas que suceden que no dependen de uno y que obligan a tomar un desvío en el camino que se pensaba recorrer.

 

También a veces ocurren sucesos que parecieran estar tejiendo una red invisible de causas y efectos, que cambian el rumbo de planes y proyectos, de sueños y esperanzas, y al final de cuentas uno ni sabe si acaso hubo el desvío de un rumbo, o si quizás los obstáculos no lo eran. Quizás eran un aviso “pare” o “ceda el paso” y lo que parecía ser un obstáculo terminó llevándonos a un lugar mucho mejor. Quizás eran una brújula que muestra el norte sin que uno lo sepa, mostrando un camino nuevo, y no un desvío.  Claro, esas son encrucijadas y uno tiene la libertad de decidir cuál camino toma, y supongo que esas decisiones marcan el futuro.

 

Bueno, resulta que todo lo anterior ocurrió. Lomos de toro, olas que sortear, una y otra vez, entre el 2018 y el 2021.

 

En el 2018, antes que tuviera permiso para hacerme el tatuaje soñado, me vi enfrentada a una encrucijada sin señalética, y tuve que decidir cambiar de rumbo.

 

Ese año vino la crisis de flashbacks del abuso y violación que sufrí por parte de un tío. Fue la segunda, la primera fue en el 2001.

 

Esas eran heridas abiertas del alma, que sangraron y permanecieron invisibles para los demás, escondidas, secretas, durante décadas. Viví con una parte del alma secuestrada por un daño imposible de describir durante 45 años, atrapada como una mosca en una telaraña de engaños tejida meticulosamente por mi agresor, que quedaron impregnados en lo más profundo de todo mi ser. La telaraña estaba bien hecha, hilada de manera fina y firme.

 

Quedé atrapada, en silencio, amordazada, hasta el 2018.

 

La crisis de flashbacks de ese año fue gracias (¡y lo agradezco desde el fondo del corazón!) a una entrevista que le hicieron a James Hamilton en Estado Nacional, en la que habló sobre el proyecto de ley que se estaba tramitando sobre la imprescriptibilidad de los delitos de abuso sexual infantil. Habló del derecho al tiempo de las víctimas. Viendo el programa, mientras la mitad de mis neuronas sostenían una discusión jurídica porque la prescripción se supone que es un pilar indestructible del derecho, la otra mitad se conectó con un par de recuerdos de situaciones que uno no quisiera haber vivido jamás, pero que sucedieron.

 

Me quedé dormida. Desperté al día siguiente, inundada de recuerdos desordenados, una tormenta interior, devastadora. Entre la angustia, el dolor, y mil cosas más, me di cuenta de que llevaba como 20 años dedicada al derecho de familia, (mucho antes de titularme) área del derecho que no se trata sólo de pensiones de alimentos o divorcios, sino que, lamentablemente, muchas veces de intentar proteger a niños, niñas y adolescentes quienes han sufrido malos tratos. Entre otros, el abuso sexual infantil intrafamiliar. Choqué de frente con mi propia inconsecuencia. Me dedicaba al “rescate” de otros, pero nunca me había rescatado a mí misma.

 

Así, me determiné a dejar de lado la inconsecuencia, y hacerme cargo de una vez por todas, mirando de frente, el horror.  Tiempo después, gracias a un diplomado que hice en Fundación para la Confianza (@paralaconfianza en twitter, la amo), comprendí que no es que hubiera sido inconsecuente: sencillamente el daño causado me había impedido hacerlo antes. Los recuerdos enterrados son un mecanismo de sobrevivencia.

 

Fueron meses de angustia, de dolor, pena, rabia y frustración inmensos. Tomé conciencia también, que no era la única persona que estaba en la misma situación. Haber sufrido abuso sexual siendo niña o niño, y no poder denunciar porque estaba prescrito, cuando el dolor no prescribe y la herida sangra para siempre. Apareció la necesidad de poner mi experiencia al servicio de los demás, de las víctimas, de la sociedad. Carta aviso a mi agresor de término de silencio. Twitter. Protesta Roja. Pulseras Rojas. Gritar a viva voz, en vez de mantener el secreto que sólo ayuda a pederastas.

 

Todo eso fue más que un desvío en el camino, fue ver y recorrer otro distinto, que sigue estando presente hasta hoy.

 

El derecho al tiempo de las víctimas estaba representado por una mariposa, un hermoso símbolo de transformación.

 

Entonces, ese camino me llevó a decidir que además del árbol de la vida, me tatuaría una mariposa.

 

PD: El tema de la prescripción del abuso sexual infantil está explicado en la página web www.protestaroja.com . La #ProtestaRoja y #PulserasRojas también.

 

Después de la operación de la cadera, en el 2019, se me ocurrió salir a protestar con mi Djembé. Le di duro durante como tres horas. Resultado, una cuestión que se llama Síndrome de Wartenberg. Es un atrapamiento del nervio radial, y créanme, duele. Más encima toqué el Djembé con la mano izquierda, por lo que el nervio afectado fue el de mi mano útil. Nuevamente, alteración de la vida cotidiana, no podía abrir un tarro de mermelada y, al final, ni siquiera poder escribir usando el teclado del computador. Obligada a dictarle a Word y después corregir mil detalles de cada escrito, de cada publicación.  Al igual que la cadera, primero kine, y después había que operar, pero vino la pandemia, la suspensión de cirugías, viví de nuevo con dolor hasta julio de 2020 en que por fin me operaron. Ahora tengo otra cicatriz de recuerdo, en el brazo, que parece una serpiente.

 

Mis tatuajes del árbol de la vida y de la mariposa seguían esperando, en pausa, pero nunca se me olvidaron. 

 

Durante esta pandemia -de mierda- que ha provocado tantas muertes, sufrimiento y a la que nos hemos tenido que adaptar, viviendo encerrados, etc., una de las cosas que decidí hacer fue aprovechar el encierro y la tecnología, y estudiar. Entre 2020 y 2021 hice dos diplomados, y no sé cuántos cursos relacionados con mi trabajo, pero no tenía por dónde o cómo aprender algo nuevo, algo que se supone que hay que hacer para que el cerebro y el alma no se queden pegados en un solo tema.  Justamente las clases de percusión en 2019 tenían ese objetivo, pero me hice bolsa la mano yo misma, y no pude continuar. Tenía que encontrar algún curso que se pudiera hacer por zoom, que fuera sobre algo totalmente distinto a lo que habitualmente estudio.

 

Fue así, que llegué a los talleres de Luis Flores. Uno de ellos era sobre chamanismo. El chamanismo ha sido, desde hace años, la visión o comprensión espiritual que más sentido me hace, después de un largo recorrido en que el descarté religiones que imponen una verdad única, que discriminan y hasta descalifican a quienes no la profesan, grupos que en el fondo son sectas, etc. La lista de esa búsqueda a lo largo de la vida es larga.

 

El chamanismo me había llegado antes, de chiripa (se supone), en el 2017, previo a la crisis de los flashbacks. Mi hermana, la rucia Vikinga que es toda entera una guerrera de luz, y que vive en Llanquihue, me pidió que la fuera a buscar un viernes al aeropuerto y la llevara a Los Andes, donde iba a pasar el fin de semana en una actividad importante para ella. Obviamente, le dije que sí. Cuando ya íbamos en camino hacia Los Andes, me contó de qué se trataba, era una especie de retiro o encuentro de gente con un chamán español, quien aprendió de los Q´ero del Perú. ¡Era lo que me faltaba! Así que en un santiamén nos viramos de vuelta a Santiago a buscar un pijama y un par de cosas más, avisarle a Carlos que volvía el Fomingo (¡Cuánta paciencia tiene mi marido!) y partir al toque de vuelta hacia Los Andes. Ese fin de semana me cambió la forma de ver y de significar las cosas, aunque no es algo automático, pero si un nuevo camino por recorrer.


Así, cuando en el 2020 en plena pandemia apareció el taller de Luis sobre Chamanismo, me inscribí. En ese taller, Luis habló sobre los animales de poder, que también se llaman tótems, animales compañeros espirituales, y en algunos aspectos también se parecen al concepto de nahual.  En ese taller hicimos viajes chamánicos -sin ayahuasca, no es necesario- y me encontré con una tremenda sorpresa. 

 

Continuará.... 


Atte., Aweli Vintage, escribidora. Sobreviviente. Rebelde con causa. @solangeabogada en twitter.

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