Como expliqué en la entrada anterior, durante la primera semana en Abuja anduve vestida de puta sin saberlo, por lo que me tiraron un escupitajo y me gritaron una chorrera de garabatos en idioma incomprensible, pero sin duda eran palabras de odio, por considerarme atractiva con jeans ajustados y polera sin manga.
En Nigeria conviven cientos de etnias, religiones, culturas diferentes, una de ellas es la musulmana. Para ellos, una mujer que no se tapa las piernas, los hombros, o incluso el pelo en el caso de los más fundamentalistas, constituye una amenaza pues los "tienta" a cometer pecado, y todo el odio se traspasa a la tentadora. O sea, a mi.
Nunca pude entender muy bien, pero al parecer las prostitutas no les molestan, ellas sí usan ropa ajustada, hombros destapados, maquillaje, etc., pero nunca vi que alguien las atacara. Por el contrario, los hoteles disponen de espacios específicos donde ellas tienen "permiso" para trabajar. En el hotel que estábamos en ese momento, ese espacio era la piscina, y por eso en el comedor no había ninguna mujer vestida así, excepto yo. Esto de los "espacios reservados" lo descubrí mucho después.
Como Kenneth, el garzón, me había dicho sutilmente que le gustaría verme con un lindo vestido nigeriano, al día siguiente del escupitajo lo agarré y le dije "Oye, cómo no me dijiste que estaba vestida de manera inapropiada, me largaron un escupo!!" a lo que me contestó con cara de perrito arrepentido "...Pero si le dije que me gustaría verla con vestido...", comentario que para él era suficiente advertencia. No se había atrevido a decírmelo de forma más directa.
El, un encanto de persona, quiso ayudarme con una buena inyección de "ubicatex", y ahí me contó que su señora -Mary- era sobrina del dueño del hotel, que trabajaba ahí también, y que el domingo tenían el día libre. Ambos son cristianos, pero conocían las reglas. Me ofreció llevarnos a Carlos y a mi (obvio, ninguna mujer casada andaría sola por la vida) el domingo a comprar ropa. O sea, asesoría de fashion emergency.
Así, me quedé encerrada en el hotel hasta el domingo y confieso que igual seguí feliz con las clases de baile de las damas en la piscina. En el intertanto, seguía tratando de ubicar una ONG en la que pudiera hacer un voluntariado, y ya me había contactado con Mónica Domínguez, una española que llevaba un buen tiempo trabajando allá, especialmente con niños institucionalizados y mujeres maltratadas.
Mientras tanto, Carlos ya llevaba casi una semana trabajando, me comentaba sobre su pega, sobre cómo es que Nigeria es un país rico (por el petróleo), y que lo habían presentado con una ceremonia que partió por rezar. Estaba impresionado, nunca había visto que seminarios, congresos, etc., comenzaran por rezar, y cada cual lo hacía a su manera. De hecho, había un lugar en el edificio destinado a los musulmanes, con las alfombras, el agua y todo, para que pudieran practicar sus rezos a las 3 de la tarde. Todas las instituciones y la gente en general, respetaban las creencias, rituales, la fe de los demás. Lograban convivir sin conflictos, al menos, aparentemente.
Así, partimos los cuatro el domingo en la van de Kenneth, a comprar ropa. Ahí supe que no existían los malls, ni las tiendas de retail, ni comercio que vendiera ropa por tallas. La manera de lograr vestirme adecuadamente era ir a una feria musulmana a comprar tela (ellos tienen el monopolio de las telas), elegirla, y después ir a un sastre que hace los vestidos a la medida. Me sorprendió tal elegancia, la de mandarse a hacer ropa con sastre, pero ante nuestra profunda y casi fatal ignorancia, Kenneth y Mary eran nuestros salvavidas. Los únicos que teníamos.
En el camino hacia la feria, Ken nos explicó que lo que debíamos hacer era entrar a una tienda juntos, yo elegir las telas que me gustaran, hacerle una seña, después salir de la tienda, y él negociaba el precio. La idea era tener unos cuatro o cinco vestidos.
Así, supimos que en Nigeria todo tiene dos precios. El precio normal, y el de skin rate. No venden nada que tenga el precio puesto o con aviso, siempre hay que preguntar cuánto vale tal o cual cosa, y el vendedor decide en ese momento cuánto cobrar. El skin rate es, literalmente, la tasa de la piel. Por el sólo hecho de ser blancos, nos cobraban el doble. Ahí estaba la razón por la cual yo tenía que sólo señalar la tela, irme, y Ken la compraba. Fue muy, muy amable al explicarnos todo eso, porque el famoso "skin rate" nos persiguió durante toda nuestra estadía, aunque después desarrollé una estrategia espectacular para evitarlo.
Llegamos a la feria y era un mar de gente, principalmente hombres. Diría que la proporción podría ser más o menos 20 a 1. La feria misma tenía locales establecidos, vendían de todo, las construcciones eran muy sencillas, piso de tierra o cemento, ladrillos a la vista, o sea nada de elegante ni chic, pero como tengo alma de campesina (a lo menos en parte), no me importaba en lo más mínimo.
Eso sí, había un detalle no menor: la comida y la bebida. No se puede tomar nada que no sea bebida gaseosa de marca que no venga en envase cerrado, y jamás, por ningún motivo, cuestión o circunstancia, pedir hielo, porque no se sabe con cuál agua hicieron el hielo, o mejor dicho, 99% certeza que se hizo con agua no potable, por lo tanto el riesgo de contraer alguna enfermedad era alto. En síntesis, o llevábamos alguna bebida para tomar desde el hotel, o nos aguantábamos la sed, con 44° C.
Con Ken entramos a una tienda mientras Carlos y Mary se quedaron afuera, porque dentro de la tienda (de todas) había poco espacio y la temperatura, imposible de adivinar, sin duda superaba la exterior porque no había energía eléctrica ni generadores, por lo tanto, no habían ventiladores.
El local era alucinante, mejor dicho, las telas. Una maravilla, yo mareada viendo un sin fin de colores, estampados, telas diferentes, no hallaba cómo elegir. Menos iba a saber cuánta tela comprar. Habían hombres comprando los rollos completos o decenas de metros de tela, yo no podía entender por qué compraban tanto, si no eran comerciantes. Tiempo después me di cuenta: la razón es porque muchas parejas se mandan a hacer la ropa con la misma tela, de hecho me daba ternura verlos caminando por la calle vestidos iguales. Traté de copiar ese modelo con Carlos, pero no fue posible. Claro, a él no lo escupían.
Logré decidirme por 4, le hice las señales respectivas a Ken, salí, y él las compró calculando él mismo, a ojo, la cantidad requerida con puro mirarme.
Como había pasado un buen rato, me dieron ganas de ir al baño. Por primera vez, a un baño público. Logré ubicarlo, y me encontré con un escenario totalmente inesperado. Estaba repleto de mujeres, musulmanas, conversando alegremente. No exagero si digo que deben haber sido unas 30 en un espacio de 12 metros cuadrados, y por supuesto que dentro del lugar el calor era infernal.
Así supe, que las mujeres musulmanas deben ir con su marido a comprar, pero no son ellas quienes lo hacen, sino los hombres. Las mujeres deben mantenerse en un lugar donde no sean vistas por el mar de hombres que estaban comprando.
Por mi parte, estaba aún lejos de dimensionar el tremendo choque cultural, de costumbres, reglas implícitas invisibles, que se nos venía por delante.
No dudé en aprovechar de comprar un CD con la música de Timaya (album True Story), que tengo hasta el día de hoy y en este momento me inspira a través de spotify. Así, podía tratar de bailar aunque no estuviera con mis compañeras de risas y bailes, las prostitutas del hotel.
(Mary, Carlos y Ken).
Primera parte de la tarea, comprar la tela, cumplida. Y sin tasa de color de piel.
To be continued...


¿ni un cartelito en el hotel de: mangas mangas cortas = escupo ?
ResponderEliminarJajaja Nada de nada, ni un cartel de ninguna cosa en realidad.
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