sábado, 8 de mayo de 2021

Nigeria, capítulo 7 de ¿ ? Choque frontal con la otra Nigeria.

 





Nos mandaron cual paquete express al Hilton, sin derecho a réplica. Carlos y yo no entendíamos mucho tanta preocupación por parte de la presidenta del Banco Central, nos habían hablado de secuestros y cosas así, pero nuestra mirada superficial no nos había permitido tomarle el peso a la verdadera dimensión de los riesgos. De hecho, estábamos más preocupados por los mosquitos  y los escupos.  Un secuestro -en nuestras neuronas chilenas- nos parecía algo tan improbable y lejano, que cuando nos hablaban de ese tema nos entraba por una oreja y salía por la otra. Simplemente no estaba incorporado en nuestros registros del sistema límbico. 


Empezamos a entender un poco, cuando ya llevábamos como una semana en el Hilton, gracias a que todos los días nos entregaban un diario y lo leíamos. Día tras día, habían noticias que decían "Hijo mayor de Gobernador de no sé donde, fue secuestrado". "Suegra de fulano de tal fue secuestrada" "Esposa de no se quién fue secuestrada". 


La otra señal inequívoca de que existían peligros insospechados para nosotros, era la estructura y forma de funcionamiento del hotel.


Tenía una sola entrada, con barreras y casetas con guardias armados, de entrada y de salida. Para entrar, había que detenerse, mostrar identidad, los guardias tomaban nota de la patente del vehículo y de la identidad de todos los ocupantes, incluyendo el chofer, y por radio anunciaban a algún interlocutor llegada de toda persona que ingresaba. A la salida, lo mismo.


Desde la entrada hasta el edificio, había por lo menos unos 300 mts. de distancia y ahí estaba la única vereda que vimos en Nigeria. De esta forma, quienes entraban caminando (generalmente los empleados) debían hacer un recorrido considerable, vigilado a todo lo largo aproximadamente cada 30 mts., por guardias armados. No soy experta en armas, pero eran parecidas a las AK-47,  sumamente mortíferas y por qué no decirlo, atemorizantes. Sin duda eran armas para uso militar. 


El primer día, a la llegada, casi no notamos todo eso, de hecho nos reíamos pensando que nunca nos habríamos imaginado siquiera, que algún día en toda la vida -o varias- estaríamos en un hotel de lujo en ningún país, y menos en la capital de Nigeria. Por supuesto, la foto en la entrada con "The Clinic" no podía faltar. (La mandé y no la publicaron, ¡qué decepción!).


Para entrar al hotel, había que pasar por más máquinas y revisiones que en los aeropuertos. Detectores de metal, guardias que pedían abrir el bolso, también premunidos de armamento de guerra, identificación, pasar cartera, bolsos, maletas por máquinas también, etc. La revisión era extremadamente acuciosa, algo que jamás había visto en un hotel en ningún país que hubiera visitado anteriormente. 


En nuestras mentes, todo eso, hasta ese momento, quedó guardado en la carpeta neuronal de "cosas raras", la verdad no le dimos tanta importancia.


Al llegar a la habitación, también encontramos "raro" que en los pasillos del piso hubieran varios guardias armados, vigilando. Durante toda la estadía en ese lugar, siempre, mañana, tarde y noche habían guardias armados no sólo en la entrada, sino en todos los pisos del hotel así como en los jardines. 





(Ese video lo tomé después, cuando llevábamos como dos meses viviendo en el hotel.)


Las personas que entraban y salían se veían muy diferentes a quienes estaban en el hotel anterior. Evidentemente eran más elegantes, y habían familias completas, es decir, con niños y niñas. No habíamos visto niños en el hotel anterior.


Así, nos encontramos de frente con la élite, con la Nigeria injusta, inhumana e indescriptiblemente privilegiada. Más adelante explicaré por qué digo que es inhumana. 


El hotel disponía de cinco restaurantes, dos bares, una piscina gigantesca, servicio de lavado de ropa, y todos los extras que uno pudiera imaginar. Al contrario que en el hotel anterior, nunca se cortaba la luz. 


Después supimos que tenían 5 generadores eléctricos a petróleo, gigantescos. No me acuerdo del costo mensual en petróleo para alimentar a esa  bestia hambrienta, pero naturalmente Carlos lo preguntó y seguro se debe acordar, pero ahora está durmiendo así que más tarde les cuento. Sí sé, que era muchísimo dinero.


En parte el cambio no me gustó tanto, me siento más cómoda en un ambiente menos ostentoso, pero en parte también fue un alivio, principalmente porque como no se cortaba la luz, podía trabajar sin mayores problemas. Eso sí, siempre entre la 1 y las 3 am, o sea entre las 7 de la tarde y nueve de la noche hora chilena. Carlos llamaba a sus niños todos los días, al llegar de vuelta del trabajo y también trabajaba hasta tarde, así que nos turnábamos con el uso del computador.






En el intertanto, ya me había comunicado con Mónica Domínguez, una voluntaria incansable que todos los días iba a orfanatos o ayudaba a un médico nigeriano quien visitaba aldeas dos veces por semana llevando medicamentos y atendía a mujeres y niños, y también tomé contacto con una ONG que se dedicaba a ayudar a mujeres maltratadas. 


Como Carlos tenía que sí o sí contar con un chofer/guardaespaldas por orden de la presidenta del Banco Central, llegó Isah a nuestras vidas. Su trabajo era ir en la mañana temprano a buscar a Carlos, dejarlo en el Banco, y en la tarde ir a buscarlo y llevarlo de vuelta al hotel. Como yo quería hacer algún voluntariado (qué lata más grande quedarme todo el día en el hotel, seguro me iba a morir de aburrimiento o de inútil), después de unos días le pregunté a Isah si podía acompañarme en mis aventuras, y así, acordamos que también me llevaría. Como en ese momento todavía no tomábamos conciencia plena de los múltiples peligros invisibles, pensé que la misión de Isah sería como un taxi a la puerta, pero con la diferencia que siempre sería el mismo taxista. 


La verdad estaba galácticamente distante. 


Todavía teníamos problemas con la comprensión del lenguaje, así que me vi en la necesidad de agudizar el oído. Un ejemplo: cuando los Nigerianos quieren decir "tres", que en inglés es "three", decían "teri",  que sonaba como "tree", que significa árbol. El tono, la forma de hablar, el acento, todo, era totalmente distinto al inglés gringo, que es mi idioma materno.  Por suerte hablaban lento, aunque nunca supe si lo hacían así en Hausa, Yoruba, Fulani o Igbo. Ahí sí que no entendíamos nada de nada.  Con el tiempo logré entender bien, y también aprendí a hablar el inglés particular de ellos. 


Con el pasar de los días y gracias a Isah, descubrimos que los nigerianos tienen el mismo concepto de "altiro" que los chilenos, sólo que dicen "I am coming", que en sentido literal significaría "vengo", pero significaba "voy altiro". O sea, imposible saber cuándo llegaba. Ahí estaba quizás, lo único que uno podía encontrar en común, culturalmente hablando. 


Por si tengo algún lector o lectora de fuera de Chile, explico: cuando un chileno dice "voy altiro" o "te llamo altiro de vuelta", el significado literal es "voy de inmediato", pero ese no es el significado real. "Altiro" puede significar 5 minutos, una hora, tres horas, o nunca. 


El "I am coming" de Isah era igual. Carlos es trabajólico, jamás llegaría tarde a su trabajo ni a ningún compromiso. Cuando estábamos recién saliendo y quedaba de pasarme a buscar para ir al cine o algo, llegaba como 15 minutos antes y se quedaba afuera esperando la hora precisa para tocar el timbre. De este modo, si Isah lo tenía que pasar a buscar a las 8:00 am, a las 7:55 Carlos lo llamaba, y la respuesta de Isah era siempre la misma: "I am coming" y nunca se sabía si recién había despertado, si estaba entrando al hotel, o si estaba tomando desayuno. Lo único que sabíamos era que ya había terminado su rezo de madrugada, porque de lo contrario no habría contestado el teléfono. Isah es -o era- musulmán, por lo tanto nuestras actividades y horarios estaban sometidos al rigor de su religión.



Entre paréntesis, la rigurosidad de los musulmanes para cumplir con sus ritos es impresionante. En casi todas las esquinas de la ciudad habían alfombras en dirección a La Meca, y jarrones de plástico con agua. A la hora de la plegaria, en punto, sonaban los cánticos con alto parlante, y todos detenían sus labores para rezar. Nadie se robaba las alfombras. Quienes profesaban otras religiones, fueran de la etnia que fueran, respetaban completamente todo eso. De hecho, cuando uno caminaba por la calle y se cruzaba con las alfombras, nunca pasaba por sobre ellas, sino que las rodeaba. Ese nivel de respeto me fascinó, independientemente de mis propias creencias.


Para poder tratar de entender de qué se trataba este mundo en que estábamos, apliqué el único método que se me ocurrió. Leer. Sobre el escritorio de nuestra habitación cohabitaban un Corán y una Biblia. Me puse a leer el Corán, después, la Constitución (la de Nigeria, obvio) y  la Carta Africana sobre Derechos Humanos y Los Pueblos, como para tratar de integrarme porque según yo, en ese momento, lo mínimo para poder hacer voluntariado en DDHH, era conocer las leyes. 


Mentira. Conocer leyes, tratados, convenciones, constitución, etc., básicamente servía para nada. Nada en absoluto. Lo que tenía que hacer, era lo contrario: dejar de lado las leyes, resetearme, y aplicar sentido común, empatía, cariño, creatividad, imaginación, y mucho más. Cualquier cosa menos leyes. 


Nuestra habitación tenía una cama (obvio), un escritorio con una silla, un sillón. No es lo mismo alojar en un hotel, que vivir en uno. Tras un par de semanas, con el sólo objeto de variar algo, con Carlos nos sentábamos en el suelo a ver teleseries hechas en Nollywood, la industria de cine y televisión nigeriana, o las noticias, porque no había más que un par de canales. Fue genial un día en que el Ministro de Energía estaba dando un discurso en cadena nacional, y mientras prometía que Nigeria iba a tener energía eléctrica pronto, se cortó la luz donde se estaba emitiendo el discurso, y la tele quedó en modo "poltergeist". (una película de terror del año de la cueca).






To be continued... 


PD: Le pregunté a Carlos por el gasto mensual en petróleo del hotel para producir su propia energía eléctrica. No se acuerda del monto exacto, pero era cercano a medio millón de dólares. Para tener un hotel iluminado día y noche y ver tele, aunque el canal emisor no tuviera energía eléctrica para emitir los programas. 

PD2: Los guardias no eran nada de sonrientes.









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