Hace unos días me pidió consulta - a través de su psiquiatra -una
niña de 11 años. Para efectos de contar la historia, y obviamente por secreto
profesional, la llamaré Francisca. Mi
primer pequeño desafío ante tan insólito requerimiento fue hacerme la pregunta:
¿Puedo atender en consulta a una niña de 11 años? La psiquiatra que me llamó no
me dijo nada por teléfono, aparte de “después te explico”. Conversando con mi propia neurona, llegué a
la conclusión de que si, puedo darle una hora. Las personas son personas,
independientemente de su edad, ya hasta donde sé, los niños deberían poder
hacerle preguntas a un abogado si quieren. Así que le di la hora.
Al día siguiente me llama la
psiquiatra y me explica que Francisca había sido gravemente maltratada por
parte de una nana a los 5 años, que reprimió los recuerdos como mecanismo de
defensa, pero que a los 10 años comenzó a sufrir síntomas de depresión,
angustia, tenía pesadillas, etc., y así llegó a ser su paciente. Con el correr
del tiempo y la terapia, Francisca empezó a recordar todo, y se estaba haciendo
terapia de reparación.
Me puse jeans para la reunión,
pensando en que esta “reunión con un abogado” para una niña de 11 años no parezca algo tan terrorífico. Quise ser más
informal. Francisca llega acompañada de sus padres, quienes estaban apañando a
su hija ante la firme decisión de ella de acudir a un abogado. Francisca llega, se sienta en la mesa de
reuniones, muy seria, con sus trenzas y frenillos. Me cuenta que hace varios años, no recuerda
bien pero ella tenía alrededor de 5, tuvo una nana que la maltrataba. La maltrató
verbalmente, psicológicamente, físicamente, y hubo situaciones que ella
vivenció como abuso sexual también. Francisca tenía dos preguntas: primero, si acaso ella podía ir a la casa de la
nana a decirle todo el mal que le había hecho, quería confrontarla. Segundo, si
podía hacer un juicio para que la nana no pudiera nunca más trabajar con niños,
para que no pudiera maltratar a nadie más.
Me impresionó la valentía y la recuperación de Francisca, quien no tenía
absolutamente ningún temor ante la idea de confrontar a su ex nana. Al
contrario, aparecía como una necesidad profunda de auto-reparación.
La escuché, preferí no entrar en
detalles ni preguntarle más de lo que ella me estaba contando. Mi primera
sugerencia fue de escribirle una carta a su agresora, para evitar que la vuelva
a agredir. Entonces Francisca me dice “Es que ahora no me puede hacer nada,
porque yo iría con mis papás y con Dios”.
Se sentía protegida. “Si -le dije- tus papás pueden impedir que te
pegue, pero no que te digas palabras feas, y tu sabes que las palabras feas
también duelen. Con una carta en cambio,
le puedes decir todo, puedes pensar muy bien lo que quieres decir, y además
alomejor ella la lee una, dos , o diez veces. Y no te puede decir nada feo entremedio”. Francisca me mira con cara de felicidad y me
dice “La tengo media hecha porque mi doctora me dio de tarea escribir todo lo
que yo quisiera decirle”. Pero subsistía la pregunta: “¿Legalmente puedo ir a
su casa?” . “Si, legalmente puedes tocarle el timbre a cualquiera, pero esa
persona tiene derecho a no atenderte e incluso pedirte que te vayas”.
La segunda pregunta de Francisca
era harto más complicada, porque el maltrato infantil no constituye delito, el maltrato de las nanas quedó fuera del
ámbito de la violencia intrafamiliar, y había pasado mucho tiempo. Le expliqué
a Francisca que para ganar un juicio uno no solamente tiene que tener razón
sino que tiene que probarlo, y eso significa hacerse evaluaciones, contar todo
lo que le pasó a personas que no conoce, etc., etc. Le expliqué además, que el maltrato infantil,
aunque se pruebe y un Juez diga que tal persona maltrató a tal niño, nunca
queda registrado en sus antecedentes como sí queda cuando es abuso sexual,
entonces la persona igual puede seguir trabajando con niños. Entonces, aunque hiciéramos un juicio y
suponiendo que lo ganáramos, la nana igual podría seguir trabajando con niños.
Obviamente, en el intertanto, yo
no tenía ningunas ganas de meter a esta niñita en un juicio que lo más probable
no llegaría a ninguna parte, pero subsistía la necesidad de ella –férrea- de
hacer algo para que la nana no pudiera maltratar a otros niños. Y aquí vino el gran desafío. ¿Como la ayudo a canalizar esta necesidad profunda de reparación, en el ámbito legal? Entonces me
acordé de la niña de 11 años que le escribió a Abraham Lincoln, diciéndole que
debía dejarse barba, lo cual él hizo. Mi neurona no me acompañó en ese momento
con el nombre de la niña –Grace Bedell- pero recordé el hecho histórico. Le pregunté a Francisca si sabe quien era
Lincoln, y me dice “Hmmm, no, pero me suena a Obama”. "Si, -le dije-, tienes
razón, porque Lincoln fue Presidente de Estados Unidos, igual que Obama". Le conté la historia de la niña, y le dije
que como la ley está mal hecha, porque las personas que maltratan niños ni van
a la cárcel a menos que les causen lesiones (y sabemos que ni causando lesiones
van a pasar un solo día presos), y tampoco existe un registro de maltratadores
infantiles, quizás ella podría escribirle una carta a todos los Senadores y a
todos los Diputados para que cambien la ley.
En ese momento la expresión de Francisca fue indescriptible. Una mezcla
entre felicidad, impacto, no sé, pero me abrió unas pepas gigantes y sonrió.
Estoy segura que en ese preciso instante su veloz mente empezó a redactar la
carta. Me preguntó si yo la podía ayudar
con las dos cartas, y le dije que si, que ella las tiene que escribir y yo solamente las reviso para que sean “legales”,
y la ayudo a enviar las del congreso.
Fascinada, me dice “YA!”
Entonces vino la parte de los
honorarios. Le expliqué que contratar un abogado significa que me tiene que
pagar, porque obvio, era ella quien me estaba contratando, no sus papás. Entonces se produce el siguiente diálogo:
-
“ ¿Tienes plata?”
-
“No, no tengo…. “ (con carita de preocupación….)
-
“Hmmm…. Entonces ¿Qué sabes hacer? “
-
“Sé hacer muffins!”
-
“¿Sabes hacer galletas?”
-
“Si, también puedo hacer galletas!”
-
“Ok, entonces yo te ayudo con las cartas y tú me
pagas con galletas. Trato hecho. “
-
“Trato hecho!”
Así, se despidieron Francisca y
sus papás, y fui contratada por ella para ayudarla con las cartas a cambio de
galletas. No especificamos cuántas.
A los cinco minutos de haberse
ido, me llaman al celular.
-
“Hola , soy la Francisca, recién estuve en su
oficina…”
-
“Si , Francisca, dime”
-
“Es que estamos al frente tomando jugo y la
queríamos invitar…”
Así que bajé a tomar un café con
ellos… parecía que Francisca había quedado con algo pendiente. Y ahí vino lo mejor :
-
“Oiga, le cuento, yo estaba medio asustada de
venir a hablar con usted, no sabía qué ponerme, estuve harto rato tratando de
buscar la ropa con que uno tiene que venir a hablar con un abogado, pero usted
no se parece a las abogadas de la tele…..”
Y yo, la pelotuda, me había puesto jeans!!!! Le
prometí que cuando voy a los juzgados soy igualita que las abogadas de la tele. Además, la dueña del local se lo confirmó, agregando que llevo hasta maletín y todo.
Fin de la historia. Una de las experiencias más lindas y más tiernas que he
tenido en el ejercicio profesional, y que me deja con cuerda para tolerar la parte difícil de esta pega por un buen rato. Bueno, quizás no es el fin, quizás es el
principio. Me tinca que con esta niñita de clienta, voy a terminar engordando…..
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