domingo, 29 de agosto de 2010

Pobreza, indigencia e indignidad absoluta: de Chile a Nigeria


En general, los gobiernos intentan clasificar a las familias según sus ingresos, televisores, refrigeradores y otras vainas, con el objeto de hacer políticas públicas que vayan en ayuda de aquellos que están en la línea de la pobreza y por debajo de ella. Por debajo de la línea de la pobreza, está solamente la indigencia. En Chile, vemos personas indigentes todos los días, pasamos caminando al lado de ellos y no los vemos. No vemos a quienes padecen -por ejemplo- de esquizofrenia, no tienen tratamiento, y se acuestan en el paseo Huérfanos con parka en pleno verano. Ellos pueden alimentarse de limosnas o basura de los restoranes, y pueden bañarse y beber agua potable de grifos. Digo que no los vemos, porque ellos tienen derecho a recibir un tratamiento, sin embargo el "sistema" no contempla que Carabineros ni ambulancias los lleven a un servicio de urgencias de algún hospital psiquiátrico, y además estos hospitales no dan abasto. Pero ahí están, viviendo en la calle y bebiendo agua potable.

En Nigeria en cambio, el agua potable no existe salvo que alguna empresa haga tratamiento a la suya propia. Igual uno tiene que escupir en la ducha todo el rato y jamás tomar bebida con hielo.

Ellos sólo distinguen entre agua "sucia" y agua "limpia". La sucia es la que viene por un río llena de tierra, basura, excrementos. La limpia es la que viene de pozos o que ha sido tratada. La gran mayoría de las personas -que son millones- se bañan, lavan la ropa y beben agua sucia. Esta gran mayoría no tiene trabajo, y se alimentan de lo que la selva les da: frutas, caimanes, antílopes, y a veces logran plantar un poquito de maíz o caña de azúcar. Enfermedades como poliomelitis, fiebre amarilla, malaria, tifoidea, SIDA y otras incontables, están a la orden del día. En el mundo entero -pero básicamente en Africa- muere un niño cada 6 segundos de hambre. Nunca vi un hospital en la capital de Nigeria, Abuja. Nunca vi que una aldea tuviera energía eléctrica, ni extracción de basura, ni orfanatos en los que cada niño tuviera su propia cama. Duermen de a tres o cuatro en cada una. Sí vi muchos niños desnutridos, que tienen suerte cuando comen una vez al día. Colegios con 200 alumnos sin baño ni un grifo de agua, en los que ni la mitad de los niños estaban inscritos. ¡Qué registro civil ni que ocho cuartos, si necesitan agua , comida, vacunas! En Nigeria -sobre todo en las aldeas- más del 50% de las personas son analfabetos. Eso no es indigencia, es indignidad absoluta.

Sí ví en el hotel de no-sé-cuántas-estrellas- resguardado por montones de guardias premunidos de AK-47 y toda clase de armas, cinco generadores propios para asegurar la energía eléctrica, piscina gigante y ocho restoranes, a muchos personajes públicos que alojaban allí para evitar ser secuestrados, Emires, etc, todos de la clase del "quinto quintil". Creo que ellos son aún más ciegos que nosotros. Y si no son ciegos, son definitivamente perversos.

No logro entender porqué no se hace la distinción entre indigencia y la insoportable indignidad en que viven tantos seres humanos, y se me ocurre que si se hiciera tal distinción se podrían hacer políticas públicas más adecuadas, más realistas. Quizás hasta se podría descubrir por dónde empezar para poder aliviar tanto sufrimiento. Por ahora yo sólo me imagino que sean invadidos por extraterrestres buena onda que hagan primero un censo sin saltarse cientos de aldeas que están en medio de la selva, y les lleven comida, vacunas, ropa, generen empleos, etc.

No logro entender por qué se mete en un mismo saco -el de los países de economía emergente- a lugares tan diferentes. Nosotros tenemos energía eléctrica con o sin Punta de Choros, tenemos agua potable, hospitales, vacunas, registro civil y nuestros niños no se mueren de hambre. Nuestros niños van al colegio, reciben educación. Ellos no tienen nada de eso, sin embargo a los ojos del mundo somos iguales.

Nigeria me atrapó el corazón y me obligó a reformatearme. Nunca más voy a tomar un caso en que venga una clienta y me diga que no puede criar a sus tres hijos con menos de un millón y medio de pesos, y que sólo recibe un millón doscientos. La verdad es que el quinto quintil no me interesa en lo más mínimo.


sábado, 28 de agosto de 2010

Joseph


Joseph tiene poco más de tres años, pero es pequeñito y de cuerpo frágil. Su cara -marcada por costumbre de su etnia- muestra siempre tristeza. Lo conocí en un orfanato en Nigeria, uno de tantos orfanatos repletos de niños y niñas abandonados o huérfanos que tienen la fortuna de tener un techo, un poco de ropa y comida. Muchos no tienen esa suerte, sobreviven solos en la selva, durmiendo al alero de hojas de plátanos. La primera vez que vi a Joseph estaba llorando en una esquina, agachado, casi en posición fetal. Traté de acercarme a él para consolarlo pero no me dejó ni tocarlo. La segunda vez, también lo vi llorando y le pregunté a una niñita por qué lloraba tanto Joseph. Ella, con toda naturalidad, me dijo que porque era nuevo y que había que dejarlo no más. Las cuidadoras no sabían de dónde venía ni cuál era su edad ni su historia. Traté de acercarme a él y tampoco me dejó, pero un rato después pude tomarlo en brazos y hablarle despacito, en castellano no más, total da lo mismo. Joseph no iba a entender mis palabras, sino el cariño. La tercera vez que fui al orfanato, Joseph estaba llorando (como lo hacía casi siempre) pero hubo un cambio en él. En cuanto me vio, vino corriendo hacia mi estirando sus bracitos para que lo tomara. Se acurrucó en mis brazos y se calmó en castellano. Quizás él no se acuerda de mi, quizás esos momentos -instantes mágicos de vínculo entre dos seres humanos que se convierten en madre e hijo- no sean importantes en su vida. Pero yo sí me acuerdo de él, siempre.

viernes, 27 de agosto de 2010

¿Hay alguna diferencia entre ser abogada/o de familia y de cualquier otra área?


Este es un tema en el que he pensado muchas veces, básicamente porque existe una especie de estigma en relación a familia como área de ejercicio de la profesión. Más de alguna vez escuché en la universidad comentarios de algún profe al respecto. "El derecho de familia es derecho de minas" "Si no estudian bien derecho comercial se van a tener que dedicar a familia" y otros por el estilo. Siempre el derecho de familia aparecía como menos importante, más fácil, o dicho bien en castellano, penca. A mi me pasaba lo contrario, lo encontraba alucinante, complejo, un desafío. Tuve que estudiar derecho comercial, tributario, etc., porque era requisito para poder titularme, pero todos esos ramos fueron una tortura. Los encontraba una lata. Quizás dedicarme a este tema era simplemente, una cuestión vocacional. Si, hay una gran diferencia entre familia y otras áreas como civil y comercial. En esas uno hace lo que el cliente le pide, sin cuestionar nada. Familia en cambio, implica necesariamente, no hacer siempre lo que el cliente quiere, sino lo que más convenga al verdadero cliente, a la persona pequeña, a ese niño o niña que está sufriendo porque la mamá no deja que vea al papá más que unas horas a la semana o peor, fin de semana por medio. Implica que uno tiene que confrontar a la contraparte, al Juez/a y además a su propio cliente, y terminas el día completamente fuera de servicio. Más encima, la mamá que demanda para que su ex le dé una pensión de alimentos, muchas veces tiene que sacar plata de esa pensión para pagarle a uno los honorarios y a uno le duele la guata pero igual hay que pagar las cuentas. Chilectra no perdona, Entel tampoco y mucho menos el banco donde uno tiene que pagar el crédito hipotecario. El papá siente injusto tener que pagarle a un abogado/a para poder ver a sus hijos, y ninguno de ellos logra entender que uno es un ser humano que necesita almorzar, dormir, tener vida privada, etc. Al final de cuentas, uno se dedica a tratar de obligar a la gente a que cumplan con deberes esenciales de la vida, con los deberes que más daño causan cuando no se cumplen. Querer, cuidar y proteger a sus hijos. A veces la pega termina bien, y uno se siente feliz. A veces no, y uno se siente miserable. A veces dan ganas de irse al campo y sembrar papas, total las papas no discuten y pase lo que pase igual crecen. Pero siempre, pase lo que pase, uno quiere que ningún niño en el mundo sufra.