Llevo varios días con la mente y el alma en Nigeria. Tenía toda esa experiencia guardada, había escrito algunas cosas hace años, pero por alguna razón que en mi calidad de escribidora ignoro, se me está saliendo todo a borbotones, en una especie de diálogo imaginario con lectores. Racionalmente sé que es un monólogo, pero prefiero imaginarlo como una conversación.
Quizás sea porque estoy por cumplir 60, el encierro por el COVID19, el deseo de que la travesía no quede en el olvido, o porque no quiero pensar en los abusos que sufrí de niña. Me tocó ir a declarar a la PDI hace unos días. Fue duro, lloré cinco pañuelos empapados, pero a la vez fue un alivio. Me saqué un elefante de encima, aunque sé que mi agresor seguirá en la más absoluta y cruel impunidad. Quizás irme a Nigeria sea una buena vía de escape para poder sobrevivir, y si es así, vale. Quizás es una mezcla de todas las anteriores, el asunto es que empecé y no puedo parar.
Hace un rato me acordé que la primera vez que fui a ese orfanato con Mónica, no fui con Isah sino en un taxi común. Al llegar Mónica me preguntó cuánto me cobraron, le di el monto, y me dijo que me habían aplicado el skin rate. Pagué el doble de lo que valía.
Allá casi no existen los taxímetros, y los pocos taxistas que tienen no lo usan o hacen trampa. La costumbre es preguntar el valor del viaje antes de subirse al taxi pero yo no sabía, eso me lo explicó Mónica. Ella ya era experta en el tema así que me dio instrucciones perentorias de jamás pagar más de no-me-acuerdo cuántas nairas por el recorrido.
A todo esto, los billetes de nairas eran asquerosos, tenían un olor muy particular, como a un cúmulo de grasa de miles de manos y ese olor quedaba pegado en las manos pero había que aguantarlo hasta llegar de vuelta al hotel. Todavía tengo algunas nairas guardadas, porque según mi propia teoría mágica, si tengo los billetes o monedas de un país, voy a volver. Me encantaría hacerlo, tengo hasta un plan sobre qué haría y qué llevaría, pero también un problema insalvable: Carlos no quiere volver por ningún motivo.
Así, a la vuelta del orfanato y contra todas las enseñanzas de mi niñez, a contrapelo, regateé el precio y no pagué el doble sino un tercio más que el valor que pagaría cualquier persona de piel oscura. Igual me sentí vencedora.
No es fácil aprender a regatear siendo adulta, sobre todo si te enseñaron que es mala educación, que es vergonzoso porque implica mostrar pobreza, rasca, y cosas por el estilo que me inculcaron a fierro fundido en las neuronas de pequeña. Confieso que me criaron cuica, pero porfa, no me discriminen, no es mi culpa. Carlos, en cambio, fue criado en base a regateo porque sus padres eran profesores normalistas, de esos con vocación, mal pagados y necesitaban regatear para sobrevivir, por lo tanto él es experto en lo que parece ser el arte del regateo, y no es algo que tenga relación con que si tiene o no dinero, es simplemente un hábito.
Esto lo descubrimos durante la estadía en Nigeria, por lo tanto él quedó para siempre con la carga del regateo porque simplemente no sirvo para eso, me da vergüenza.
Gracias a Isah, los fines de semana salíamos a pasear, a conocer lugares que nos recomendaba. Desde el principio nos habló de ir al norte, al estado de Kano, donde hacía "frío", porque se daba cuenta fácilmente que no estábamos acostumbrados a vivir a 44°C o más, 24/7. Por supuesto que el elegante hotel en que estábamos había aire acondicionado, pero saliendo del hotel había que apañar con el calor.
Yo, bruta e ilusa, soñaba con ir a algún parque nacional y encontrarme con elefantes, jirafas, selva, animales en libertad. Eso no está precisamente en Nigeria, sino en Sudáfrica, el parque Kruger por ejemplo. Gracias al lento internet, fue cuestión de un par de horas darme cuenta que para llegar al Parque Kruger teníamos que tomar un avión hasta Europa y desde allá a Sudáfrica, lo cual era ridículo. Isah nos dijo que cerca de la capital de Kano, en Gadun había un zoológico-parque famoso, y que podría llevarnos un fin de semana en que no tuviera que cumplir deberes con su esposa.
Abuja está en el centro de Nigeria, en el territorio de la Capital Federal. La zona central se caracteriza por tener una población casi mitad cristianos y mitad musulmanes, pero el norte es otra cosa. Allá la población es 80% musulmana, pero con Isah estábamos muy bien asesorados. Aún cuando Kano estaba a poco más de 300 kms. de distancia, Isah nos dijo que el viaje era muy largo, y que el ideal era esperar un feriado porque ir y volver en dos días era imposible. También nos dijo que por ningún motivo podíamos arrendar un auto e ir por nuestra cuenta, era demasiado peligroso que una persona blanca manejara por esas carreteras. Hicimos fe de lo que nos dijo Isah y dejamos el plan de Kano para más adelante.
Fuimos a Zuma Rock, en Kaduna. Según Isah es una roca muy importante, una deidad protectora de malos espíritus. Se decía que en las noches se escuchaba a los muertos y por eso no se había podido construir un tremendo resort que estaba planificado. Cada vez que intentaban construir, los empleados huían por los sonidos nocturnos, lo que sumado a las creencias de los Gwari, habitantes ancestrales de la zona, los obligaba a considerar el lugar como sagrado y no tocar la roca. Lo que es innegable, es que en la roca se ve clarito un rostro, con ojos, nariz y boca.
Ahí estaba patente la Nigeria sobrepoblada, pobre, sin infraestructura. El resultado de la imposición de la cultura occidental con metrópolis, que los habitantes ancestrales no podían, ni pueden, entender y que además sólo causa destrucción de su forma de vida.
Los occidentales tenemos la mala costumbre, narcisista, "occidentocéntrica", brutal, de creer que nuestra forma de vida es la correcta, y peor aún, imponerla a los demás por la fuerza. Eso fue lo que paso en África. Nigeria -así como los demás países- es un invento, producto de quien sabe cuáles negociaciones entre los invasores ingleses, franceses, holandeses, belgas, quienes irrumpieron en un continente y sin piedad, se tomaron a la gente, la tierra, esclavizaron, robaron, impusieron idiomas, y una forma de vida a la que los pueblos originarios, en muchos sentidos, nunca se pudieron adaptar.
La gran tragedia de Nigeria en particular, no es sólo la invasión de Inglaterra, sino que al producirse la independencia en 1960, los ingleses se fueron y los dejaron botados, probablemente debido a que no se había descubierto aún el petróleo. Desde entonces, Nigeria ha sufrido guerra civil (Biafra), hambruna, múltiples dictaduras, y en definitiva, pareciera que de ninguna manera la riqueza del petróleo le va a llegar a la gran, gran mayoría de los ya más de 200 millones de habitantes.
La pobreza de ellos no es la que nosotros conocemos. Tiene que tener otro nombre, es miseria.
Sé que no es gracioso ni entretenido escribir sobre este tema, pero es lo que vi, lo que me demolió el alma en pedacitos, lo que me hace querer escribirlo aunque duela.
Creo que en ese viaje de "turismo", Carlos empezó a darse cuenta que las cifras y estadísticas del Banco Central no eran suficientes para comprender la realidad, y menos para pretender dar solución a la pobreza con un modelo macroeconómico bacán, que sin duda él era -y sigue siendo- perfectamente capaz de hacer.
No es algo tan lejano de lo que pasa en Chile, acá la gente encargada de las políticas económicas, etc., también vive en la burbuja de cifras y estadísticas, sin jamás poner los pies en la tierra ni meterlos en el barro, cuando eso es precisamente lo que debieran hacer.
Ahora, como no todo es tragedia, y además el devastador panorama que vimos era lo normal para Isah, a la vuelta -ya de noche- nos llevó a uno de sus restaurantes favoritos a comer pescado asado.
Obvio que el restaurant no era como los que conocemos, ni siquiera una picada. Era un lugar donde había locales juntos, como los sastres pero sin techo, y cada local contaba con algunas mesas y sillas. La gran mayoría de las asaderas eran mujeres y niñas, y la gran mayoría de los clientes, hombres.
El pescado se asaba revestido con una tonelada de ají o algo muy picante y se comía con las manos, en grupo. Es decir, servían el pescado con las papas fritas que se cocinaban en sartenes que estaban debajo de las asaderas, e íbamos picoteando entre los tres. No me demoré mucho en descubrir que sólo podía comer la parte interior, casi me desmayo cuando agarré el primer pedazo con ají y todo.
Por supuesto que la música, la alegría y el baile no faltaron, y tampoco que la gente y en particular los niños se nos acercaran porque somos blancos, lo que les causaba curiosidad. Los adultos, si bien eran amables y alegres, a veces nos miraban con desconfianza, resultado ineludible de cientos de años de martirio y abusos sufridos a manos de gente que se creía mejor y más importante que ellos por el color de la piel. En ese sentido, al estar con Isah estábamos más o menos salvados de tanta desconfianza y además, del skin rate y de los escupos. Isah fue, durante todo el tiempo que estuvo con nosotros, nuestro protector. Hasta hace unos tres años, de vez en cuando me llamaba para saludar y decir que nos extrañaba. Creamos un lazo con él, basado en el principio fundamental de las tres R: Respeto, Reciprocidad, y Reconocimiento.
Al final del día, lo pasamos chancho, pero el lugar estaba al lado de un recinto militar, y a las 11 de la noche en punto, se escucharon tres balazos. No era una guerra, era el aviso que había que irse.
En otra entrada, les contaré cuál fue el efecto -por cierto dramático- del pescado en el estómago de Carlos. Yo puedo comer sapos y culebras, no me pasa nada, pero él....
Continuará.

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