A estas alturas, está más que claro que dejo pasar demasiado tiempo sin escribir en este blog, pero hay días, aunque sean pocos, en que simplemente siento la necesidad de hacerlo. Hoy es uno de esos días.
Conocí a Darío Jara más o menos en 1995. Había logrado comprarme una casa de 180 mts2 de terreno en La Reina, obvio que con crédito hipotecario, y quería hacer una remodelación. Esa casa tenía construido un departamento pequeño al que se accedía por el patio. El departamento tenía un espacio en la entrada, no muy grande, una cocina, un baño y un dormitorio. Durante un par de años arrendé ese lugar para poder pagar una parte del dividendo, pero llegó un momento en que pensé que disponía de algún dinero para dejar de hacerlo.
Soñaba con hacer una remodelación para que esa parte quedara integrada dentro de la casa, y no afuera, para usarlo como dormitorio. Habría sido muy mala madre si me hubiera trasladado a dormir ahí y que mis niños durmieran dentro de la casa, o al revés.
Necesitaba urgente poner distancia entre mi dormitorio y los de mis hijos.
En esa época, ellos jugaban por internet en la noche algo que se llamaba Tactical Ops (no es que me acuerde del nombre, hijo Carlos me ayudó). Las noches en la casa (no era muy grande, 65 mts2), sobre todo fines de semana y vacaciones, eran del terror. Carlos en su dormitorio, Aníbal en el suyo, ambos jugaban en equipos diferentes. Carlos se llamaba "Zeta" y Aníbal era "Lord of Chaos", alias Lordi.
Mientras jugaban, se escuchaban mansos gritos desde ambos dormitorios, "¡Tai campeando conche tu mare!" "¡Friendly Fire, Friendly Fire!" "¡Dispara weón!". A veces Aníbal gritaba ¡friendly fire! y al mismo tiempo Carlos gritaba otra cosa, porque claro, eran equipos enemigos. Pedí mil veces que no gritaran, que se acostaran un poco más temprano, escuchaba los golpes que daba la vecina contra la pared para que se callaran, pero no había caso. Tactical Ops era indestructible.
Traté de desarrollar otra estrategia. Si no puedes contra ellos, únete. Así que traté de jugar pero dejé la cagada. Me dio terror que me mataran, entonces me escondía detrás de murallas, no salía de ahí, y me gritaban que estaba "campeando". Me hice la valiente, salí de mi escondite y ahí supe lo que significaba el "friendly fire". Terminé disparándole a mi propio equipo. No lograba distinguir cuál era cuál. La estrategia de unirme al enemigo no resultó, igual que varias otras.
Así, me determiné a hacer una super remodelación. Contraté a una arquitecta quien se encargaría de todo, incluyendo permisos municipales, etc. Así fue como apareció Darío Jara en nuestra vida. El era el "jefe de obras", debe haber tenido unos 40 años, quizás más pero era difícil descifrar su edad. Su cara, sus manos, estaban marcadas por años de polvo de construcción, de duro trabajo. Era muy responsable, respetuoso, trabajador, y sabía hacer de todo. Sabía hacer las instalaciones eléctricas, la gasfitería, romper murallas, inventar muros nuevos, pintar, poner cerámica, hacer rejas... literalmente todo.
Vivimos durante meses entre el polvo, materiales, escombros, porque agarré vuelo y decidí que aprovecháramos de remodelar la cocina. Se me ocurrió botar un muro de un dormitorio que estaba al lado de la sala de estar, para convertirlo en comedor. No me molestó mucho, era cosa de cubrir muebles con sábanas y saltar sobre los escombros y materiales, honestamente tengo que decir me me encantan las remodelaciones, porque no veo la mugre, veo cómo va a quedar todo cuando se termine.
Darío me aguantaba todas mis pequeñas locuras, como por ejemplo comprar "tacos" (piezas de cerámica chicas, cuadradas, de colores y diferentes diseños), y pedirle -a última hora- que los incorporara en las paredes de la cocina, y en uno de los muros exteriores de la casa. Recuerdo que me pidió que le dijera dónde quería colocar cada taco, creo que en total eran 16 con 4 diseños diferentes. Le dije que pusiera 12 en distintos muros de la cocina, sin ningún orden, a diferentes alturas, esparcidos. La idea era que si estábamos en el comedor de diario (un mesa chiquitita), no nos aburriéramos nunca tratando de adivinar la lógica de la distribución de los tacos. Claro, no tenían ninguna lógica. Darío hizo lo que le pedí, y la cocina quedó preciosa.
Desde esa remodelación en adelante, Darío estuvo presente en la vida familiar. Cada gotera, cada cortocircuito, cambio de piso, era arreglado inmediatamente por él. Era tan confiable, que con el correr de los años le di copia de las llaves de la casa, para que pudiera ir a hacer trabajos aunque no estuviéramos.
En los almuerzos solíamos conversar, y él me contaba que había sido dirigente sindical siendo muy joven, en la época de Allende, que había incluso viajado a Rusia. Era en realidad, muy culto.
Me separé en 1998, y desde ese momento en adelante Darío se convirtió en un "marido de repuesto" para los efectos de arreglos de la casa, por pequeños que fueran, porque yo soy de lo más inútil que puede haber. Jamás podría cambiar un enchufe, así que Darío era indispensable.
Carlos (actual marido, no Carlos hijo), llegó a nuestras vidas a fines del 2008. Como él también tiene un hijo que se llama Carlos, quedaron designados como "Carlotes" (marido), "Caco" (su hijo) y Carlos (el hijo mío) para evitar que cada vez que uno llamara a "Carlos", contestaran los tres o ninguno.
Darío llevaba 10 años cumpliendo el rol de "marido de repuesto".
Recuerdo cuando me asaltaron, el 30 de abril del 2009. Darío ya había cambiado la alfombra por piso flotante, los marcos de las ventanas y puesto termo panel en el living. La semana anterior yo había comprado un sofá nuevo (el que teníamos era de 1993 y ya estaba requete contra retapizado), y pedí en la tienda que me lo llevaran a más tardar el 29, porque venía un fin de semana largo y nos íbamos a ir fuera de Santiago. Creo que nunca debí hacer ese comentario, porque me asaltaron al día siguiente de la entrega del sofá. Se suponía que no íbamos a estar.
Eran como las 9 de la noche, había decidido no salir por el fin de semana largo porque no tenía plata, y además mi auto necesitaba su propia remodelación, cambio de aceite y esas cosas misteriosas, así que lo dejé en el taller para mantención. Tres hombres jóvenes abrieron con alguna herramienta la reja de la ventana del dormitorio de Carlos. En ese momento yo estaba sola, así que terminé maniatada y amordazada, y los asaltantes furiosos porque descubrieron que no había ningún auto que robar.
Menos de una hora después que se fueron y logré zafarme, llegó Darío. Se puso manos a la obra a ver la reja, a contar ventanas, etc., porque obvio, quedé muerta de miedo y quise poner seguros en todas las ventanas, más seguros en la puerta, etc. Ese fin de semana, Darío interrumpió su descanso, para ir a comprar todo lo que se necesitaba, instaló todos los seguros, cambió chapas (me habían robado las llaves de la casa), arregló la reja. Así era él.
Nos cambiamos de casa, y Carlos (Carlotes) y yo nos casamos. Darío y yo solíamos reírnos de nuestras desventuras matrimoniales, casi teníamos pronturaio al respecto. Él también era separado y crió a sus tres hijos prácticamente solo, y obviamente estuvo invitado al matrimonio. Era parte de la familia. Mi marido, sabía que yo venía con dos hijos vivos, una en el cielo, yo sabía que él venía con dos hijos. Así que formamos una familia ensamblada. Lo que mi marido no sabía al principio, pero que descubrió después, es que Darío también venía en el paquete, porque era la única persona en quien yo confiaba para los arreglos de la casa, sobre todo después del asalto.
(en esa foto está Darío con una de sus hijas, en nuestro matrimonio)
Así, a Darío le tocó hacer remodelaciones, pintar, arreglar la nueva casa. Le tocó cambiar el piso, remodelar baños y cocina, cambiar enchufes, de todo, como siempre. Una vez, dejó en el patio una bolsa con un kilo de yeso, yo le había advertido que Titán, nuestro perro que en ese tiempo era un cachorro gigante, comía cualquier cosa que tuviera por delante. En la mañana siguiente descubrí una bolsa vacía, toda mordida, y yeso en el piso, pero no un kilo. El resto estaba en la guata de Titán. Pensé que la única solución razonable para que no se le secara el yeso en la guata, era darle aceite, hasta que lo botara, así que le di aceite, harta leche, y el asunto no pasó más allá de una diarrea, pero ¡qué manera de reírnos después! Darío me decía "¿¡Qué perro come yeso!? ¡Hay que ser muy hueón!" Y yo le decía "Sí, Titán es un poquito ahueonao pero es lindo y nos cuida". Terminaron amigos esos dos, a pesar que una vez Titán le robó del bolsillo un paño a Darío y se lo tragó instantáneo.
(la cocina tenía un techo muy alto, como una cúpula, era fría y oscura. Darío hizo un techo falso, se me ocurrió dejar un pedacito de la cúpula, instalar varias luces y pintar con colores distintos, todo eso lo hizo Darío).
Para la última remodelación, que fue más o menos en el 2014, Darío ya estaba enfermo, tenia un enfisema pulmonar, estaba enfermo del corazón, y ya no podía cambiar el techo o limpiar canaletas porque se había caído de una escalera. La cerámica de los muros quedó imperfecta, porque sumado al paso de los años y enfermedad, yo seguía con mis leseras, entre otras mezclar colores y tipos de cerámica distintos. Carlos notó las imperfecciones, pero mi respuesta fue rotunda: Se queda como está, lo hizo Darío y además, más vale la gracia de la imperfección, que la perfección sin gracia.
(La gracia de la imperfección)
Esa fue la última remodelación que hizo, con todo el polvo, escombros y materiales, que mi marido no logra entender cómo o por qué logro disfrutar. Después, siguió viniendo a arreglar cada gotera, cada guáter mega tapado, cada enchufe, ya no era mi marido de repuesto, y Carlos aprendió a disfrutar nuestras conversaciones en los almuerzos.
En el 2015, Carlos hijo ya vivía por su cuenta, y "heredó" a Darío, quien se encargó de arreglar puertas, enchufes, etc. en su depa. Darío ya formaba parte de la vida de dos generaciones en nuestra familia. Vio crecer a mis hijos.
Darío falleció el año pasado, a comienzos de la pandemia. No pude asistir a su funeral, estábamos en cuarentena. Lo echo de menos, quizás por eso tuve que sentarme a escribir sobre él. Donde sea que estés, gracias Darío, por tantos años de lealtad, de compromiso, de trabajo, dedicación y paciencia. Fueron 25 años, y nadie te puede reemplazar.


Hermoso.
ResponderEliminarEn todo el mundo hay maestros chasquilla, como les decimos en Chile. En España son los "manitos" y los gringos les dicen handyman.
No caben el ninguna política de protección laboral, porque no entregan su libertad por nada.
El valor agregado (como le llaman los expertos del marketing) es la buena conversación, sus historias (casi siempre exageradas) y por sobre todo la confianza.
Cuando ampliamos nuestra casa, nuestro "maestro" exigió que el baño debía considerar "bidet", especialmente para "la dama". Acompañó la frase con un elegante movimiento de mano que apuntó hacia mi esposa. Estoy seguro de que ella pensó por un instante en cambiar de marido.
Gracias, ¿pusieron el bidet? jajajaj
EliminarQue lindo recuerdo de Darío, personas así de leales sin escasas. Que bueno que escribas para el. Realmente merece estar en tu corazón.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte para ti, otro gigante al cielo, para Dario