(Segundo orfanato pero me fascina esa foto así que la puse primero)
Mónica me ayudó un montón dándome consejos, presentándome a distintas personas quienes hacían labores de voluntariado, a veces íbamos juntas, a veces yo agarraba vuelo por mi cuenta, casi siempre acompañada de Isah, a veces con él y Carlos.
Mientras Carlos seguía trabajando en el Banco Central metido todo el día en un edificio que tenía energía eléctrica, comida y agua, los hombres vestían de terno (algunos de manga corta eso sí, se las cortaban por el calor), yo salía con Isah, nuestro chofer/guardaespaldas y finalmente amigo, a aventurarme en el mundo de la pobreza, de niños y niñas en orfanatos, de mujeres maltratadas.
Después de ir por primera vez a un orfanato (capítulo 6), y una vez más o menos repuesta del impacto, le comenté a Carlos lo que había visto y le pedí que me acompañara los fines de semana, al menos algunos, a diferentes lugares. Él al principio se resistía, no le veía la lógica al asunto. ¿Para qué ir un par de veces a un orfanato, si igual no podíamos ayudar? Para mi era algo que no tenía nada que ver con lógica. Lo que hacía Mónica era extraordinario, simplemente estar ahí, jugar con los niños y niñas, acompañarlos, porque en realidad las cuidadoras se encargaban sólo de alimentarlos y a veces ni siquiera eso.
En ese primer orfanato, dirigido por una abogada Nigeriana, conocí a muchos niños, vi cómo se peleaban por un lápiz a color (si mal no recuerdo Mónica llevaba lápices y papel, los niños alucinaban pero no alcanzaban para todos, era una caja y tenían que compartir) y ahí conocí a Joseph. El tiene capítulo aparte que escribí hace más de 10 años. Nadie sabía la edad de él, calculo unos tres añitos, lloraba y lloraba todo el día, y tanto para los demás niños y niñas como para las cuidadoras, era normal que llorara porque era nuevo, y no había que consolarlo, sólo había que esperar a que se acostumbrara. El solito tenía que aprender. Al principio cuando trataba de acercarme a él, para tan sólo abrazarlo, darle afecto, él me rechazaba, pero pasados unos días, me dejó tomarlo en brazos, lo consolaba en castellano, e incluso cuando yo llegaba iba corriendo hacia mí, al mismo tiempo que los demás niños corrían hacia Mónica. El amor no tiene idioma.
(Joseph)
Un día vi a una cuidadora que mientras caminaba por el pasillo, repartía correazos a quien le llegaran, porque sí. No me acuerdo si era una correa o una rama o un látigo, pero golpeaba a los niños y niñas con mucha fuerza. Algunos lloraban, otros no se atrevían y se tragaban el dolor. Al ver esa conducta me inundó la rabia, y dije a Mónica que debíamos hacer algo. Ella me advirtió que era mejor no hacer nada, porque no era nuestra labor hacer de vigilantes y menos andar acusando, que además el tema era delicado porque es parte de su cultura y no les gusta que un extranjero les venga a decir lo que deben o no hacer.
Claro, eso de que otro le venga a decir a uno cómo criar a niños, puede llegar a ser ofensivo. Igual que acá, cuando un sector de nuestra sociedad dice "con mis hijos no te metas", para evitar la educación sexual.
El asunto es que soy porfiada y rebelde (siempre con causa), y decidí ir a conversar con la directora. En el tono más amable que pude inventar le dije que lamentablemente había visto algo que estaba segura ella no promovía ni aceptaría (sabiendo que sí lo aceptaba), y era esta cuidadora que golpeaba a los niños y niñas mientras caminaba, sin motivo alguno. Para mi, el castigo físico es inaceptable y punto, no hay motivos que lo justifiquen, pero para ellos pensé que quizás ese tipo de castigos era normal, pero debía existir un motivo. Una vez más, me equivoqué. La directora me mandó a la mismísima mierda, que cómo se me ocurría ir a decirle la forma en que debían tratar a los niños, que todos los blancos somos iguales, siempre imponiendo nuestras ideas, y con qué moral venía yo a decir cómo educar a los niños allá, si en Inglaterra muchísimos niños y niñas consumen drogas, en cambio en Nigeria no.
Paréntesis: siempre me confundían con inglesa o gringa, pero en ese momento los ánimos estaban caldeados y no valía la pena sacarla del error, menos aún si en Chile hay miles de niños y niñas que sufren maltrato, consumen drogas, etc.
Cuento corto, me echaron del orfanato con viento fresco, nunca más vi a Joseph ni a los demás niños y niñas, y ni siquiera pude despedirme de ellos.
Ese día, nuevamente, llegué de vuelta al hotel a tirarme de guata a la cama a llorar, hasta poco antes que llegara Carlos.
Por suerte que Mónica solidarizó conmigo, y un sábado o domingo nos llevó a otro hogar, acompañada con su pareja, Newman.
Fuimos al segundo orfanato que quedaba fuera de la ciudad de Abuja. Era mucho más grande, tenía varias casas, diferenciando a los niños según edad y género. Me concentré primero en las niñas que creo tenían entre 6 y 12 años de edad, mientras que Carlos hizo lo mismo con los niños. El armó un partido de fútbol (creo que llevamos una pelota), y yo jugué a la peluquería. A las niñas mi pelo les llamaba mucho la atención, se reían a carcajadas porque me hacían trenzas y se me desarmaban. Conversamos, jugamos, lo pasamos bien. en el intertanto, Mónica y Newman también jugaban a diferentes cosas.
(Mónica con los niños)
(Carlos con su equipo de fútbol)
En ese momento, mientras trataba de seguir jugando, mi mente recorría la Convención sobre los Derechos del Niño (igual que en el primer orfanato), y pensaba "Qué brutalidad más grande, cortarle la cara a un bebé, para que le quede una cicatriz y marcarlo de por vida". Atentaba contra no sé cuántos artículos de la Convención. Después me di cuenta del orgullo que sienten por sus marcas, forma parte de su identidad. Se identifican más con su tribu que con ser nigerianos, y lo re-pensé. ¿Con qué derecho voy a juzgar esa costumbre, si nosotros les hacemos hoyos en las orejas a las niñas al nacer, para que se pongan aros que nada significan? Así que más bien me dediqué a escuchar y tratar de aprender.
A la hora del té, Carlos y yo decidimos entrar a la casa de los bebés, niños y niñas de cero a 5 años, más o menos. El olor de esa casa era indescriptible, básicamente un mezcla de orina añeja, y caca. Logramos sobreponernos al olor y nos integramos a jugar con las guaguas. Un bebé vino gateando hacia mí, se sentó, y levantó sus bracitos como diciendo "tómame en brazos", así que le obedecí. Lo tomé en brazos como si fuera mío, para abrazarlo y acogerlo como lo hice con Joseph, pero estuve a punto de vomitar. El hedor que emanaba del pañal de ese bebé era de varios días sin muda, sin baño. No exagero si digo que probablemente el pañal pesaba más que la guagua. Nuevamente me inundé de rabia, y a riesgo de ser expulsada, lo llevé donde una cuidadora y le dije simplemente "Este niño necesita un baño urgente", y nada de sonriente, se lo llevó.
Alcancé a darme cuenta antes que se lo llevara, que ese bebé que parecía de unos seis meses de edad, que no sabía caminar ni pararse, tenía necesariamente más de un año de edad, por la dentadura. ¡Tenía hasta muelas! ¿Sería un niño con discapacidad? No, porque de tamaño era demasiado pequeño. Era un bebé que no se había desarrollado de acuerdo a su edad, probablemente por desnutrición, negligencia, maltrato, abandono, y por supuesto, falta de afecto y estímulos.
Al rato avisaron que tomarían el té, había una mesa grande, las niñas y niños se apresuraron en sentarse antes que sirvieran, todos en perfecto orden y silencio. En eso veo al bebé que ya habían bañado, y otro más, gatear a la velocidad de un rayo y ponerse debajo de la mesa. No entendí la conducta de esos dos bebés, ni la de las cuidadoras. ¿Por qué, mientras los demás niños y niñas se sentaban a esperar su té, estos dos bebés gatearon a ponerse debajo de la mesa? ¿Estarían asustados? Mi parte de lobo se agudizó, empecé a observar a la "manada", cada detalle, quien iba, quien venía, los rostros de niños y niñas, los platos, el lenguaje no verbal de los dos bebés que estaban debajo de la mesa.
Las cuidadoras (eran dos para unos 30 niños y niñas) les sirvieron una taza de té y un pan a cada uno. Voy a decir algo que ya a estas alturas debería ser obvio: el pan no tenía agregado. Nada de mantequilla, mermelada o queso. Solo pan.
En cuanto las niñas y niños sentados a la mesa en silencio sepulcral (yo pensando "qué raro, se portan demasiado bien"), los dos bebés que estaban debajo de la mesa empezaron a movilizarse rápidamente. Uno de ellos en realidad no gateaba sino que se arrastraba usando sólo los brazos. Ambos miraban atentamente el suelo, yo no entendía nada, hasta que lo vi. A medida que los niños mayores comían, caían pequeñas migajas de pan al suelo, que eran recogidas y tragadas rápidamente por los bebés. Ése era su alimento. Las migajas.
Ok. Conectada con ese recuerdo, no puedo seguir. Al menos no por ahora. Hasta el día de hoy, cuando me acuerdo, es como estar allá de nuevo y ver y oler todo, pero en cámara lenta. Es un recuerdo verdaderamente desgarrador.
Continuará.
PD: La razón que me dieron las cuidadoras para no darles alimento a los bebés, era porque no sabían sentarse a la mesa por su cuenta. Cuando aprendieran a hacerlo, se ganarían el té.
PD2: Ese día, Carlos también lloró.
PD3: Después del té, llegaron mujeres musulmanas a regalarle dulces niños y niñas grandes, y se fueron. Era el día de la solidaridad o algo así.
PD4: Mónica (qué impresionante, una especie de reencuentro después de casi 12 años) dejó un comentario en el capítulo 8, y es el siguiente:
"El orfanato de varias casas, el único que parece funcionar realmente bien, está en Gwagwalada y es de Aldeas Infantiles (SOS), una ONG muy reconocida en Europa. ¿Recuerdas que el director nos habló de los derechos de los niños?
Y la aldea donde iba el doctor Abengowe se llama Kobi.
¡Un abrazo!"





Perdona, Solange. Este no es el orfanato de Aldeas Infantiles, sino una mala copia del gobierno nigeriano. También está en Gwagwalada, creo recordar.
ResponderEliminarPor otra parte, puede que sí, que el nombre de la aldea se escriba Kobe.
Hola Mónica, gracias! Corregiré la post data. Ahora estoy con una lesión en la mano que no me deja escribir mucho, próximo jueves me operan y espero poder continuar pronto, un abrazo!
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