jueves, 21 de abril de 2022

TATUAMIGOS, PARTE TRES. ENCUENTRO CON ANIMALES DE PODER. TOTEMS.




PARTE TRES

 

Antes de entrar de lleno en la experiencia del encuentro con los animales de poder -tema que da para capítulo aparte- una pequeña explicación.

 

No soy una persona imaginativa en el sentido de, literalmente, ver imágenes en mi mente. Si cierro los ojos, es todo negro y pienso con palabras, no con imágenes. Esto no siempre fue así.  Recuerdo cuando chica haber tenido muchas imágenes, como películas, llenas de vida y colores y hasta sensaciones y olores. Recuerdo cuando pensé si acaso existíamos de verdad, o si quizás éramos un sueño de dios, altiro lo vi acostado durmiendo sobre nubes en el cielo, se despertaba y nosotros desaparecíamos. Fácilmente imaginaba dinosaurios, y en general supongo que todo lo que pensaba se convertía en formato video mental.

 

Pero eso desapareció en algún momento, no tengo idea por qué. Recuerdo, eso sí, cuando tenía como 14 años, la última vez que me apareció una imagen al pensar en mi papá. Esa era difusa, recuerdo la angustia de no poder ver su cara, aunque sí podía claramente sentir su presencia. No es que sintiera su presencia como si estuviera al lado mío, sino que lograba recordar cómo se sentía estar con él, pero no su cara.

 

En distintos momentos de un largo periplo de búsqueda espiritual, que empezó en 1973 cuando tenía 12 años, me encontré con distintas técnicas de meditación, por lo que no me resulta difícil “apagar” la mente. Simplemente no pensar. Ahí sí puedo insertar una imagen y quedarme ahí un buen rato. De hecho, lo hago hace años porque como a cada rato me dan shocks anafilácticos - algún día voy a escribir sobre eso, no sé cómo he sobrevivido a ocho- le hago el quite a la anestesia. Para no sentir dolor, le apreto un botón off a mi mente y me “voy” a una playa, y ahí me quedo feliz, en aguas cristalinas viendo peces de colores, y ni me entero de lo que me hacen. Excepto una vez que la dentista me preguntó si me puse bloqueador solar. Ante esa pregunta me jodí y sentí todo, aparte de tener ganas de triturarla.

 

Debido a esto, es que lo que relato a continuación fue tan sorprendente.

 

En estado de meditación, mejor dicho, trance, o de conciencia profunda (me carga cuando lo llaman alteración de conciencia), inducido por el sonido de tambor y guiado por Luis Flores, me encontré con un lobo. No lo inserté en mi cabeza, no lo inventé, simplemente apareció.  ¡Lo vi clarito! Conversé con él, me dijo que era mi compañero, desde siempre. No con esas palabras, es una comunicación verbal, pero al mismo tiempo a uno le llegan sensaciones, como si fueran mensajes, claramente no es algo que uno está pensando. Es algo que “llega”.  La sensación que me dio fue que estaba conmigo desde un lugar más allá del tiempo y del espacio. Su poder, el que me regala, es el de buscar caminos. Además, él en particular es el jefe de la manada, por lo que debe cuidarla, protegerla, estar siempre alerta. Lo que yo tenía que aprender de él era aullar. NI idea, hasta hoy, qué significa eso.

 

La comunicación y el encuentro con mi lobo fue una experiencia maravillosa, de verdad sentí que era -es- mi compañero desde siempre, y claro, después, ya fuera del viaje, me hizo mucho sentido. Estar alerta, cuidar a los demás, buscar soluciones, alertar peligros, defender a otros, etc., es algo con lo que fácilmente me puedo identificar. El lobo está definitivamente conmigo, y tengo mucho que aprender de él.  

 

Aquí, otro paréntesis: En lo personal me da lo mismo si acaso estas experiencias que uno vivencia como profundas, reales, sean de verdad en el sentido de las creencias y cosmovisión que uno tiene, o si son una creación del subconsciente. Me da lo mismo, vi al lobo y conversé con él, lo sentí, y de lo que no tengo duda alguna, es que me ayudó y lo sigue haciendo. Efectivamente, lo que hago, básicamente, es proteger a otros, y en ese momento de mi existencia, estaba aullando, pero quizás tenía que hacerlo de otra manera, no lo sé. Sólo sé que no voy a negar esa experiencia, y que ese encuentro determinó la necesidad agregar otro tatuaje: El lobo.

 

Así, tenía pendientes tres tatuajes: El árbol de la vida, la mariposa, y el lobo.

 

Desvío: El encuentro con el lobo fue tan importante, que me ayudó a decidir hacer algo que también tenía pendiente desde hacía tiempo, incluso quizás le hice el quite, o como quien dice, le saqué el poto a la jeringa, porque igual duele.  Cambiar mi segundo apellido. Los nombres y apellidos forman parte de nuestra identidad, son como la cáscara de la cebolla. Mi segundo apellido, Ureta, me resultaba insoportable desde hacía mucho tiempo, básicamente porque sentía -y siento- que no pertenezco a esa familia, a esa Tribu. Por eso hace años dejé de usarlo en redes sociales e incluso en escritos ante tribunales. Esta sensación de no pertenecer se hizo mucho más profunda e intensa cuando a raíz de haber hecho pública mi experiencia de abuso por parte del marido de una hermana de mi mamá, supe que mis tías no me creen. Incluso la cónyuge de mi agresor, quien era mi tía favorita. No sólo no me cree, sino que lo apoya. Entonces, ¿qué tengo que ver con esa familia? El puro ADN no me parecía suficiente, porque no siento orgullo de pertenencia, sino vergüenza.  A partir del encuentro con el lobo, se me ocurrió inventarme un segundo apellido que tenía que ser Lobo pero que no se relacionara con ninguna familia de acá, y terminé encontrando la palabra Lobo en lenguaje Navajo: Maikoh. Los Navajo regalaron su lenguaje durante la Segunda Guerra Mundial, y gracias a esa generosidad se creó el “Código Navajo”, que los Nazis nunca lograron descifrar. Debido a eso, al hecho que ellos mismos regalaron su lenguaje a la humanidad, es que usar una de sus palabras como apellido no es apropiación cultural. Por el contrario, es, para mí, un homenaje.

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Poco después del encuentro con mi compañero Lobo, en un segundo viaje, mientras conversaba con él pasó un colibrí o picaflor, precioso, colorido. Pasó varias veces, interrumpiendo mi encuentro, y yo, torpe al máximo, estaba por decirle que se dejara de joder, cuando se posó sobre mi brazo y me miró. En ese momento entendí que ¡también era mi compañero! No estaba conmigo desde un “siempre” incomprensible para nosotros como el lobo. Me dijo que 10 años, aunque ellos parece que no tienen un concepto exacto de tiempo. Su poder es el de saber dónde ir. No hay que dejarse engañar: el colibrí es chiquitito, capaz de quedarse quieto aleteando y salir disparado en cualquier dirección, es alegre, pero sabe qué es lo que tiene que hacer.  Mi compañero colibrí es el que me hace parecer dispersa, doy vueltas, me río de cosas serias, etc., pero de a poquito llego donde sea que tengo que llegar.

 

Curiosamente (o quizás no), lo que me dijo el colibrí sobre el tiempo que lleva conmigo, coincide más o menos con la llegada de Carlos a mi vida, con haber pasado de tener un prontuario de relaciones de pareja que no iban a ninguna parte, a una que tiene las tres R, fundamentales para toda relación sana: Respeto, Reciprocidad, y Reconocimiento, por parte de ambos.

 

Así, acumulé pendientes cuatro tatuajes: Árbol de la vida, mariposa, lobo y colibrí.

 

Le comenté a Carlos que me iba a hacer estos tatuajes, porque sólo sabía lo del árbol de la vida y la mariposa.  Ambos tatuajes podían pasar piola, pero agregar lobo y colibrí ya es otro nivel de cuerpo dibujado.  Él no es de muchas palabras, sino de gestos y con sus gestos dice todo. Me pasó un libro que ya tenía (literalmente colecciona libros y los lee todos) sobre la historia de los tatuajes para que lo leyera.  Casi me da un soponcio cuando lo fui hojeando (me dio lata leerlo completo, las puras fotos eran suficientes), porque según el libro los tatuajes empezaron con los marineros que echaban de menos a sus mujeres y se tatuaban los nombres o corazones con flechas, de ahí pasaron a las prostitutas y delincuentes, a símbolos de pertenencia a alguna mafia u otras asociaciones ilícitas, bandas, y punto. Quizás pensó que yo iba a terminar marcándome a mi misma como delincuente, no lo sé, pero como tiene la R de respeto, no me iba a decir que no me los hiciera.

 

¡Nada que ver! La historia de los tatuajes, cuando uno la investiga, es completamente distinta y opuesta a lo que se indicaba en el libro, que terminó en la basura. Carlos mismo lo botó a la basura hace poco, lo cual es también un tremendo gesto porque jamás se deshace de libros, ni los presta. Son sus tesoros.

 

 Aquí mismo en Chile, se encontró una momia con un tatuaje, perteneciente a la cultura Chinchorro, que data aproximadamente del 2000 AC.   El “Hombre de Hielo”, otra momia encontrada dentro de un glaciar en Los Alpes tiene 77 tatuajes. Se calcula que tiene 5.200 años de antigüedad.  ¡Qué marineros, prostitutas y delincuentes ni que nada! En serio, pensar que los tatuajes están limitados a esos temas es puro prejuicio o ignorancia.  Es cierto que los Romanos le “copiaron” a los Celtas la técnica para hacer tatuajes, y pervirtieron el sentido que tenían para ellos, utilizándolos para marcar a personas por su conducta como castigo, y por supuesto, la máxima y espantosa expresión del uso perverso de tatuajes para marcar a seres humanos fue la de los Nazis. Pero la historia completa es otra. Mucho más compleja, más profunda, y, por cierto, impresionante y hermosa.

 

Pasó el 2020 a punta de puro zoom, cuarentenas, encierro. Imposible hacerme los ansiados tatús. La primera mitad del 2021 fue más de lo mismo. Había que puro adaptarse y tratar de sobrevivir a la pandemia, pero me enfermé y tuve que salir de la cueva. Bueno, en realidad ya estaba enferma porque tenía atrapado el nervio del brazo desde el 2019.

 

Recién en julio de 2021 me operaron el brazo, una vez que permitieron las cirugías “electivas”. Nunca entendí qué tanta elección podía tener, si apenas podía escribir, pero, en fin, oficialmente era electiva y por eso se postergó. Por fin me operaron, y demoraría varios meses en recuperarme. Cuando ese nervio se atrapa, uno siente como corriente hasta la punta del dedo índice, aparte del dolor de todo el antebrazo. Cada movimiento de la muñeca… mejor ni explico. La recuperación es lenta.

Desvío: El atrapamiento del nervio radial al nivel de la muñeca, alias Síndrome de Wartenberg, es “raro y representa el 0,7% de las lesiones no traumáticas de la extremidad superior”. CERO COMA SIETE POR CIENTO. Guarden este dato para más adelante.

 

Justo después, cuando todavía ni sanaba bien la cicatriz del brazo, entre agosto y septiembre de 2021 me operaron dos veces. La primera operación fue por “endometrio engrosado”, que tenía, en mi caso, pocas probabilidades de ser cáncer porque no tenía ninguno de los “factores de riesgo”, pero había que aplicar bisturí y hacer biopsia urgente. Nada de electivo.

 

Entremedio, el doc también me pidió exámenes de pechugas, y me tuve que hacer también, una biopsia. La doctora que me atendió, encantadora, amorosa, tenía un símbolo tatuado en el brazo, en la zona de la muñeca por el lado de la palma de la mano, es decir, interior. Me llamó la atención justamente porque tenía pendientes mis tatuajes, y le pregunté qué significaba el símbolo y quién se lo hizo. Era un símbolo hindú que significa “calma”, me contó que se lo hizo para mantener calma en momentos de estrés, y lo hace mirando su brazo y tocando el símbolo. ¡Me encantó! Ella me dio el dato del lugar donde se hizo el tatuaje.

 

Terminado el proceso de extracción de la “cosa” que había que biopsar, me dio un shock anafiláctico. El octavo. Código azul, corriendo al servicio de urgencias dentro de la misma clínica, y mientras me tenían llena de agujas y medicamentos a la vena, llamé por video a la colega de la contraparte en un juicio que teníamos audiencia ese día para pedirle que la suspendiéramos. Obviamente me salvaron, una vez más, salí de ahí al día siguiente bien, con el dato del tatuador y una nueva fecha de audiencia. 

 

Me cargan las estadísticas, porque cuando te dicen que tienes, por ejemplo, un 1% de probabilidades de que algo ocurra, y te ocurre, ese porcentaje se convierte instantáneo en un 100%. ¡Y siempre me pasa! A veces incluso le advierto a los docs que soy igualita al personaje “mala suerte” de los Picapiedras, ese que andaba con una nube encima y llovía sólo sobre él. De hecho, según Carlos que es economista y todo entero matemático, definitivamente no existo. Una vez -hace años- hizo el cálculo, no sé cómo, con todas las enfermedades, efectos secundarios o adversos, shocks anafilácticos y etcéteras altamente improbables que me han ocurrido y llegó a esa conclusión. ¡No existo!

 

Me sacaron el endometrio, hicieron la biopsia, y las pocas probabilidades (10%) de que fuera cáncer se convirtieron instantáneo en 100%.  Era cáncer. ¡Mierda!  Entonces, en cuestión de un par de días vino la segunda operación. Histerectomía total.  Gracias a la intervención oportuna y dedicación de varios médicos, quedé “cáncer free”, pero obviamente durante los próximos 5 años sujeta a estrictos controles, pero el susto entremedio no me lo quitaba nadie.

 

El tema del cáncer fue como un rayo que me cayera directo a la cabeza. O el martillo de Thor. Me hizo replantearme un millón de cosas, y mientras me recuperaba de la segunda operación (son 30 días de reposo), a propósito de “cosas pendientes que no he hecho y más vale que me apure en hacerlas”, me acordé de los tatuajes.

 

Vencí todos los miedos, uno por uno. ¡Qué miedo a que me discriminen ni qué ocho cuartos! ¿Miedo a que algún miembro del poder judicial me mire feo durante una audiencia o un alegato porque tengo un tatuaje? ¡Filo! Llevo casi 30 años tramitando juicios desde que era estudiante, me gané el derecho a que me respeten por mi trabajo y punto. (Deberían hacerlo igual, pero…sin más comentarios). Además, me acordé de Patty Muñoz, Defensora de la Niñez. Si ella puede hacer su pega, infinitamente más compleja y expuesta públicamente que la mía con sus tatuajes, entonces yo también puedo. Corta.

 

¿Miedo al dolor? Desapareció. A lo largo de los años y múltiples procedimientos sin anestesia por mi famosa alergia, descubrí que tengo alta tolerancia al dolor, y además me voy a mi playa a tomar sol sin bloqueador solar mientras el dentista me hace no sé qué cosa, porque me voy tan lejos que ni me entero.

 

¿Miedo a lo que piensen los demás, en general? Fuera. El tatuaje es para mí, no para los demás.

 

¿Miedo a sufrir un shock anafiláctico por la tinta? Era cuestión de usar tintas naturales, encontrar al tatuador.

 

¿Miedo a hacerme un dibujo en el cuerpo y que después no me gustara o arrepentirme? Eso lo resolví gracias a Aliexpress. Me compré tatuajes de lobo de esos que se pegan, me los puse, y lo único que me cargó fue precisamente que no quedaban bien ni para siempre. Sin duda me iba sentir bien con un dibujo -o más de uno- en el cuerpo de por vida.

 

Fue así, que me determiné ¡por fin! A hacerme los tatuajes, y comenzó la peripecia de la búsqueda de qué dibujo específico tatuar, cuál mariposa, cuál de todos los árboles de la vida, lobos y colibríes, en cuál parte del cuerpo, si acaso las tintas tienen el maldito polietilenglicol, y por supuesto, quién lo hace.

 

To be continued…

 

Atte., Aweli Vintage, escribidora. Buscadora de caminos. Sobreviviente.

PD: Hoy en día los tatuajes, la decisión de hacerlos o no, qué tatuarse, en cuál lugar del cuerpo, cuántos, son muy personales. No pretendo, de ninguna manera, imponer ideas ni mucho menos. Es sólo un relato de sucesos y procesos interiores.

 


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