PARTE TRES
Antes de entrar de lleno en
la experiencia del encuentro con los animales de poder -tema que da para
capítulo aparte- una pequeña explicación.
No soy una persona
imaginativa en el sentido de, literalmente, ver imágenes en mi mente. Si cierro
los ojos, es todo negro y pienso con palabras, no con imágenes. Esto no siempre
fue así. Recuerdo cuando chica haber
tenido muchas imágenes, como películas, llenas de vida y colores y hasta
sensaciones y olores. Recuerdo cuando pensé si acaso existíamos de verdad, o si
quizás éramos un sueño de dios, altiro lo vi acostado durmiendo sobre nubes en
el cielo, se despertaba y nosotros desaparecíamos. Fácilmente imaginaba dinosaurios,
y en general supongo que todo lo que pensaba se convertía en formato video mental.
Pero eso desapareció en
algún momento, no tengo idea por qué. Recuerdo, eso sí, cuando tenía como 14
años, la última vez que me apareció una imagen al pensar en mi papá. Esa era
difusa, recuerdo la angustia de no poder ver su cara, aunque sí podía
claramente sentir su presencia. No es que sintiera su presencia como si
estuviera al lado mío, sino que lograba recordar cómo se sentía estar con él,
pero no su cara.
En distintos momentos de un largo
periplo de búsqueda espiritual, que empezó en 1973 cuando tenía 12 años, me
encontré con distintas técnicas de meditación, por lo que no me resulta difícil
“apagar” la mente. Simplemente no pensar. Ahí sí puedo insertar una imagen y
quedarme ahí un buen rato. De hecho, lo hago hace años porque como a cada rato
me dan shocks anafilácticos - algún día voy a escribir sobre eso, no sé cómo he
sobrevivido a ocho- le hago el quite a la anestesia. Para no sentir dolor, le
apreto un botón off a mi mente y me “voy” a una playa, y ahí me quedo
feliz, en aguas cristalinas viendo peces de colores, y ni me entero de lo que
me hacen. Excepto una vez que la dentista me preguntó si me puse bloqueador
solar. Ante esa pregunta me jodí y sentí todo, aparte de tener ganas de
triturarla.
Debido a esto, es que lo que
relato a continuación fue tan sorprendente.
En estado de meditación, mejor
dicho, trance, o de conciencia profunda (me carga cuando lo llaman alteración
de conciencia), inducido por el sonido de tambor y guiado por Luis Flores, me
encontré con un lobo. No lo inserté en mi cabeza, no lo inventé, simplemente
apareció. ¡Lo vi clarito! Conversé con
él, me dijo que era mi compañero, desde siempre. No con esas palabras, es una
comunicación verbal, pero al mismo tiempo a uno le llegan sensaciones, como si
fueran mensajes, claramente no es algo que uno está pensando. Es algo que
“llega”. La sensación que me dio fue que
estaba conmigo desde un lugar más allá del tiempo y del espacio. Su poder, el
que me regala, es el de buscar caminos. Además, él en particular es el jefe de
la manada, por lo que debe cuidarla, protegerla, estar siempre alerta. Lo que
yo tenía que aprender de él era aullar. NI idea, hasta hoy, qué significa eso.
La comunicación y el
encuentro con mi lobo fue una experiencia maravillosa, de verdad sentí que era
-es- mi compañero desde siempre, y claro, después, ya fuera del viaje, me hizo
mucho sentido. Estar alerta, cuidar a los demás, buscar soluciones, alertar
peligros, defender a otros, etc., es algo con lo que fácilmente me puedo
identificar. El lobo está definitivamente conmigo, y tengo mucho que aprender
de él.
Aquí, otro paréntesis: En lo
personal me da lo mismo si acaso estas experiencias que uno vivencia como
profundas, reales, sean de verdad en el sentido de las creencias y cosmovisión
que uno tiene, o si son una creación del subconsciente. Me da lo mismo, vi al
lobo y conversé con él, lo sentí, y de lo que no tengo duda alguna, es que me
ayudó y lo sigue haciendo. Efectivamente, lo que hago, básicamente, es proteger
a otros, y en ese momento de mi existencia, estaba aullando, pero quizás tenía
que hacerlo de otra manera, no lo sé. Sólo sé que no voy a negar esa
experiencia, y que ese encuentro determinó la necesidad agregar otro tatuaje:
El lobo.
Así, tenía pendientes tres
tatuajes: El árbol de la vida, la mariposa, y el lobo.
Desvío: El encuentro con el
lobo fue tan importante, que me ayudó a decidir hacer algo que también tenía
pendiente desde hacía tiempo, incluso quizás le hice el quite, o como quien dice,
le saqué el poto a la jeringa, porque igual duele. Cambiar mi segundo apellido. Los nombres y
apellidos forman parte de nuestra identidad, son como la cáscara de la cebolla.
Mi segundo apellido, Ureta, me resultaba insoportable desde hacía mucho tiempo,
básicamente porque sentía -y siento- que no pertenezco a esa familia, a esa
Tribu. Por eso hace años dejé de usarlo en redes sociales e incluso en escritos
ante tribunales. Esta sensación de no pertenecer se hizo mucho más profunda e
intensa cuando a raíz de haber hecho pública mi experiencia de abuso por parte
del marido de una hermana de mi mamá, supe que mis tías no me creen. Incluso la
cónyuge de mi agresor, quien era mi tía favorita. No sólo no me cree, sino que
lo apoya. Entonces, ¿qué tengo que ver con esa familia? El puro ADN no me
parecía suficiente, porque no siento orgullo de pertenencia, sino vergüenza. A partir del encuentro con el lobo, se me
ocurrió inventarme un segundo apellido que tenía que ser Lobo pero que no se
relacionara con ninguna familia de acá, y terminé encontrando la palabra Lobo
en lenguaje Navajo: Maikoh. Los Navajo regalaron su lenguaje durante la Segunda
Guerra Mundial, y gracias a esa generosidad se creó el “Código Navajo”, que los
Nazis nunca lograron descifrar. Debido a eso, al hecho que ellos mismos
regalaron su lenguaje a la humanidad, es que usar una de sus palabras como
apellido no es apropiación cultural. Por el contrario, es, para mí, un
homenaje.
--
Poco después del encuentro
con mi compañero Lobo, en un segundo viaje, mientras conversaba con él pasó un
colibrí o picaflor, precioso, colorido. Pasó varias veces, interrumpiendo mi encuentro,
y yo, torpe al máximo, estaba por decirle que se dejara de joder, cuando se
posó sobre mi brazo y me miró. En ese momento entendí que ¡también era mi
compañero! No estaba conmigo desde un “siempre” incomprensible para nosotros
como el lobo. Me dijo que 10 años, aunque ellos parece que no tienen un
concepto exacto de tiempo. Su poder es el de saber dónde ir. No hay que dejarse
engañar: el colibrí es chiquitito, capaz de quedarse quieto aleteando y salir
disparado en cualquier dirección, es alegre, pero sabe qué es lo que tiene que
hacer. Mi compañero colibrí es el que me
hace parecer dispersa, doy vueltas, me río de cosas serias, etc., pero
de a poquito llego donde sea que tengo que llegar.
Curiosamente (o quizás no), lo
que me dijo el colibrí sobre el tiempo que lleva conmigo, coincide más o menos con
la llegada de Carlos a mi vida, con haber pasado de tener un prontuario de relaciones
de pareja que no iban a ninguna parte, a una que tiene las tres R,
fundamentales para toda relación sana: Respeto, Reciprocidad, y Reconocimiento,
por parte de ambos.
Así, acumulé pendientes
cuatro tatuajes: Árbol de la vida, mariposa, lobo y colibrí.
Le comenté a Carlos que me
iba a hacer estos tatuajes, porque sólo sabía lo del árbol de la vida y la
mariposa. Ambos tatuajes podían pasar
piola, pero agregar lobo y colibrí ya es otro nivel de cuerpo dibujado. Él no es de muchas palabras, sino de gestos y
con sus gestos dice todo. Me pasó un libro que ya tenía (literalmente
colecciona libros y los lee todos) sobre la historia de los tatuajes para que
lo leyera. Casi me da un soponcio cuando
lo fui hojeando (me dio lata leerlo completo, las puras fotos eran
suficientes), porque según el libro los tatuajes empezaron con los marineros
que echaban de menos a sus mujeres y se tatuaban los nombres o corazones con
flechas, de ahí pasaron a las prostitutas y delincuentes, a símbolos de pertenencia
a alguna mafia u otras asociaciones ilícitas, bandas, y punto. Quizás pensó que
yo iba a terminar marcándome a mi misma como delincuente, no lo sé, pero como
tiene la R de respeto, no me iba a decir que no me los hiciera.
¡Nada que ver! La historia de
los tatuajes, cuando uno la investiga, es completamente distinta y opuesta a lo
que se indicaba en el libro, que terminó en la basura. Carlos mismo lo botó a
la basura hace poco, lo cual es también un tremendo gesto porque jamás se
deshace de libros, ni los presta. Son sus tesoros.
Aquí mismo en Chile, se encontró una momia con
un tatuaje, perteneciente a la cultura Chinchorro, que data aproximadamente del
2000 AC. El “Hombre de Hielo”, otra momia encontrada dentro
de un glaciar en Los Alpes tiene 77 tatuajes. Se calcula que tiene 5.200 años
de antigüedad. ¡Qué marineros,
prostitutas y delincuentes ni que nada! En serio, pensar que los tatuajes están
limitados a esos temas es puro prejuicio o ignorancia. Es cierto que los Romanos le “copiaron” a los
Celtas la técnica para hacer tatuajes, y pervirtieron el sentido que tenían
para ellos, utilizándolos para marcar a personas por su conducta como castigo, y
por supuesto, la máxima y espantosa expresión del uso perverso de tatuajes para
marcar a seres humanos fue la de los Nazis. Pero la historia completa es otra. Mucho
más compleja, más profunda, y, por cierto, impresionante y hermosa.
Pasó el 2020 a punta de puro
zoom, cuarentenas, encierro. Imposible hacerme los ansiados tatús. La primera
mitad del 2021 fue más de lo mismo. Había que puro adaptarse y tratar de
sobrevivir a la pandemia, pero me enfermé y tuve que salir de la cueva. Bueno,
en realidad ya estaba enferma porque tenía atrapado el nervio del brazo desde
el 2019.
Recién en julio de 2021 me
operaron el brazo, una vez que permitieron las cirugías “electivas”. Nunca
entendí qué tanta elección podía tener, si apenas podía escribir, pero, en fin,
oficialmente era electiva y por eso se postergó. Por fin me operaron, y
demoraría varios meses en recuperarme. Cuando ese nervio se atrapa, uno siente
como corriente hasta la punta del dedo índice, aparte del dolor de todo el
antebrazo. Cada movimiento de la muñeca… mejor ni explico. La recuperación es
lenta.
Desvío: El atrapamiento del
nervio radial al nivel de la muñeca, alias Síndrome de Wartenberg, es “raro y
representa el 0,7% de las lesiones no traumáticas de la extremidad superior”. CERO
COMA SIETE POR CIENTO. Guarden este dato para más adelante.
Justo después, cuando
todavía ni sanaba bien la cicatriz del brazo, entre agosto y septiembre de 2021
me operaron dos veces. La primera operación fue por “endometrio engrosado”, que
tenía, en mi caso, pocas probabilidades de ser cáncer porque no tenía ninguno
de los “factores de riesgo”, pero había que aplicar bisturí y hacer biopsia
urgente. Nada de electivo.
Entremedio, el doc también
me pidió exámenes de pechugas, y me tuve que hacer también, una biopsia. La
doctora que me atendió, encantadora, amorosa, tenía un símbolo tatuado en el
brazo, en la zona de la muñeca por el lado de la palma de la mano, es decir,
interior. Me llamó la atención justamente porque tenía pendientes mis tatuajes,
y le pregunté qué significaba el símbolo y quién se lo hizo. Era un símbolo hindú
que significa “calma”, me contó que se lo hizo para mantener calma en momentos
de estrés, y lo hace mirando su brazo y tocando el símbolo. ¡Me encantó! Ella
me dio el dato del lugar donde se hizo el tatuaje.
Terminado el proceso de
extracción de la “cosa” que había que biopsar, me dio un shock anafiláctico. El
octavo. Código azul, corriendo al servicio de urgencias dentro de la misma
clínica, y mientras me tenían llena de agujas y medicamentos a la vena, llamé
por video a la colega de la contraparte en un juicio que teníamos audiencia ese
día para pedirle que la suspendiéramos. Obviamente me salvaron, una vez más,
salí de ahí al día siguiente bien, con el dato del tatuador y una nueva fecha
de audiencia.
Me cargan las estadísticas,
porque cuando te dicen que tienes, por ejemplo, un 1% de probabilidades de que
algo ocurra, y te ocurre, ese porcentaje se convierte instantáneo en un 100%. ¡Y
siempre me pasa! A veces incluso le advierto a los docs que soy igualita al
personaje “mala suerte” de los Picapiedras, ese que andaba con una nube encima y
llovía sólo sobre él. De hecho, según Carlos que es economista y todo entero
matemático, definitivamente no existo. Una vez -hace años- hizo el cálculo, no
sé cómo, con todas las enfermedades, efectos secundarios o adversos, shocks
anafilácticos y etcéteras altamente improbables que me han ocurrido y llegó a
esa conclusión. ¡No existo!
Me sacaron el endometrio,
hicieron la biopsia, y las pocas probabilidades (10%) de que fuera cáncer se
convirtieron instantáneo en 100%. Era
cáncer. ¡Mierda! Entonces, en cuestión
de un par de días vino la segunda operación. Histerectomía total. Gracias a la intervención oportuna y
dedicación de varios médicos, quedé “cáncer free”, pero obviamente durante los
próximos 5 años sujeta a estrictos controles, pero el susto entremedio no me lo
quitaba nadie.
El tema del cáncer fue como
un rayo que me cayera directo a la cabeza. O el martillo de Thor. Me hizo
replantearme un millón de cosas, y mientras me recuperaba de la segunda
operación (son 30 días de reposo), a propósito de “cosas pendientes que no he
hecho y más vale que me apure en hacerlas”, me acordé de los tatuajes.
Vencí todos los miedos, uno
por uno. ¡Qué miedo a que me discriminen ni qué ocho cuartos! ¿Miedo a que
algún miembro del poder judicial me mire feo durante una audiencia o un alegato
porque tengo un tatuaje? ¡Filo! Llevo casi 30 años tramitando juicios desde que
era estudiante, me gané el derecho a que me respeten por mi trabajo y punto.
(Deberían hacerlo igual, pero…sin más comentarios). Además, me acordé de Patty
Muñoz, Defensora de la Niñez. Si ella puede hacer su pega, infinitamente más
compleja y expuesta públicamente que la mía con sus tatuajes, entonces yo
también puedo. Corta.
¿Miedo al dolor?
Desapareció. A lo largo de los años y múltiples procedimientos sin anestesia
por mi famosa alergia, descubrí que tengo alta tolerancia al dolor, y además me
voy a mi playa a tomar sol sin bloqueador solar mientras el dentista me hace no
sé qué cosa, porque me voy tan lejos que ni me entero.
¿Miedo a lo que piensen los
demás, en general? Fuera. El tatuaje es para mí, no para los demás.
¿Miedo a sufrir un shock
anafiláctico por la tinta? Era cuestión de usar tintas naturales, encontrar al
tatuador.
¿Miedo a hacerme un dibujo
en el cuerpo y que después no me gustara o arrepentirme? Eso lo resolví gracias
a Aliexpress. Me compré tatuajes de lobo de esos que se pegan, me los puse, y
lo único que me cargó fue precisamente que no quedaban bien ni para siempre.
Sin duda me iba sentir bien con un dibujo -o más de uno- en el cuerpo de por
vida.
Fue así, que me determiné
¡por fin! A hacerme los tatuajes, y comenzó la peripecia de la búsqueda de qué dibujo
específico tatuar, cuál mariposa, cuál de todos los árboles de la vida, lobos y
colibríes, en cuál parte del cuerpo, si acaso las tintas tienen el maldito
polietilenglicol, y por supuesto, quién lo hace.
To be continued…
Atte., Aweli Vintage, escribidora.
Buscadora de caminos. Sobreviviente.
PD: Hoy en día los tatuajes,
la decisión de hacerlos o no, qué tatuarse, en cuál lugar del cuerpo, cuántos,
son muy personales. No pretendo, de ninguna manera, imponer ideas ni mucho
menos. Es sólo un relato de sucesos y procesos interiores.

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